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Jorge Alberto Gudiño Hernández

06/10/2018 - 12:02 am

¿Mejoramos con la escuela?

Un buen amigo solía hacer, durante la primera sesión del semestre, un cuestionario de cincuenta preguntas de lo que él consideraba cultura general. Reprobaban todos sus alumnos.

“Comparto algunos comentarios de alumnos míos, todos universitarios, algunos nacidos este siglo; también sumo los de ciertos compañeros de una clase de idiomas y similares”. Foto: Isaac Esquivel, Cuartoscuro

Mi madre lleva más de cincuenta años siendo maestra, desde primaria hasta grados superiores, así que he oído, durante toda mi vida, la clásica cantaleta de que los niños ya no son como antes. Esto se relaciona con diferentes situaciones que van desde lo disciplinario hasta conocimientos más profundos. Yo mismo he impartido clases en varias universidades por más de veinte años, aunque nunca me he dedicado a ello de tiempo completo. La cantaleta, sobra decirlo, también se ha repetido en juntas de maestros y es un tema común a la hora en que se hacen revisiones de planes de estudio y se recibe a las nuevas generaciones.

Desde que soy catedrático, me había mostrado escéptico a esa percepción. En un principio, claro está, porque me encontraba más cerca en edad a mis alumnos que a los otros profesores (comencé a impartir materias universitarias como estudiante). Después, porque me parecía que algunas de las apreciaciones partían de la subjetividad o del contexto. Lo explico.

Un buen amigo solía hacer, durante la primera sesión del semestre, un cuestionario de cincuenta preguntas de lo que él consideraba cultura general. Reprobaban todos sus alumnos. Él guardaba los resultados. Así lo hizo durante años y pudo constatar fehacientemente que el promedio era cada año más bajo. Sin embargo, las preguntas casi siempre eran las mismas. Yo argumentaba bajo la idea de que la cultura general (esa cosa rara que cada tanto se nos aparece), no era la misma para todos y que él buscaba evaluarlos a partir de sus propios conocimientos generales, que no era lo mismo.

Otro caso es el de la capacidad de resolver mecanizaciones contra reloj. Yo no dudo que sea útil, incluso sigo haciendo las operaciones mentales cuando voy a la tienda, mientras el tendero presiona frenéticamente los botones de la calculadora. ¿La generación de mi madre hacía esas operaciones más rápido y mejor que la mía o la de mis hijos? Sin duda, la calculadora vino a atrofiar esa capacidad pero, al mismo tiempo, nos regala segundos valiosos para aprovechar en algo que no sea tan mecánico como sumar dos números. Conozco a grandes científicos e ingenieros de avanzada que no son especialmente buenos haciendo operaciones básicas.

Seguía yo, pues, escéptico. Hasta este año. Comparto algunos comentarios de alumnos míos, todos universitarios, algunos nacidos este siglo; también sumo los de ciertos compañeros de una clase de idiomas y similares. Me topé con un par de creacionistas, que consideran a la evolución como un invento y, en consecuencia, los dinosaurios nunca han existido. Otros, ignoran por completo la razón por la cual el 2 de octubre no se olvida. Un número considerable de ellos no tenían idea de lo que era una fosa clandestina. Más aún, lo trataban como a un asunto proveniente de la ficción, ni siquiera les escandalizó; mucho menos les provocó terror o empatía. Un estudiante de Derecho confesó sin empacho que él sí defendería a Duarte, pues de seguro le pagarían bien. Un último dato que me sorprendió mucho: durante este año, no he tenido ningún alumno (los cursos más recientes tampoco, por cierto) que porte la bandera comunista; ya ni siquiera se pasean los libros de Marx (con quien podríamos o no estar de acuerdo pero que era un lugar común de la vida universitaria).

Me parece que pronto me uniré a la cantaleta de marras. No porque me preocupe que mis alumnos tengan ciertos conocimientos y no otros, sino porque me parece que cada vez están más lejos de la realidad y, cuando la confrontan, lo hacen desde una indiferencia ética que me entristece. Aunque quién sabe, quizá sea que me estoy haciendo viejo y no me queda más remedio que refugiarme en la nostalgia que, como bien es sabido, ya no es lo que era antes.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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