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Alma Delia Murillo

06/10/2018 - 12:05 am

A ama a B pero…

Ese era el ejercicio básico que debíamos representar los alumnos de actuación de la Escuela Nacional de Arte Teatral donde pasé un par de años tratando de convertirme en actriz.

La sombra indeseable de la ex siempre rondando. Foto: Pixabay.

A ama a B pero B ama a C.

Ese era el ejercicio básico que debíamos representar los alumnos de actuación de la Escuela Nacional de Arte Teatral donde pasé un par de años tratando de convertirme en actriz.

Todos los intentos terminaban como el trágico rosario de Amozoc —los millennials no entenderán la referencia— incendios, sexo desenfrenado (ah, la juventud), pleitos, traiciones, malosentendidos, nuncamases, nomehables y cuánta cosa.

Llegué a la edad en la que mi currículum amoroso reseña todos los roles: he sido A, B y C. Total player, que le llaman.

Y ahora que las reuniones con amigos pasan necesariamente por los temas de divorcios, separaciones, segundas nupcias, terceros arrejuntes y décimas necedades confirmo que no somos ni únicos ni irrepetibles, carajo. Las tragedias del amor y el desamor se parecen todas.

La sombra indeseable de la ex siempre rondando y los mensajes imprudentes del ex provocando pleitos de almohada en madrugadas incómodas.

El maltrato de las amigas veteranas para la recién llegada y a quien no cesan de comparar con la magnífica antecesora.

Las cuentas, los hijos alternados, las casas, los libros repartidos, las facturas y fracturas compartidas, los saldos insolutos, y los años, los años, los años.

Las vueltas que da la vida, como dice el clásico. He venido a enterarme tarde, o no, quizá en su justo momento, de las guerras frías que se vivieron en algunos territorios donde irrumpí como la C del ejercicio aquél de mis maestros de teatro.

Bendito el amor que enceguece en el momento oportuno con una ceguera dulce y precisa.

También he sido A, claro, afiebrada por los celos, ese infierno terrible. He sido B, indiferente y entregada al mismo tiempo.

A la distancia de mis propias historias, las de los amigos y hasta las de quienes me han conferido el honor de nombrarme enemiga, puedo reconocer un patrón, atisbar cierta belleza común que nos hermana: cometemos los mismos desplantes por amor, saltamos como ciegos insensatos a los mismos abismos. Si hay un dios mirándonos desde fuera debe desarmarse unas veces de ternura y otras de la risa, me cae.

Lo cierto es que no somos únicos ni irrepetibles, lo sostengo, pero la mirada de cada cuál en su incendio no se parece a ninguna.

El fuego interior es un performance siempre único.

Pienso en las lecciones, pienso principalmente en las lesiones que las batallas amorosas dejan y lo celebro. Benditas lesiones con sus grietas que abren espacio para la luz, esa imagen de Leonard Cohen, entrañable veterano de guerras amorosas y psíquicas. Incendios y batallas incluidas, creo que estaremos bien mientras sigamos riendo como niños y enamorándonos como idiotas.

Hay que volver a intentarlo, me digo. Porque también ocurre que el milagro se presenta: a veces A ama a B y B ama a A.

Y entonces todo tuvo y tiene sentido.

@AlmaDeliaMC

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