Fabrizio Mejía Madrid
06/03/2024 - 12:05 am
El miedo
Es decir, para Gálvez, desmilitarizar es militarizar. Es el regreso insospechado de la estrategia de Genaro García Luna y Felipe Calderón, bajo el ropaje holgado de la palabra “desmilitarizar” que quiere decir, como en la novela de Orwell, lo contrario.
“Voy a ser una Presidenta valiente, una Presidenta sin miedo, eso voy a ser, me voy a hacer responsable de la seguridad de ustedes, no le voy a echar la culpa a Calderón o a Enrique Peña Nieto”.
“Ya basta que los ciudadanos caminen con miedo y los delincuentes estén libres en las calles. Óiganlo bien: en mi Gobierno habrá cero tolerancia a la impunidad”.
“Morena defiende la soberanía del crimen organizado. Yo defiendo la soberanía de los mexicanos”.
Morena es más narco, más muerte, más miedo, la disyuntiva para México en esta elección es muy clara, continuar por el mismo camino, lo que significaría claudicar ante la delincuencia, o luchar para defender a las familias, defender a los jóvenes, defender a quienes trabajan y a quienes esfuerzan; Claudia es claudicar y México no quiere claudicar”
“En EU no hay intervención de otros funcionarios en dependencias. La DEA es una agencia seria, Biden no le puede decir al Departamento de Justicia ‘investigase a tal’, allá cada quien camina por su cuenta”.
“Vamos a desmilitarizar al país, al Ejército le corresponde estar en las calles, es el primero que requiere que haya una policía nacional de a de veras, necesitamos que la Guardia Nacional sí esté en los estados de manera permanente”.
“Ya basta que la cárceles sean el lugar donde se extorsiona, donde se tiene privilegios porque viven casi igual como si vivieran en la cárcel”.
“Tenemos que librar a México de los criminales y lo vamos a hacer porque esta mujer no va a pactar, se acabaron los abrazos para los criminales, les vamos a aplicar toda la Ley”.
“A nuestros soldados y marinos no les corresponde tapar los baches en una carretera o prestar servicios de hotelera en un centro turístico, vamos a sacar al Ejército y Marina de las tareas civiles que los distrae de su misión principal: defender a México de la mayor amenaza de nuestra soberanía, el control territorial del crimen organizado sobre vastas zonas del país, a los civiles lo que es de los civiles y a los militares lo que es de los militares”.
“Ojalá tuviéramos ‘maras’ y no cárteles”.
He seleccionado estas diez frases de los primeros tres días de campaña de la candidata presidencial del PRI, PAN y PRD, para dar cuenta del desorden argumentativo que padece su propuesta de seguridad. Lo más destacable es que, para quien le escribió la propuesta, la militarización es que el Ejército haga labores civiles, como construir aeropuertos y vigilar aduanas, y no que salga a las calles, de nuevo, a controlar el supuesto territorio nacional. Es decir, para Gálvez, desmilitarizar es militarizar. Es el regreso insospechado de la estrategia de Genaro García Luna y Felipe Calderón, bajo el ropaje holgado de la palabra “desmilitarizar” que quiere decir, como en la novela de Orwell, lo contrario. Para ello, repite la idea de su trollcenter de que a quien se le dan “abrazos” es a los criminales y no, como es, a las poblaciones de jóvenes y agricultores susceptibles de caer en las redes de la delincuencia. Los “abrazos” no se refieren a si saludas o no a la mamá del «Chapo» que, por cierto, ya hasta se murió o si tuviste que soltar a su hijo Ovidio para no hacer una masacre de civiles, aunque lo recapturaras un año después. La idea es repetir la consigna de la DEA de que lo que hizo Felipe Calderón con Genaro García Luna, lo hace en realidad el Presidente López Obrador. Una estrategia que pone en riesgo la soberanía nacional y que no le ha servido a la candidata Gálvez: el Presidente subió dos puntos en aprobación justo cuando agudizó su campaña del narco.
La candidata Gálvez vuelve al mismo tema que desató la guerra contra el crimen de Felipe Calderón: que se debe castigar sólo a lo que ellos consideran inseguridad, que es la perturbación de la vida urbana. No entran en su categoría de condenables, por ejemplo, la evasión fiscal, la salida de capitales hacia paraísos fiscales, la corrupción que permite que una funcionaria pública condicione el otorgamiento de permisos de construcción a cambio de contratos a sus empresas. No, en realidad, la inseguridad para Gálvez sólo es el tráfico de drogas ilegales y no otras que atentan contra la Nación, como la inseguridad energética, alimentaria, o ambiental. Gálvez sigue en la lógica de García Luna donde se necesitan más cárceles concesionadas a los privados. No está de más recordarle a la candidata del PRI que, según datos del Inegi, 40 por ciento de los que están en las cárceles mexicanas no tienen sentencias y que siguen ahí porque no tienen dinero para un bufete de abogados gangsteriles que los saque, como aquellos que liberaron a Juan Collado o a su candidato del PRIAN García Cabeza de Vaca. La caída en la cárcel es una selección económica de culpables. El 72 por ciento de los presos no estudió más que hasta la secundaria. 70 por ciento de los encarcelados son artesanos, operadores industriales, campesinos, o comerciantes. Sólo el uno por ciento se dedicaba a actividades ilegales. Así, proponer más cárceles como hace la candidata Gálvez, es proponer que se castigue la pobreza, la falta de derechos, y hasta de escolaridad.
La idea de la derecha fascistoide que representa Gálvez es que hay que inflingir sufrimiento a quien comete un delito, es decir, hay que vengarse con un dolor proporcional al daño hecho. No hay ningún bien social que salga de ese tipo de castigo. Sólo un cierto placer de la autoridad policiaca o de los jueces para que se le tema y no se les objete. Gálvez dice que será muy valiente, como si la seguridad fuera un asunto de autoestima. No lo es. Es, como se demostró en la ciudad de México, cuando gobernó su contrincante en la boleta, Claudia Sheinbaum, un tema institucional, de coordinación entre fiscalías, policías, guardias, y juzgadores. En el Gobierno de Claudia en la capital de la República los delitos de alto impacto bajaron 56 por ciento y la percepción de seguridad fue del 74 al 42 por ciento. Ahí hay resultados de una estrategia que considera como causas del delito el abandono de los jóvenes por parte de las instituciones escolares y del entorno urbano.
Pero, en su afán protagónico, Gálvez cree que la seguridad es una decisión de ella, personal, de su determinación, como lo fueron los montajes de firmeza de Felipe Calderón al que no le temblaban las manos pero que, de los 121 mil detenidos por supuesto narcotráfico, esos que salían esposados en la televisión, sólo el uno por ciento, es decir, mil 306 detenidos, se les pudo seguir un juicio. La adicción de Calderón, además de la obvia, era encarcelar, privar de la libertad, aunque el delito estuviera ausente. Los culpables lo eran, como en la religión que profesan varios panistas, de origen, no por sus acciones.
Me quiero detener un poco en esto último, habida cuenta de que la propia Gálvez se cortó un dedo para firmar con sangre que no va quitar los mismos programas sociales que su partido votó en contra en las Cámaras y que, de todos modos no se pueden quitar porque son constitucionales. No obstante que no servía de mucho, se sangró un dedo para firmar su compromiso inútil. Eso trajo una asociación entre la guerra de Felipe Calderón y la amputación corporal. Hubo quien hasta vio rituales iniciáticos del grupo clandestino de ultraderecha, El Yunque. A mí me remitió a la idea de la deuda. La tenemos muy bien representada en El mercader de Venecia de Shakespeare, cuando el usurero pide, a cambio de su dinero, una porción de la carne del deudor. Es decir, ya no se trata más de la restitución del daño, sino reparación por medio del dolor o, como se dice, que tenga su “merecido”. En el imaginario de la derecha vale más la amputación que la compensación. Que sufra, aunque no pague o, mejor, sufrir es pagar. Es lo mismo que el crimen organizado hizo con los decapitados y colgados en el régimen de Calderón. La estrategia del propio Calderón contra todos los cárteles que no fueran el de Sinaloa, para quienes trabajaba su Secretario García Luna, era esa misma: venganza, no compensación. Eso nos puso como país a discutir el precio de un delito como el tráfico de drogas. Los seres humanos no valían nada en esta estrategia, lo mismo si eran culpables de algo o inocentes. Calderón les llamó “daños colaterales” y con eso les quitó todo valor frente a un supuesto bien mayor que era el “control territorial del Estado mexicano”, que es una noción de patrullero que también usa la candidata Gálvez y su cifra estrambótica de que un tercio del territorio lo controla el narco. Un tercio. Es decir, 657 millones de kilómetros cuadrados. Es una locura siquiera imaginar cómo se puede patrullar esos millones de kilómetros que deben ser de desiertos, de carreteras inhóspitas, de cerros inaccesibles. Al menos en la cabeza de quien dice que eso existe.
Pero volvamos al precio que debe pagar un delincuente. Está, por una parte, la reparación del daño a quien se dañó. Y, por otra parte, está la idea del fanatismo católico de que el infractor debe sufrir por haber infringido una norma general, es decir, expiar su culpa. En una, el acento está puesto en las víctimas y, en el otro, en el infractor. De la lógica de la deuda a la lógica de la culpa, Calderón terminó por ejercer una violencia casi al azar, si no hubiera sido porque, del cártel al que beneficiaba, sólo hubo 114 del «Chapo» fueron detenidos, 83 por circular drogas y 31 por lavar dinero. Piénsese en los 23 mil asesinados, entre ellos, menores de edad, y se tendrá una cifra del éxito de esa estrategia que ahora relanza la candidata Gálvez como si hubiera sido una gran idea. Ella se sacia con decir que hay abrazos para los criminales, cuando lo que hizo Calderón fue asesinar civiles y llenar las cárceles de pobres. Ella vuelve a la sangre para materializar la penitencia, la mortificación, la aflicción que debe demostrar la sinceridad de la fe, al menos entre las órdenes religiosas católicas. No por nada, el origen de la cárcel está en el claustro de las monjas que usaban el látigo para corregir sus naturalezas pecadoras. Desde la zona cristera de México, Gálvez volvió a la representación del castigo autoinflingido de nuestra Edad Media.
Los opinadores de la derecha siempre recurren a una ficción creada por Thomas Hobbes en el siglo XVII inglés. Esta ficción dice que, para no matarnos entre nosotros, recurrimos a un pacto con el Estado, al que le otorgamos el uso legítimo de la violencia. Lo que no dicen es que Hobbes la inventó para evitar las guerras religiosas y que fue refutado inmediatamente por los demás pensadores que no las padecían en sus países. Para la derecha es casi un dogma de fe que, el Estado debe violentarnos para que no nos hagamos daño entre nosotros. John Locke se burló de esa ficción diciendo que serían estúpidos los hombres que se preocupaban por los zorros poniéndose al amparo de un león. Escribió: “un temor, a la violencia o la muerte violenta, no puede ser apaciguado por otro miedo ahora al Estado, provocando así que la supuesta solución acabe siendo parte del problema”.
Baruj Spinoza, por su parte, invirtió la fórmula de Hobbes argumentando que el Estado debería quitarle el miedo a sus ciudadanos, no infundírselo. Escribió: “Las leyes deben establecerse en cualquier Estado de tal modo que las personas se refrenen no tanto por miedo cuanto por la esperanza de lograr algún bien sumamente deseado, pues de esta manera todos cumplirán gustosos con su obligación. La finalidad última de una república no es dominar o refrenar a la gente amedrentándola, o someterla a un derecho ajeno, sino librarla del miedo para que viva en seguridad en la medida de lo posible […] El verdadero fin de la república es, pues, la libertad”.
Y con esto me gustaría que nos quedáramos sobre la neolengua de Xóchitl Gálvez que se dice en favor de las “libertades” pero empieza su campaña con el terror a eso que llama el control territorial del Estado. Que pide desmilitarizar las obras públicas, pero sacar el Ejército a la confrontación callejera. Que se dice a favor de la paz, pero propone de nuevo un modelo de inseguridad que ensangrentó al país de puros inocentes, que encarceló a los más pobres. No era necesario que se sangrara un dedo para que le creyéramos. Ya vimos de lo que fueron capaces entre 2006 y 2018.
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