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Alma Delia Murillo

07/01/2017 - 12:05 am

Miedos piadosos

El miedo que hace vivir, el miedo que hace amar.

"El Grito II" del pintor Oswaldo Guayasamín.
“El Grito II” del pintor Oswaldo Guayasamín.

En sus sueños el tiempo viaja en círculos concéntricos, en espirales, nunca en línea recta.

La regurgitación de un sabor rancio en el fondo del paladar le hace abrir los ojos, no es el sonido irritante del despertador lo que lo pone alerta. Es otra cosa, no sabe muy bien qué, algo que viene de sus intestinos, de alguno de sus órganos encargados de procesar el puñado de píldoras que ingiere ya de cualquier manera: caducas o vigentes, revueltas, sin separar por colores ni por funciones. El medicamento que regula la presión arterial, el antidepresivo, el ansiolítico, la pastilla de la concentración; todos juntos le permiten ponerse en pie, trabajar.

Ciclos, alquimia y algoritmos. Se pregunta si así funcionará siempre su cuerpo, su cerebro, el mundo entero. Porque en vigilia el tiempo también traza círculos concéntricos, espirales, nunca líneas rectas.
De niño soñaba con matar dragones, con vencer gigantes, con rescatar a su madre de peligros aterradores, con levantar pianos como Jean Valjean y triturar edificios como King Kong, con sacar la espada de la piedra. De niño conoció el miedo real, el que atenaza la garganta y hace correr para salvar la vida. El miedo que hace vivir, el miedo que hace amar.

No se cuestiona ya cómo terminó aquí, con más de ciento treinta kilos que apenas le permiten moverse.
Su responsabilidad es crear miedos en línea, siempre en alianza con la Comisión Federal de Miedos para la Seguridad del Espacio Público. ‘Estrategia de pinzas’ es la frase que aparece invariablemente en las reuniones de trabajo de la cancillería. Está cansado pero sabe que su función es necesaria, si alguna emoción le queda es un sedimento de amor a la patria. Ya no disfruta escuchando halagos, cuando el secretario se deshace alabando su habilidad para desarrollar algoritmos e inducir burbujas de pánico, luego de esperanza y finalmente de recuperación con una efectividad impecable, lo agradece apenas con un gesto adusto.

Hay que hacerlo por la gente, que además está contenta y favorece a la Secretaría, la más popular entre todas; hay que hacerlo por la gente que se pone eufórica enviando sus votos para el miedo del día y disfruta enormemente cuando gana el que eligió como favorito. Democracia y votos, la mayoría decide. La prueba de fuego de la evolución de las sociedades.

Mueve la silla y deja caer su inmenso cuerpo, oleadas de carne hacen crujir el respaldo. Enciende su máquina, los comunicados del secretario y del canciller están ahí, el resumen diario de indicadores de lo que ocurre en la calle es el único insumo que necesita para hacer lo suyo.
Abre el software, mira el mapa de calor, en internet las variables son casi una réplica desde hace veinte años, las mismas motivaciones y los mismos temores superficiales.

Los medicamentos explotan en su metabolismo, una flecha aguda tira de su concentración, en minutos lo tiene todo claro, puede verlo en relieve entre sus ojos y la pantalla.
Suelta los comandos de voz como en un responso bien aprendido, un rosario de palabras que los propios usuarios conectados le han entregado para generar un inofensivo glóbulo de psicosis: dinero, familia, muerte, Dios, desabasto, propiedades, impuestos. Un domo virtual que los protege a todos de lo que ocurre en el mundo tangible. Hay que hacerlo por la gente, es lo que piden.

En el reporte del comisionado están los ingredientes faltantes, los que vienen de la calle: pobreza, vivienda, desnutrición, enfermedad.

Alquimia y algoritmos, emulsiona bien los ingredientes. Realidad y virtualidad se espesan, se integran, se vuelven indistinguibles.

En modo automático sigue dictando palabras, un calendario en la pared le recuerda que se acerca la fecha para conmemorar el vigésimo aniversario de la construcción del muro más grande del mundo: noviembre, año 2037. Sabe que viene una temporada ardua de trabajo, su cerebro dice muro, dragones, gigantes. Siente un breve aguijonazo de nostalgia, cuando el interior era feroz, cuando había que saltar al vacío para sentirse vivo. Intenta determinar un antes y después, no lo encuentra. La aguda concentración se transforma en dolor de cabeza, sólo quiere terminar temprano, activar la fórmula y hacer que internet explote, reportar su entrega a la Secretaría. Dormir otra vez, no pensar más en dragones, ni en lo que ocurre realmente en las calles. Arrancar hojas del calendario hasta que llegue el día de su jubilación y elijan a su reemplazo, hasta que pueda retirarse a descansar en medio de honores y aplausos.

@AlmaDeliaMC

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