Adrián López Ortiz
06/05/2018 - 12:00 am
¿Por qué va ganando López Obrador?
López Obrador se volvió a comer la agenda semanal. Lo hizo primero al refrendar su ventaja en la encuesta de Reforma, siguió con el enfrentamiento con los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios y cerró con su tersa aparición en Tercer Grado de TELEVISA el jueves por la noche.
López Obrador se volvió a comer la agenda semanal. Lo hizo primero al refrendar su ventaja en la encuesta de Reforma, siguió con el enfrentamiento con los empresarios del Consejo Mexicano de Negocios y cerró con su tersa aparición en Tercer Grado de TELEVISA el jueves por la noche.
¿Supiste algo de Meade o Anaya mientras tanto? Yo tampoco.
Por supuesto podemos atribuir el posicionamiento mediático de AMLO a su holgada ventaja en las encuestas, lo que le permite ser el blanco principal del comentario y recibir una enorme cobertura mediática; o a su callo político curtido en tres campañas presidenciales o, mejor aún, podemos reconocer que López Obrador está siendo mucho mas efectivo en el discurso que sus contendientes.
Yo creo eso último y me parece que es así por dos razones: una de fondo y otra de forma.
El fondo es lo más importante y en cuanto a eso creo que López Obrador ha sido más hábil y sensible al tocar los temas que más le duelen al electorado mexicano: inseguridad, desigualdad, justicia, pobreza.
Supongo que lo aprendió después de caminar mucho por este país y de reunirse con millones de personas en distintos formatos, desde la reunión en corto para la organización territorial de MORENA hasta el típico mitin multitudinario. Después de escuchar todo tipo de pedidos, demandas, quejas, insultos y desahogos. Vamos, para que esos mítines se desborden ahora debieron suceder muchos otros semivacíos en el pasado. Persistencia.
Además, AMLO ha sido capaz de juntar el hambre con las ganas de comer. En el epílogo de la Nueva historia General de México (El Colegio de México, 2011), el historiador Lorenzo Meyer rescata el ideal independentista de Morelos: lograr un cambio en la estructura de inequidad de México.
Pues bien, tras un largo análisis histórico Meyer considera –y yo comparto–, que la desigualdad ha sido el gran pendiente de la incipiente democracia mexicana. Cada vez que ha sido necesario sortear una crisis económica o política, los más pobres y los más vulnerables han sido el segmento más olvidado de este país. Eso lo sabe Andrés Manuel y a ellos les habla con disciplina.
En un país en que todos los días alguien es agraviado por un político corrupto, un criminal o un pseudo-empresario traficante de influencias, López Obrador dirige también su mensaje a las víctimas.
¿Pero no es la misma intención de Meade con su propuesta de igualdad ante la ley o de Anaya con la propuesta de la renta básica universal?
En sentido estricto sí, pero con una diferencia enorme. ¿Quién habla y cómo habla? Lo que nos lleva a la segunda razón de la efectividad electoral de López Obrador: la forma de su discurso. A algo que parece inexistente en su hablar pero que está ahí y es sumamente calculada y efectiva: una retórica de la llaneza.
López Obrador habla como habla la gente común, tal vez y precisamente gracias a su falta de sofisticación técnica. Esa que le sobra a Meade y que le estorba todos los días como candidato. Esa que Anaya sí es capaz de sacudirse en un debate o un discurso, pero no en una entrevista que no puede controlar. Por eso brilla en un debate y desaparece después.
O tal El Peje vez habla así, lento para responder y cuidando cada palabra, con total cálculo político. Busca siempre elegir bien sus dichos y no caer en la jerga politiquera que la sociedad aborrece y prefiere ya no escuchar.
Pero si bien esa sensibilidad y esa llaneza resultan muy efectivas en campaña, cabe un enorme riesgo con ellas: sucumbir ante la tentación de decir lo que la multitud quiere escuchar, endulzar el oído, caer en la predica. Populismo.
La línea es muy delgada y López Obrador debe conocerla con precisión. Cruzar esa línea es peligroso en campaña porque en muchos casos se generaliza, se polariza o se calumnia. Como lo hizo al enfilar contra los empresarios sin necesidad. De los cuales sabemos hay honestos y deshonestos, igual que con los políticos.
Pero no olvidemos que estamos en campaña y López Obrador, aunque vaya tan arriba, sigue siendo candidato: necesita garantizar su triunfo y quiere mayoría en la cámara para gobernar sin dificultad.
Por eso sostendrá hasta el primero de julio un discurso sumamente simple, un discurso de blancos y negros y de todo o nada mientras su equipo y voceros explican con manuales y argumentos sus ideas más complejas.
Los especialistas explicarán la amnistía, el modelo económico y la estrategia anticorrupción. López Obrador insistirá en “becarios no sicarios”, “habrá prosperidad y empleo” y “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”. Cosas que no son así de simples, pero que todo mundo entiende y le gustaría ver.
En eso, el discurso de López Obrador no es muy distinto de aquel que usó el candidato Vicente Fox en el año 2000: ¿se acuerda de resolver Chiapas en 15 minutos o de sacar a las víboras y tepocatas del poder? Otra elección, Distintos candidatos, distinto partido y hasta distinta ideología; pero la misma lógica electoral: corramos al PRI y todo se resolverá.
Ya sabemos cómo acaba la cosa cuando el candidato ganador no entiende que se acabó la campaña.
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