Educación: ¿qué nos dice la prueba PISA?

07/01/2015 - 12:00 am

La mejor arma para combatir la violencia y la desigualdad es la educación. Esto es algo que hemos intuido desde hace mucho aquellos que creemos en la igualdad entre los seres humanos (los que no, por supuesto, prefieren sistemas como el Apartheid y su estado policial). Pero este año, por un lado, Thomas Piketty nos regaló el mejor cúmulo de estadísticas a la fecha para demostrar el punto y, por otro, la escalada mediática de la violencia en nuestro país ha hecho que algunos de nuestros tomadores de decisiones vuelvan sus ojos a este tema (por ejemplo, las caravanas culturales en Michoacán y Guerrero). Así las cosas, vale la pena preguntarnos qué entendemos por “educación” y, para esto, qué mejor que echarle una ojeada al instrumento que ha servido para medir la calidad educativa en nuestro país en el siglo XXI: la prueba del Programa de Evaluación Internacional de Alumnos, comúnmente conocida por sus siglas en inglés, PISA, que se aplica a estudiantes de 15 años en los países de la OCDE.

Como yo, al igual que la inmensa mayoría de los ciudadanos de este mundo, no tengo a la mano la prueba en su totalidad, basaré este mínimo análisis en los exámenes que cualquiera puede encontrar en internet y que toman preguntas de dicha prueba. En el primero de estos, me llamó la atención que 3 de las 15 preguntas provienen de una matriz cultural específica y dicen: 1) ¿Cuántos países tiene la Unión Europea?, 2) ¿Cuál es la longitud del Rin? y 3) ¿Quién escribió “El hombre de paja” (Der Untertan)? Sin duda son preguntas importantes, pero qué tanto variarían los resultados si las cambiáramos por 1) ¿Cuántos países tiene Centroamérica?, 2) ¿Cuál es la longitud del Río Bravo? y 3) ¿Quién escribió “Los de abajo”?

Seguro cambiarían los resultados, ¿cierto?

Mejor aún, si en lugar de privilegiar a un país sobre el resto (Alemania o México) ¿fueran preguntas que no privilegiaran a ningún miembro de la OCDE y fueran igualmente importantes? Por ejemplo, 1) ¿Cuántos países tiene la Unión Africana?, 2) ¿Cuál es la longitud del Río Congo? y 3) ¿Quién escribió “El callejón de los milagros”?

No me detengo más en este punto porque la conclusión es obvia.

Pero la cuestión no acaba ahí. Las otras referencias culturales en ese mismo enlace hablan de alguien llamado “Heike” (¿y si la cambiamos por “Xóchitl” o “Chimananda”?) y del monte Fuji (¿y si lo cambiamos por el “Iztaccíhuatl” o el “Kilimanjaro”?). En otros enlaces encontramos también referencias a una cultura específica, aunque ya no sólo concernientes a un lugar del mundo determinado sino, a una visión de la economía y del consumo.

Así, en esta muestra, se pregunta a cerca de las “ventas de CD” de dos grupos musicales, por un “concierto de rock”, una “novela en francés”, un “supermercado”, se habla de Antoine de Saint-Exupéry y la Acrópolis de Atenas. En ésta otra, se hacen preguntas sobre un “climatizador”, unos “billetes” (refiriéndose a lo que acá llamamos “boletos”) para usar el “metro”, un “robot de limpieza” y un “reproductor de MP3” (con dibujo y todo para preguntar qué botones hay que apretar). Y en ésta, refiriéndose a la educación financiera, se pregunta sobre el “número PIN”, las acciones de la bolsa, el “seguro” para una motocicleta y el estado de una nómina (todo en “zeds” de “Zedland”, por supuesto).

Según la página de la OCDE, la prueba “tiene por objeto evaluar hasta qué punto los alumnos cercanos al final de la educación obligatoria han adquirido algunos de los conocimientos y habilidades necesarios para la participación plena en la sociedad del saber”. O sea que, para tener una “participación plena en la sociedad del saber”, no sólo se requiere haber mamado la matriz cultural de Europa Occidental, sino también los modos de consumo del capitalismo contemporáneo: hay que ir al supermercado (nada de mercados tradicionales), tener una tarjeta de crédito (nada de contado ni mucho menos a trueque), escuchar “rock” (nada de rancheras ni óperas chinas), tener gadgets como un reproductor de MP3 (y también una tablet pues algunos de los ejercicios sólo pueden hacerse ahí, ¿será por eso que la SEP anda regalando tablets?), tener un robot de limpieza en lugar de ayudar a los quehaceres del hogar, vivir en una ciudad con metro, etcétera, etcétera.

¿Es eso la “sociedad del saber” o la “sociedad del consumo”?

Para mí, la segunda.

Ahora imagínese a un muchacho de la colonia Solidaridad de Villa de Álvarez, Colima, resolviendo la prueba PISA con su reluciente tableta MX. ¿Cuánto se tardará en dejar de concentrarse en la prueba para ponerse a pensar en que vive en un infierno? ¿O en que su vida es un error? Poco importa que la OCDE diga que “toman en cuenta las diferencias culturales” de los países miembros, nada en la prueba se refiere a su mundo sino al mundo que ve en la televisión, en las series estadounidenses o en las telenovelas (que, para el caso, es lo mismo). El mundo deseable ya no tiene que ver con Akolliman ni el puesto de entamalados de su mamá en el parque de Villa Izcalli, sino con Bertold Brecht, los reproductores electrónicos de música rock y el uso de tarjetas de crédito. ¿Así es como queremos medir nuestra educación?

Por supuesto, eso no es educación, es adoctrinamiento. Y si queremos salir bien en la prueba PISA, así como se ve, tenemos que adoctrinar bien a nuestros hijos. Lo malo es que, por desgracia, este tipo adoctrinamiento no sólo no es la mejor arma para combatir la violencia y la desigualdad sino que, a la postre, terminará acrecentándola al fomentar una sociedad enajenada y consumista.

Colofón

Lo anterior no pretende justificar los pésimos resultados de los estudiantes mexicanos en las pruebas PISA ni quiere decir que, si cambiamos de golpe la matriz cultural de la prueba y la volvemos “mexicanocéntrica” o, por mor de la igualdad de los países miembros, “africanocéntrica”, nos vaya a ir de maravilla. Mejoraríamos, sí, pero sólo en comparación: porque los resultados del resto de países disminuiría. De todas formas quedaría el meollo de las preguntas de la sección de ciencias naturales que, me temo, seguiríamos siendo incapaces de contestar correctamente. Y esto es algo que no sólo concierne a los profesores de primaria y secundaria, sino a todos. Haga usted el intento, vaya al primer enlace de este artículo y conteste las preguntas de ciencias, ¿se las sabe?

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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