Parcial y subjetivo | Cursos de verano a domicilio

06/07/2012 - 12:00 am

Las vacaciones escolares comienzan y, con ellas, el solaz de millones de estudiantes que se ven liberados de las aulas. También llega cierta angustia para los adultos que no saben, bien a bien, qué hacer con la energía liberada de todos ellos. Así, en muchos casos, optan por inscribirlos en cursos de verano o actividades que los distraigan, los entretengan y, sobre todo, los agoten. En el saludable ejercicio de las opciones, estar acompañado, jugando de manera organizada y conociendo personas, parece ser la alternativa más válida.

Sin embargo, no todos pueden acceder a ella. Al margen de restricciones de otros tipos, hay una edad intermedia entre la infancia y la adolescencia en la que cultivar la soledad es, incluso, necesario. Es una edad difícil de precisar. Depende de muchos factores. Desde el desarrollo emocional hasta el entorno. De una u otra forma todos hemos transitado por ella y, aunque nos hayamos mostrado refractarios a nombrarla, sabemos que se ubica en un espacio indefinible que es fundamental para nuestro desarrollo ulterior.

A ese público es al que está dirigida la llamada literatura juvenil: al que puede estar saturado de contenidos televisivos para adultos pero que aún conserva características infantiles: más que otras, esa capacidad envidiable por el abandono; esa casi necesidad por creer; ese involucramiento inmediato con lo que se lee. Hacer un listado para ese público es asaz peligroso. Se corre el riesgo de ser descalificado por simple, por lerdo o por ignorante. Además, la oferta ha aumentado en proporciones inabarcables. Por eso opto por enlistar cinco libros que, en su momento, cuando yo mismo transité por esos periodos, tuvieron la capacidad de seducirme por completo. Eran, lo sé ahora, el complemento ideal a todas esas actividades colectivas que estaban a mi disposición.

La isla del tesoro

Pocas ideas resultan más atractivas para una imaginación febril que la de participar en la búsqueda de un tesoro. La existencia de un mapa cargado de ambigüedades suele ser el pretexto perfecto para poner a prueba nuestros propios alcances. Desafortunadamente, no es algo a lo que podamos acceder hoy en día. Sin embargo, hubo una época cargada de leyendas donde los tesoros eran enterrados por piratas oscuros y perversos. En esa época vivía Jim Hawkins, apenas un muchacho que se embarca en una aventura envidiable; de ahí que la identificación sea casi inmediata. Todos los elementos están sobre la mesa: un joven, una aventura, peligros que sortear y escenarios increíbles. Robert Louis Stevenson consigue, además, sumar un discurso en torno a la ambición que la vuelve una novela iniciática.

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Momo

La alegoría y lo fantástico tienen vasos comunicantes. Sobre todo, cuando se trata de mostrar algunos de los grandes placeres que ha perdido la humanidad. Perder el tiempo es algo que preocupa a todos. Sin embargo, esta pérdida está motivada por una sociedad más necesitada de estímulos y productividad. Michael Ende concibe una enorme metáfora en torno al consumismo y a las consecuencias de su dependencia. Momo será la encargada de enfrentarse a un ejército de hombres grises encargado de robarse el tiempo de los hombres. En primer lugar, todo ese tiempo estéril que no aporta nada a sus vidas productivas. Pero vencer a esa pequeña sensible, con una extraordinaria capacidad de escucha y una pasión enorme hacia el otro no será tarea fácil. Momo es de esas novelas que nos comprometen porque nos confrontan. Es, por tanto, una lectura que bien puede volverse recurrente.

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Las minas del rey Salomón

La búsqueda de mundos perdidos ha propiciado expediciones durante siglos. Lo insondable se abre como la posibilidad de la maravilla inmediata. Es un elemento que H. Rider Haggard aprovechó en toda su extensión. Incluso, se dice que es el pionero de este género aunque bien podrían enlistarse algunos antecedentes. Con el afán de encontrar a su hermano perdido en una expedición al África, Sir Henry Curtis organiza su propia travesía. Va acompañado de los mejores hombres posibles. En el camino, tendrán que enfrentarse a los peligros propios de un mundo desconocido: desde animales hasta el mismo clima, la brujería, el fanatismo y ciertas prácticas políticas; todos, partes de un folclore que consigue trasladar a los lectores hasta su contexto. Como en toda novela de aventuras, está construida de forma episódica y ofrece una recompensa a quienes logran salir avantes: en este caso, dar con el tesoro escondido del rey Salomón.

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La vuelta al mundo en 80 días

Viajar alrededor del mundo es un sueño que, aun hoy en día, resulta inalcanzable para la mayoría de nosotros. Hacerlo, además, motivado por una apuesta ridícula, le suma adrenalina al simple entusiasmo de conocer. Phileas Fogg es el clásico aristócrata inglés, flemático e inflexible, que emprende la improbable aventura de dar la vuelta al mundo en ochenta días. Considerando que sólo puede utilizar los medios de transporte del siglo XIX, la encomienda parece imposible. Además, está siendo perseguido por un necio policía que lo supone criminal. Sin embargo, no todo opera en su contra: está acompañado por Passepartout, su estrafalario y eficaz mayordomo. Julio Verne no sólo diseñó un itinerario complejo y lleno de contratiempos. También hizo una parodia de la personalidad inglesa y, sobre todo, consiguió un final que podría considerarse clásico en lo que a giros de tuerca se refiere.

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Las aventuras de Tom Sawyer

Tom Sawyer es un niño que se la pasa bien pese a ser huérfano y sufrir de los abusos de su hermanastro. Sale adelante por su natural ingenio e inventiva. Un buen día, se enamora de Becky Thatcher, la niña más bonita del pueblo e hija del juez. Se hacen novios y la vida parece ir de maravilla. Sin embargo, su necesidad por trasgredir y su amistad con Huckleberry Finn lo hacen presenciar un asesinato cometido por Joe el Indio, un personaje siniestro. Mark Twain consigue crear el retrato de una época a partir de la óptica de un niño; la misma que nos permite enamorarnos de Becky y temer a Joe. Tom bien podría ser descendiente del pícaro medieval o antecedente de los traviesos televisivos. Si acaso, lo diferencia una probidad a toda prueba y un profundo sentido de la amistad. Como un bono extra para quienes disfruten su lectura existen varios libros hermanados que podrían considerarse una secuela de las aventuras de estos dos muchachos.

Mucho se habla de las deficiencias lectoras de nuestro país. También de que la responsabilidad la comparten el modelo educativo y el fomento a la lectura en casa. Los más drásticos sostienen que si el gusto no se despierta en la infancia la causa estará perdida. No creo en ello. La lectura es un proceso que se puede iniciar en cualquier momento. Para ello, es necesario que trascienda los ideales académicos y se aboque a algo mucho más simple: el placer. El mismo que puede despertar cualquier clase de ficción. El mismo que, en su momento, me proporcionaron las novelas arriba mencionadas. Las leí porque quise y cuando quise, con mis propios ritmos y mis propios tiempos, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Ese tipo de lectura es la clave para despertar el interés de lectores que, a largo plazo, podrán enfrentarse a textos áridos y complejos sin necesidad de mediaciones. Disfrutar éstos ahora es la propuesta para todos aquéllos que tienen horas libres para llenar y el ánimo dispuesto para transportarse hasta donde las palabras los lleven, sin importar si aún se consideran niños o se sienten adultos capaces de las más desquiciantes aventuras.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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