Dulces sueños, mamá o el aliento aterrador

06/12/2015 - 12:01 am

Tan bella como perturbadora. Tan sutil como extraña. En una construcción de dualidades y atmósferas inquietantes, los documentalistas austriacos Severin Fiala y Veronika Franz irrumpen en el género de terror con un impulso revitalizador en su primer largometraje de ficción Dulces sueños, mamá (Ich seh, Ich seh, 2014).

En una apartada casa de campo, dos gemelos aguardan el regreso de su madre, quien ha salido del hospital tras una cirugía plástica. Sus juegos de niños son interrumpidos al confrontarse con la presencia turbadora de una mujer cubierta de vendajes, silenciosa e irritable. Los hermanos se extrañan ante esta inusual conducta y comienzan a sospechar que esa persona convaleciente que dormita todo el día no es su madre.

Poco a poco estalla la violencia. Reprimendas, castigos y torturas verbales confirman a los hermanos que una impostora ha llegado a su hogar. Y los juegos inocentes dejan de serlo. Las escapadas al campo, las carreras bajo la lluvia y las jornadas en el brincolín se intercambian por paseos entre lápidas del cementerio, la exploración de oscuros sótanos y la pesquisa de quién es la extraña que ha invadido su casa.

La inocencia infantil se trastoca por los mismos rumbos explorados por otro cineasta austriaco: Michael Haneke y su inquietante obra Funny Games (1997) y también se perciben el halo de la memorable obra de culto Ojos sin rostro (1959), del francés Georges Franju. Nada falta en esta realización para arrebatarnos la tranquilidad: aislamiento, la llegada de un extraño, la incertidumbre del otro, sótanos, pozos inundados de cadáveres, murmullos, sombras, tensión, gatos misteriosos, insectos. Con la música compuesta por la austriaca Olga Neuwirth, los espacios se inundan de inquietud y perversidad.

Otros cineastas se han ocupado ya de las particularidades fascinantes e insondables de la naturaleza gemelar: la profunda conexión emocional y sensorial y la han aprovechado como eficaz ingrediente para filmes de pesadilla.

Stanley Kubrick lo dejó muy claro en El Resplandor (1980): la aparente candidez y la hermandad monocigótica pueden resultar espeluznantes. Lo confirman también filmes como Siamesas diabólicas (1973), de Brian de Palma o Nunca estamos solos (2007) de los tailandeses Banjong Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom.

Desde la dirección bicéfala todo en el microuniverso de Fiala-Franz en Dulces sueños, mamá, viene por partida doble: dos hermanos, doble composición visual constante, el empleo de espejos y reflejos o el uso intercalado de espacios cerrados y escenarios abiertos. El hogar convertido en prisión, el tránsito de la inocencia a la maldad y ésa hábil jugada de los directores que nos obligan a cambiar de bando. Una encantadora y moderna casa de reposo va adquiriendo tintes de prisión y de locura. Así lo anuncian esos cuadros de siluetas apenas definidas y rostros borrosos que son una especie de fantasmas amenazantes. O ese sobrecogedor paseo nocturno en donde la madre, con el rostro vendado, se adentra al bosque inundado de sombras.

Producida por el reconocido autor austriaco Ulrich Seidl, quien ya ha marcado el escenario cinematográfico con películas como las que conforman su trilogía Paraíso (2012), la película Dulces sueños, mamá se ha anunciado con un tráiler calificado como uno de los más escalofriantes que se hayan visto. Por lo pronto, ha cosechado sustos y premios en festivales como el de Sitges y el de Tesalónica.

No es para menos, el filme es un ejercicio brillante de un cine sin miedo, de rincones retorcidos e imágenes icónicas. El triángulo conformado por la madre (Susanne Wuest) y la hermandad sobrecogedora (Elias y Lukas Schwarz) nos acompañará en oscuras noches por mucho tiempo.

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
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