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Jorge Alberto Gudiño Hernández

06/09/2014 - 12:03 am

Anticipar lo narrado

Me quedan claras las razones por las que existen las contraportadas: para promover el libro, para convencer a los lectores potenciales, para contar de lo que se trata y para acumular comentarios elogiosos de otros autores, por sólo mencionar unas cuantas. Mismas que me bastan para, en general, no leerlas.          Sin embargo, a veces […]

Me quedan claras las razones por las que existen las contraportadas: para promover el libro, para convencer a los lectores potenciales, para contar de lo que se trata y para acumular comentarios elogiosos de otros autores, por sólo mencionar unas cuantas. Mismas que me bastan para, en general, no leerlas.

         Sin embargo, a veces obedezco a mis impulsos. Para alguien acostumbrado a leer los ingredientes de la pasta de dientes o las revistas de espectáculos que le prestan en la peluquería, la tentación es difícil de sortear. Así que, cada tanto, caigo. Tomo el libro que estoy por leer, le doy la vuelta y comienzo la lectura de las palabras que adornan la parte de atrás.

         Los resultados no siempre son los mismos. Los elogios me divierten; hasta ahora no he leído ningún texto de contraportada que hable mal del libro. Es una estrategia de promoción y es tan válida como los cintillos que aseguran que el libro lleva millones de ejemplares vendidos, que está en el top ten de todas las listas o que ha ganado todos los premios existentes. Insisto: me divierten. A veces hasta llego a pensar en el perfil del lector ingenuo que hace caso de todas esas frases para justificar su decisión por comprar dicho libro. Lo entiendo como el asunto mercadológico que es y ya está. Además, me resulta atractiva la idea de que alguien haya optado por leer un libro que, de otro modo, no leería: un triunfo a favor de la lectura.

         ¿Por qué no las leo, entonces? Porque, con frecuencia, cuentan parte de la historia. Y eso puede ser grave.

         Sé que alguien podría decirme que eso no tiene importancia, que pasa con el cine, con la televisión y con muchas historias por ser contadas. Si nos anticipan parte de la trama es para emocionarnos, para picarnos, para convencernos de que nos interesa el asunto. Es verdad, no puedo negarlo. Sin embargo, esas sinopsis me siguen molestando.

         En lo que va de este año he leído varias novelas en las que, por una razón u otra, el protagonista queda en un estado de orfandad o algo parecido (sus padres lo abandonan, se pierde, huye…). En cada uno de esos libros, la contraportada lo anuncia con frases hechas: “Tras la muerte de sus padres, fulanito se tendrá que enfrentar con un mundo que no lo comprende”, “Cuando su padre los abandonó, sintió que su vida, como la conocía hasta ese momento, acababa de terminar”… Es cierto, este tipo de frases pueden funcionar como acicate para la lectura. Habrá muchos interesados en ver cómo resuelven su futuro algunos niños o adolescentes en estado de indefensión.

         Yo no soy de ese grupo. Sucede que los autores de las novelas se tomaron entre cinco y cien cuartillas en narrar la forma en que desaparecieron los padres. Y eso tiene un valor literario, el de construir con palabras precisas la sensación de bienestar previa al abandono, el impacto que causa una desaparición o el dolor producido por una aciaga coincidencia. Algo que la contraportada nos escamotea por completo.

         Si uno comienza la lectura a sabiendas de que se tratará de la vida de un huérfano, entonces la parte que narra el proceso de la orfandad se vuelve menos significativa. No es sólo que nos quiten la sorpresa en la lectura, sino que nos preparan para partir de algo que aún no hemos aceptado. Así, los detalles, la forma en la que se va dosificando la información narrativa, las reacciones de los personajes y todo lo que gira alrededor de lo narrado, pierde algo de su significado: ya no nos afecta como lo habría hecho de haberlo ignorado.

Y es en esa serie de afectaciones donde reside una parte fundamental de lo literario.

Por eso procuro no leer las contraportadas. Es un riesgo demasiado alto. Un riesgo que no quiero correr. Si acaso, las leo en el momento sugerido por la secuencia: al terminar el libro. No por nada están hasta el final del mismo. Además, a posteriori, se vuelven mucho más entretenidas.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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