Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Arquitectura Imaginaria. Al Azrak, El palacio azul

06/10/2018 - 12:03 am

Pensemos en un jardín adorado en nuestra infancia. A este jardín, por alguna razón, nos está vedada la entrada. Hemos perdido una parte de nuestra historia junto con sus fuentes, arcos y pasillos. Un jardín al que sólo nos es posible acceder a través de la memoria. A partir de esta puerta, tenemos el punto de partida para abordar el ensayo de León R. Zahar.

Por Pepe Sagrario

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).- Todos nos hemos imaginado El lejano Oriente; por las noticias de un mundo envuelto en tragedias bélicas o bien, como el escenario de un mundo literario que nos dejará alguna moraleja. Con la arquitectura islámica sucede algo similar: no es posible situarla en un punto determinado en el globo, pero los palacios y las ruinas, sobrevivientes de guerras, llegan a nuestro tiempo envueltos en esa admiración que nos heredaron los orientalistas europeos acompañada de una melancolía que sólo se tiene por las cosas desconocidas y que, además, yacen perdidas.

Nos situamos a la entrada de la obra, del palacio azul, y nuestro guía nos pide que extraigamos de ese imaginario colectivo que es las mil y una noches, el recuerdo de la ciudad de Bagdad: sus arcos, columnas, motivos geométricos que adornan las bóvedas e interiores. Nos explica que los árabes nómadas miraban con recelo las arrogantes estructuras que se alzaban en medio del desierto, desafiantes de la ley islámica que indica que la creación es un atributo divino y cómo, ciudades y palacios, sufrieron crisis y abandonos como castigo por usurpar esta facultad divina. Bagdad y su historia de supervivencia, a través del mito, tiene semejanzas a Al-Zahir II, último sucesor de la dinastía abbasida, y a Boabdil, útlimo sultán de Granada, obligados a abandonar Al Azrak y Alhambra, respectivamente. El destino de los mandatarios parecería reafirmar el trágico fin que le espera a los soberbios que pretenden simular paraísos terrenales. Pero los palacios siguen de pie, testigos de esta época. El trabajo de Zahar hace especial hincapié en esa contradicción y el destino trágico de los palacios. Se ahonda en crónicas literarias de ciudadelas destruidas por esta ambición: El jardín de Rosas de Iram, Gumdán al sur de Arabia, el pueblo de Ad en Yemen, así como las ciudades de Bagdad y Abbasiyah.

Alcázar de Tawam, perspectiva. Proyecto arquitectónico elaborado por León R. Zahar. D.R. © Jorge Vértiz / Artes de México.

Para el no iniciado en la arquitectura islámica, el capítulo “El Islam: construcción del Paraíso” servirá de referencia para comprender los elementos que conforman las edificaciones islámicas: las diferencias entre la perspectiva occidental y la árabe; los arcos o iwanes; los arabescos y sus distintas categorías, así como otros motivos decorativos, como la caligrafía árabe, los temas del zodíaco y la cosmogonía mesopotámica o persa, las cúpulas, etcétera. Llama la atención la ausencia de un plan coherente o de un prototipo en los palacios islámicos, lo cual incrementa el misterio que rodea a estas estructuras y que, posiblemente, alimento el mito occidental de increíbles laberintos persas plagados de trampas. Aunque, en realidad, cada recinto tenía una función bien determinada. Estas especulaciones son invocadas en los versos de Ibn Zamrak: “Torre fuerte que contiene un palacio, te preguntarás si es una fortaleza o una morada de recreo”.

El libro dedica un capítulo a Bagdad y los distintos tiempos de esplendor y crisis que sufrió la ciudad del reino abbasida en sus cinco siglos de existencia. Fundada en 754 por Al-Mansur, la ciudad creció hasta convertirse en metrópoli y capital del reino. El elemento fundamental del ensayo es la caída en desgracia de utopías y de su permanencia a través de la imaginación. De esto, Bagdad es el mejor ejemplo: ya había logrado la fama que le haría merecedora de un lugar central en Las mil y una noches, luego de su destrucción continuaría vivo el mito mediante la tradición literaria. Me parece necesario rescatar la cita de Michael Cooperson que se incluye en este ensayo: “En casi todos los casos, los poetas la elogian a la distancia. Así como la distancia temporal hace del pasado una edad dorada, la distancia geográfica hace de Bagdad objeto de deseo y añoranza.”

El patio del Zodiaco. Proyecto arquitectónico elaborado por León R. Zahar. D.R. © Jorge Vértiz / Artes de México.

Al Azrak, el Palacio Azul parece sacado del más intenso sueño del oriente. El azul de sus cúpulas, que difuminan su presencia y lo hace uno con el cielo, nos recibe apenas nos adentramos al capítulo dedicado a la organización de sus salones y patios. El iwan de la puerta del talismán prepara al visitante para el goce estético que provendrá de los arabescos patios del palacio mientras que los iwanes del patio de honor hacen que la imaginación se prepare a abordar espacios múltiples, laberintos que son siempre la idea del occidental al pensar en los interiores que ofrecen las edificaciones orientales. Esta idea, nos explicará Zahar, es más bien falsa. Cada espacio de Al Azrak tiene funciones definidas en mayor o menor medida. Así, tenemos el Selamlik, el conjunto de espacios reservados a los hombres: patios, salones, etcétera; y el Haremlik —Casa de las esposas— que consistía en las habitaciones reservadas a la familia y a las mujeres, el salón del trono, el patio de honor, etcétera.

La visión a la que nos invita Leon R. Zahar en Arquitectura Imaginaria no tiene desperdicio y deberíamos darnos la oportunidad de abordarla a fondo. En los arabescos e inscripciones, las inteligencias cansadas encuentran reposo y las historias que guardan los iwanes en sus márgenes, y que nos conducen a bellos patios donde el cielo es reflejado por estanques que parece que podrían esperarnos aún algunos siglos más. De esta manera, el palacio es un recordatorio de cómo las ambiciones desproporcionadas son castigadas, pero también que la derrota no es definitiva, y gracias a la imaginación es posible habitar espacios vedados, etéreos, incorpóreos y verdaderos.

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