Dios tiene tripas es un libro de 11 ensayos editado por el Fondo de Cultura Económica que ahonda desde distintas perspectivas en los desechos humanos. Lo hace desde la provocación, el humor y la meditación.
Ciudad de México, 6 de marzo (SinEmbargo).– “Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece”, a partir de esta reflexión filosófica del escritor checo Milán Kundera, la escritora mexicana Laura Sofía Rivero construye Dios tiene tripas (FCE).
“El gran tema del libro es la vergüenza y la intimidad y me parece que es también el gran tema de nuestros días, dado que estamos muy acostumbrados a exponernos virtualmente en el internet, en las redes sociales, pero esa exposición absoluta sigue chocando con un recato que tenemos para hablar de nuestro cuerpo”, comentó la autora en entrevista con SinEmbargo.
Laura Sofía Rivero compartió que en la construcción de este libro recurrió a otras obras que hablan sobre los desechos como La materia oscura de Florian Werner, publicado por Tusquets, el libro de Jonathan Swift sobre las flatulencias, Leer en el retrete de Henry Miller, El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki y El lugar silencioso del Premio Nobel Peter Hanke.
“Me fueron bastante útiles, pero había poco al respecto. Creo que lo que más encontré, más que libros en sí mismos, que además están muy diseminados históricamente, no hay mucha bibliografía al respecto, encontré pasajes en obras canónicas, El Quijote, Cien años de soledad, Gargantúa y Pantagruel. Obras que nosotros, al pensar que son literatura canónica y capital de la historia del arte, como que no hablarían de estos temas”, precisó en ese sentido.
Aunque, mencionó, no todo la investigación que realizó se base en otras obras, sino que la esencia que exuda su trabajo se debe a las conversaciones que tuvo con otras personas. “Me parecía muy curioso porque me preguntaban por qué quería hablar de ese tema si nadie quiere hablar de eso, para qué hablar. Después de sorprenderse, me comenzaban a contar una serie de anécdotas, de reflexiones, de lo que pensaban”.
“Vivimos nuestra privacidad con mucho recato, pero estamos obligados a compartirla colectivamente sólo por el hecho de que estamos hacinados en las ciudades, estamos obligados a la convivencia colectiva”, señaló Rivero.
Cuestionada sobre los comentarios que ha tenido a raíz esta publicación, la ensayista y docente aclaró que ella escribe pensando en construir a un nuevo lector a partir de los textos.
“Por eso ha sido muy satisfactorio ver que, a pesar de los temas tan difíciles, a pesar de muchas provocaciones que incluso desde el mismo título con esta reflexión filosófica que hace Milan Kundera, ha tenido una buena recepción, les ha interesado a otras personas y creo que se debe a que vivimos en una época en que cualquier consumo de contenido lo hacemos para entretenernos, pero no para desafiarnos, para incomodarnos, para sacudirnos, y al menos espero que la literatura haga lo que no nos pueden dar otros espacios que están diseñados para gratificarnos todo el tiempo, para darnos una palmada en la espalda. Me gusta que en la literatura también pueda haber esa posibilidad de experimentar otras sensaciones que enriquecen nuestra manera de concebir la experiencia humana en general”.
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—¿Qué te lleva a ahondar sobre un tema que, como tú misma señalas, prefiere llevarse al plano de la discreción?
—Siempre he percibido al ensayo literario como un excelente territorio para explorar lo que nos da miedo, para explorar lo que nos avergüenza. A partir de una anécdota personal que fue solamente por tener que hacer una fila para tener que acudir a un sanitario en una plaza comercial, empecé a pensar en temas aledaños que quizá no tenía muy presentes como la necesidad humana está mediada por la monetización, cómo la intimidad se ve muy cercana y sitiada en estos espacios que tenemos que compartir con muchos desconocidos. Me empecé a dar cuenta de que iba más allá de solo una experiencia cotidiana, sino que era, por ser un tema del que nunca se habla, una oportunidad muy buena para enfrentarlo con otros tópicos cercanos.
La literatura siempre nos acerca a asuntos que no considerábamos valiosos o de relevancia para reflexionar. Fue por eso que comencé a interesarme en conocer un poco más al respecto de este tema que, por supuesto, para muchos e incluso para mí en un principio, era muy desagradable. Pero también trato de escribir para eso.
—Un poco relacionado a tus motivos, pero que además es la materia prima de tus reflexiones, ¿en qué momento pasamos a ocultar y dejar de hablar sobre nuestros desechos?
—La historia de nuestros desechos se convierte en una especie de historia cultural tanto de la vergüenza, como de la intimidad y también una historia cultural de la salubridad o de la higiene. El contacto con los desechos humanos de la Edad Media hacia atrás era muy distinto a como lo concebimos ahora, incluso en esta historia cultural se puede ver el crecimiento de las urbes, de sociedades que al tener que estar más en compañía unas de otras se ven con esa necesidad de irlas retirando para que no estorben dada esa cercanía.
También por eso me llamó mucho la atención hablar de este tema. Al comparar nuestra forma de vivir, nuestra relación con la sociedad, con cómo la han vivido otras sociedades, otras épocas históricas, uno ya no da por sentado la forma en cómo la vive.
Me gustaría que al leer este libro nos sorprendiéramos un poco sobre cómo experimentamos nuestra vida cotidiana, que el lector se dé cuenta de todo lo que tuvo que pasar antes para vivir esta relación con la sociedad como la vivimos actualmente. Incluso incitarlo a imaginar cómo será después. Coloco, por ejemplo, cómo se vive la relación con la sociedad y los desechos en espacios que nos parecen muy alejados, como la relación que tienen los astronautas que es otra forma de vida. Descubrir esas otras relaciones de las cuales no tenemos mucha conciencia nos puede ayudar a imaginar cómo sería en un futuro.
Además, después de la contingencia sanitaria creo que nuestra relación con la higiene ha cambiado totalmente, por eso me parece también muy grato que el libro aparezca en este momento en particular, cuando es uno de los temas de conversación, aunque no se nota desde estos puntos en particular.
—Mencionas que el cambio climático en algún momento tendrá que ser el debate, el dejar de talar árboles para el papel higiénico y los desechos en sí mismos tienen impacto ecológico. ¿Hacia dónde tiene que ir este debate sobre cómo gestionar nuestros desechos?
—Todo el libro trata de poner sobre la mesa ciertas ironías. Tenemos muchísima facilidad para hablar del impacto ambiental de muchas otras acciones, la moda, nuestra alimentación, pero si a alguien lo pones a escoger entre su vergüenza e intimidad y la decisión ambiental, se complica muchísimo.
Por eso en el libro me parecía importante resaltar y cuestionar por qué nuestra vergüenza e intimidad tienen un espacio tan distinto en este tema, incluso hasta vivimos cierta hipocresía con cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo, claroscuros que —quizá sin hacer este repaso histórico o incluso de anécdotas de la vida cotidiana— no tendríamos tan presente.
El gran tema del libro es la vergüenza y la intimidad y me parece que es también el gran tema de nuestros días, dado que estamos muy acostumbrados a exponernos virtualmente en el internet, en las redes sociales, pero esa exposición absoluta sigue chocando con un recato que tenemos para hablar de nuestro cuerpo.
A pesar de que actualmente le damos muchísima más énfasis a hablar de nuestra corporalidad, de nuestra relación con aspectos muy sensoriales, preferimos hablar del cuerpo desde la parte de la victimización, de la sublevación o del erotismo, pero no desde este ámbito. Regresar a reconsiderar —como lo decían los antiguos— que sólo somos un costal de desperdicio, es enfatizar asuntos que incluso en la discusión pública que trata de traer reflexiones a colación sobre la intimidad y el cuerpo, quedan aún subterráneas o excluidas.
—¿Piensas que el avergonzarnos y callar lo que expulsa nuestro cuerpo se debe a que lo consideramos un acto tan primitivo que no cuadra con la imagen que queremos dar como especie?
—Sí, en muchos momentos de la historia nuestra relación con nuestro cuerpo fue anulada porque era una especie de mostrar que no existía la dignidad humana. La relación tan sensorial con nuestro cuerpo nos hace pensar que más que seres pensantes y racionales somos mucho más cercanos a las bestias, a los animales. Por eso en muchos momentos de la historia se trató de hacer una separación casi absoluta de ello. Por lo mismo los humoristas lo han tomado como un tema muy importante para recalcar esa dimensión humana que uno no encuentra en muchísimos otros espacios que tratan de sublimar la experiencia humana.
Considero que está interesante poner otra vez sobre la mesa un tema como éste que nos recuerda que estamos hechos de materia perecedera. En los libros que encontré durante la investigación, el tema siempre se trataba de tres maneras diferentes. Por una parte, desde el pleno humor, solamente como un tema soez y gracioso; por otra parte, se hacía una reflexión meramente histórica, intelectual, de la relación cultural con los desechos humanos; y por otra encontré, a pesar de que eran pocos libros, eran libros que lo trataban desde un aspecto sublime, de tratar de quitar los aspectos asquerosos, desagradables y mostrar solamente aquellas situaciones agradables.
Con el libro traté de hacer lo que no había encontrado en ningún otro, el incluir esas tres facetas. No desechar el humor, porque creo que es una manera muy cotidiana de cómo nos relacionamos con el tema, pero no quedarme sólo ahí y también mostrar esas otras dos facetas. Hay temas filosóficos que quedan muy de lado, porque nos da asco incluso pensar en ello. También tratar de que el lenguaje literario le diera una capa de belleza, que parecería que para nada se pueden hacer literatura, y tratar de buscar esa función integral de todos los enfoques para procurar hacer un libro que sirviera como un fractal, de todas esas maneras que tenemos de acercarnos a ese tópico.
—Se logra, es una fusión donde se encuentran todos esos elementos. Es contradictorio que sea agradable leer sobre un tema desagradable. ¿Qué tanto te costó la investigación previa?, ¿cuáles fueron los libros de cabecera?
—Me basé principalmente en La materia oscura de Florian Werner, publicado por Tusquets, que es una investigación muy buena, muy completa y rigurosa de la historia cultural que se tiene con uno de los grandes desechos humanos. También me enfoqué mucho en un libro que tiene Jonathan Swift al respecto de las flatulencias, que es muy humorístico. Y encontré otro texto que se llama Leer en el retrete de (Henry) Miller, que tiene un enfoque tratando de quitar los aspectos desagradables. Algo similar pasa con otros dos textos, El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki. Hace también notas sobre el espacio íntimo del baño. Poco después, gracias a una recomendación, encontré un libro que se llama El lugar silencioso del Premio Nobel Peter Hanke.
Me fueron bastante útiles, pero había poco al respecto. Creo que lo que más encontré, más que libros en sí mismos, que además están muy diseminados históricamente, no hay mucha bibliografía al respecto, encontré pasajes en obras canónicas, El Quijote, Cien años de soledad, Gargantúa y Pantagruel. Obras que nosotros, al pensar que son literatura canónica y capital de la historia del arte, como que no hablarían de estos temas.
Me llama mucho la atención que nos acercamos a las obras canónicas pensando que son literatura de calidad porque rehuyen a los temas soeces, a estos temas desagradables. Cuando uno le habla del Quijote a una persona quizá lo primero que piensa es en una escultura del Quijote y cuando lo lees dices que no tiene nada que ver; ese Quijote que yo tengo parado en mi mesita no existe en el libro. Es un humano muy humanizado y por eso se presta también a estos temas escatológicos.
Lo curioso de la investigación es que no solamente fue libresca, en aspectos librescos encontré muy pocas referencias, sino que los años de investigación fueron sobre todo en conversar con otras personas. Me parecía muy curioso porque me preguntaban por qué quería hablar de ese tema si nadie quiere hablar de eso, para qué hablar. Después de sorprenderse, me comenzaban a contar una serie de anécdotas, de reflexiones, de lo que pensaban.
No hubo nadie que no me contara con profusión todo lo que le suscitaba el tema. Fue muy interesante, sentir que este libro no es solamente colocar mi propia voz, sino dar voz a todas las otras voces que por pudor no se atreverían a compartir estas anécdotas. Por eso al final el libro tiene una serie de agradecimientos que coloqué como graffitis de baño público, para hacer presente esa paradoja que le dio inicio. Vivimos nuestra privacidad con mucho recato, pero estamos obligados a compartirla colectivamente sólo por el hecho de que estamos hacinados en las ciudades, estamos obligados a la convivencia colectiva.
—También das cuenta de cómo nos avergüenza más lo que desechamos naturalmente que los pensamientos que también desechamos, por ejemplo, en las redes sociales.
—La razón por la cual somos poco pudorosos con cosas íntimas como los pensamientos propios es porque las propias plataformas te preguntan qué estás pensando y cualquier cosa se les puede decir. Pero también uno escribe con poco pudor porque de alguna manera estás construyendo un ego, la mejor versión de ti mismo. Creo que esos espacios de socializar nuestra intimidad solamente están enfocando lo bueno, lo bello, lo satisfactorio, la gratificación instantánea. Pero dejan de lado la vulnerabilidad, la vergüenza, el pudor que tenemos.
Me parece una contradicción que seamos menos pudorosos con nuestros pensamientos, que pueden variar y no deciden qué clase de persona somos, pero eso sí, nos sentimos con toda la responsabilidad de juzgar los cambios de pensamiento de alguien más. Uno ataca a cualquier extraño por hacer una pequeña búsqueda de lo que ha publicado anteriormente. Pero esta vulnerabilidad a la que estamos amarrados solamente por ser seres humanos que tienen un cuerpo, eso sí nos da muchísima vergüenza, nos da muchísimo pudor y es algo a lo cual no podemos renunciar.
— ¿Qué comentarios has recibido después de la publicación?
—Escribo pensando en no escribir para un lector que conozco, sino construir a un nuevo lector a partir de los textos. Por eso ha sido muy satisfactorio ver que, a pesar de los temas tan difíciles, a pesar de muchas provocaciones que incluso desde el mismo título con esta reflexión filosófica que hace Milan Kundera, ha tenido una buena recepción, les ha interesado a otras personas y creo que se debe a que vivimos en una época en que cualquier consumo de contenido lo hacemos para entretenernos, pero no para desafiarnos, para incomodarnos, para sacudirnos, y al menos espero que la literatura haga lo que no nos pueden dar otros espacios que están diseñados para gratificarnos todo el tiempo, para darnos una palmada en la espalda. Me gusta que en la literatura también pueda haber esa posibilidad de experimentar otras sensaciones que enriquecen nuestra manera de concebir la experiencia humana en general.