El nuevo truco del patriarcado es hacernos creer que ya no existe y meter la defensa de la igualdad femenina dentro del grupo de “causas” que ya deberían pasar de moda, como la ecología y la lucha contra la tauromaquia, porque “están de flojera” y han dejado de ser, a los ojos de los relajados hipsters seudointelectuales, cool, y a los ojos de los demás… cruciales.
Ya. Lo he sacado de mi pecho. Lo traigo atorado desde que me tocó escuchar, el mismo día y en el marco de una feria del libro llena de gente con grandes opiniones, que el patriarcado ya no existe y que las poetisas tienen que ser hermosas si pretenden seducir con sus poemas eróticos. Después de que un hombre declarara lo primero y a las mujeres de la mesa se nos atorara la yuca, Carolina Escobar Sarti, escritora y periodista guatemalteca y directora de la Asociación La Alianza, que atiende a niñas víctimas de trata y violencia sexual, nos contó el caso de una niña de cinco años que llegó a su resguardo trayendo dentro de su diminuta matriz doce muestras distintas de semen. Cuando Carolina le preguntó por la niña al policía que la traía, este respondió: “¿Cuál niña? Si ya es una puta”. Venga, digan lo que están pensando: que son casos aislados. Que eso no demuestra que sigue existiendo el patriarcado, o el machismo. Que ese tipo es un animal y esa niña es una víctima.
Ya sé que el tema es aburrido para los hombres y, también, para muchas mujeres. Hoy es más cool decir que una no es feminista, y si se puede mencionar de paso alguna corriente intelectual en boga al respecto, qué mejor. Mientras, he leído en columnas de reconocidas periodistas y narradoras comentarios como “ya dejen de llorar”, o “si en esta época las mujeres se sienten oprimidas es porque quieren estarlo”. “Feminazi” es un insulto muy de moda para las feministas “recalcitrantes”. Esta palabra se usa mucho para atacar a las mujeres que no ceden en estas discusiones y que cuestionan incluso el lenguaje: ¿por qué siempre es culpa de la chingada madre del chofer del pesero? Y siempre llega la pregunta: Pero a ver, tú específicamente, tú, Lorena, ¿estás oprimida por el machismo? Como si para defender una causa uno tuviera que ser víctima directa. No soy perro y rescato perros, no soy una adolescente de 14 años víctima de bullying y soy vocera del tema, no soy gay y defiendo el derecho de todas las personas a casarse si así lo quieren. De hecho, casi siempre es la sociedad circundante la que puede hacer algo al respecto y no los que están en la hoguera, en la jaula, en la plaza. Mientras los varones que abogan por la igualdad de las mujeres, habiendo comprendido que son sus madres, hermanas, esposas, hijas y ante todo sus semejantes, sigan siendo “pocohombres” y mandilones, en el mejor de los casos, “maricones” en el peor, y además tan pocos y tan poco vocales, la cosa se ve peliaguda. Y ya que lo preguntas, sí, sí me siento oprimida, gracias.
El tema aburre porque no ha parado de hablarse de él, en distintos tonos, por más de 40 años. Pero es que la noción de una igualdad es tan breve en la historia de la Humanidad como la historia de la Humanidad lo es en la historia del planeta Tierra. En las últimas décadas se han intentado corregir milenios de opresión y violencia y no, no podemos detenernos porque este nuevo truco, el de buscar convencer a los comensales de que el elefante sentado en la mesa es una ilusión óptica, es bien peligroso. Y el truco es del sistema, no de “los hombres”. Los sistemas buscan sobrevivir y perpetuarse y podría decirse que no es culpa de alguien en específico, si bien se sabe que las mujeres perpetuamos el machismo de mil maneras. Lo cual es, claro, otra estrategia del sistema por perpetuarse. ¿Cómo pueden las mujeres salirse de este círculo y no ser cómplices del sistema que las oprime? Puf. Saliéndose. Reclamando. Educando. Compartiendo. Y todo esto las lleva al recuadro número uno en que se les grita feminazis, tortilleras, frígidas. Poetas feas. Porque la brillantez, el trabajo intelectual y la sensualidad de una mujer no son independientes, jamás, de su apariencia. Esto con relación a lo que mencioné antes: un conversatorio de poesía femenina en el que el moderador interrumpió en varias ocasiones a las tres poetisas para preguntarles cosas como ¿por qué las mujeres siempre tienen que escribir desde su femineidad? Pues… ¿desde dónde quieres que escriban, amigo? ¿Desde su masculinidad? ¿Por qué tanta militancia entre las escritoras feministas, corazón? Sí, lo juro: el moderador hizo esta pregunta a una de las escritoras y la llamó “corazón”. Y bueno, la respuesta está en la pregunta, pero además, querido, porque tú no tienes que clamarte: la “minoría” que tiene que “ganar” sus derechos, incluso su derecho a escribir poesía erótica sin ser, necesariamente y en los términos del patriarcado, “hermosa”. Por “dios”, cuántas comillas.
Mi mención de la tauromaquia en el párrafo de introducción no es casual: últimamente veo un crecimiento en la exigencia de una “tolerancia a la intolerancia”. Cómo peleaba yo con mi mejor amigo, fumador, cuando empezaban las prohibiciones de fumar en interiores. “Si tú no quieres fumar, no fumes, pero hacerme salir a mí es discriminación”. Antes era así: la anomalía era lo normal. Se fumaba en los aviones. ¡En los aviones! El humo tóxico lo respiraban por igual bebés, viejos, enfermos, embarazadas y, por qué chingados no, los NO FUMADORES QUE NO QUIEREN RESPIRAR TU PINCHE HUMO. Hace poco, Joaquín Sabina hizo la siguiente declaración: “No vayan a los toros si no quieren pero dejen de tocarnos los cojones”. No, no me gusta que asesinen animales inocentes por diversión ni por “arte” y no, no voy. Tampoco me gusta que masacren niños… qué hago, ¿cambio de canal para no enterarme? ¿Eso es todo lo que tienes por decirme? ¿Que si no me gusta no lo vea? Exijo mi derecho a matar. Exijo mi derecho a odiar. Exijo mi derecho a oprimir, porque hoy en día todos somos tan tolerantes que hay que tolerar la intolerancia de los demás o volvernos igual a ellos.
El respeto a las demás especies es símbolo de evolución. Donde no puede haber consenso, donde no puede haber diálogo, donde la elección es del más fuerte, habría que elegir proteger, cuidar al más vulnerable. La defensa del derecho a matar es tan primitiva como el “te violo porque puedo”, te mato porque se me antoja, te robo porque mi garrote es más grande. Es tan de la vieja escuela, tan indefendible, que sólo queda el “pues si no te gusta no lo hagas”. Y la libertad de expresión: Quiero mi libertad de expresión para decirte que te odio. Para matarte. Pero haré un lindo dibujo con mi puñal en tu pecho… ¿no eres feliz de morir así, bajo la mano experta de un artista? “No conozco a nadie que los ame más (a los toros) que los ganaderos y los toreros”, continúa Sabina. Los pedófilos también “aman” a los niños, ¿qué, no? “Si yo fuera animal, me gustaría ser toro de lidia: a ninguno se lo respeta más. Ninguno está mejor tratado. Y además, tiene la posibilidad de que lo indulten y pasarse toda la vida follando vacas sin parar”, concluyó. Precioso. El toro tiene que darte un buen espectáculo para que tú le concedas su derecho a existir. ¿Quién eres tú? ¿Por qué eres tú el dador de derechos? Y seguimos celebrando que los hombres le “concedieron el derecho al voto” a las mujeres. O que nos lo ganamos después de hacer mucho show, como los toros. Nos indultaron. Gracias.
“Es una tradición milenaria. Se ve que no sabes nada de toros”. Tal vez, pero sé que la esclavitud también era una tradición milenaria. Los pies envueltos de las mujeres chinas: milenaria. La venta de las hijas a cambio de un par de camellos: milenaria. La antigüedad de una costumbre no la hace válida. Hay que cuestionarlo todo, de eso se trata la evolución. Pero ey, si el dolor y el derramamiento de sangre son tan loables y defendibles, que se conviertan en gladiadores. Entiendo que el hombre (y sí, más que la mujer) tiene esta violencia física que tiene que sacar. Los pobres ya no cazan, la mayoría no tiene trabajos que desgasten su fuerza física ni les saquen callos, símbolos de hombría, en las manos. Va, hombre contra hombre y de vuelta al Coliseo. Pero tiene que ser consensual, que en eso ya hemos evolucionado. No vamos a aventar cristianos a la fosa, ¿no? ¿O indígenas? ¿O migrantes? ¿O…? Eso sí que sería una barbaridad. “Oye, millones de reses mueren para que la gente coma. Estos al menos mueren en la batalla, con honor”. ¿Qué es el honor? ¿Debería ser para un niño un honor ser abusado por un cura porque está dando placer a un “hombre de dios”? Y si bien en el tema de los toros no puede haber un consenso entre las partes porque los animales no hablarán para decir “sí, mi mayor ambición es morir entre aplausos en una plaza, hacerme famoso, desangrarme lleno de agonía”, o “no, paso”, podemos saber que hay un estándar de sufrimiento que nadie merece. Nadie. El sufrimiento tiene que incumbirnos. No es un tema ecologista ni político ni de tradiciones. El sufrimiento no tiene especie: es sufrimiento. El dolor físico es el dolor físico. Se nos acumula en las venas del planeta. Evitarlo es necesario en medida de lo posible.
Te preocupan tanto los animales cuando hay gente muriendo de iguales o peores maneras. No puedes preferir a los animales que a tu propia especie. Anti-humana. Feminazi. Etcétera. El mismo Sabina exigió que dejen de tocarle los cojones porque “hay cosas más importantes”, y que “no hablen de ecología ni de amor a los animales”. Ah, ¿muy ecológico? Pero andas en coche. ¿Muy vegetariano? Ya se demostró que las zanahorias también sufren. ¿Querías derechos, mujer? Miren todos, lo que hacen las mujeres con los derechos que les dimos, con los libros que les dejamos leer. Se la pasan abortando. Ya no quieren cocinar. Algunas, ya ni quieren tener hijos. ¿Incapacidad por maternidad? No entiendo, ¿no querías igualdad? Pues dale, trabaja las mismas horas que yo. Así se da en todas las causas que buscan mover el status quo y obligar al sistema a dejar atrás los fetiches queridos del patriarcado violento y absoluto: a todo el que quiere “ganar” un derecho o defender una causa evidente, se le exige un surplus de moralidad o de trabajo para merecerlo. Como el toro al que se indulta. Como no pueden elevarse y defender su estándar moral, necesitan bajar el de los que reclaman.
Sí, esto ya es un amasijo de toros, mujeres, niños y perros, lo sé (y no puedo dejar de mencionar que al buscar “Feminismo y Tauromaquia” en Internet, lo que encontré fue la exigencia de un grupo de mujeres feministas de formar parte más cabalmente de este ritual absolutamente machista. Interesante). Otras veces me han acusado por homologar el sufrimiento de un ser humano al de un ser… no humano. Pero es un ejercicio interesante. Necesario. ¿Por qué? Para sensibilizarnos y volver a algún origen que tal vez ni existió pero que podría hacer que la Madre Tierra nos perdone algún día. Porque la barbarie se traduce en barbarie y si se sigue viviendo con absolutos incuestionables como “es arte”, “es tradición”, “siempre ha sido así”, “ellas se lo buscaron” o, más peligroso, “lo que estás nombrando no existe”, la especie no puede avanzar. Aunque bueno, quizá no está en la naturaleza de los humanos avanzar, sino permanecer en un ir y venir entre su naturaleza destructiva y su conciencia creciente… como los vampiros quejosos, que son predadores naturales de los humanos pero, desgraciadamente para ellos, se dan cuenta y viven en una eterna lucha entre sus instintos asesinos y su plena conciencia de lo que divide el bien y el mal… Si tan solo fuéramos un poco más así, como los vampiros quejosos.
Ah, ¿quieren saber qué respondió la poeta? “Si la poeta es fea, hay que encontrarle algo hermoso”.