El agua es nuestra, carajo

06/03/2013 - 12:01 am

Fue una conferencia multitudinaria. Ahí estábamos todos: los burócratas de traje, los ingenieros y sus camisas a cuadros, los políticos con sus mancuernillas, las asociaciones indígenas y campesinas con sombreros y bordados, los oenegeros con palestinas y los ecólogos con pantalones cargo.

Se sentía en el aire la victoria, el júbilo. Era el IV Foro Mundial del Agua, 2006 en el Distrito Federal, y los que daban la conferencia eran los triunfantes cochabambinos, los que habían logrado sacar, hacía seis años, a la muy desgraciada trasnacional que tuvo, entre otras, la puntada de cobrar por el agua de lluvia.

Ellos eran la resistencia, la vanguardia. Más aún, eran el ejemplo de que el pueblo unido jamás será vencido. Eran el triunfo de la gente de a pie, de los olvidados, sobre el poder de las grandes compañías multinacionales que ahora se yerguen por encima de los estados.

Su lema: “El agua es nuestra, carajo”, porque el agua es del pueblo, porque el agua es un derecho, porque el agua no es un recurso como cualquier otro, porque sin agua, carajo, no hay vida. Y sin embargo, hoy día, no falta la luminaria que afirma que lo mejor para el suministro de agua de las ciudades es la iniciativa privada. ¿Tendrán algo de razón?

Breve historia de la deriva urbana por el agua

En la primaria aprendimos que la civilización (lo que sea que eso signifique) floreció en los márgenes de los ríos: el Nilo, el Tigris y el Éufrates, el Amarillo o el Sena. O en las riveras de los lagos y sobre éstos, como Tenochtitlan. Las razones son obvias y de hecho, salvo contadas excepciones, todas las ciudades del mundo se construyeron cerca de un cuerpo de agua dulce (Tijuana, Juárez, Matamoros, Monterrey, Guadalajara, Puebla, Culiacán, Villahermosa, Torreón, todas las del recorrido del Lerma y un largo etcétera). En el caso de las ciudades fundadas a la vera de los ríos se dieron dos derivas sociales: una que podríamos clasificar como “racista” y otra como “clasista”.

La deriva racista fue la menos popular y sucedió en lugares donde una raza sometió por las armas a otra, como en México. Aquí, son comunes los barrios de “Analco”, del “otro lado del río”, donde se establecía a la comunidad indígena separada de los barrios de los conquistadores para evitar mezclas.

La deriva clasista ha sido la más socorrida alrededor del mundo y conlleva un componente ambiental. No sólo utilizamos agua para tomar, cocinar o regar los campos, sino también para verter nuestros desechos. Así, en un poblado, el agua de río arriba siempre estará más limpia que río abajo y, por consiguiente, las clases altas se establecen río arriba. Mire usted ciudades como Chicago o Medellín: los barrios altos están río arriba.

Sin embargo, en contra de lo que a veces puede pensarse, esta separación no necesariamente tiene un componente racista o ha sido inducida por la coerción. Sino que la explicación es económica: las tierras río arriba, cercanas al agua, son más caras que las que están río abajo. De modo que sólo pueden pagarlas las personas con mayor poder adquisitivo.

El fenómeno, conforme fueron creciendo las ciudades, se repitió fuera de los márgenes el río: era más cara la tierra donde había agua, pozos, veneros, etc… Y, por supuesto, esta separación “económica” trajo consigo otras derivas. La clase baja no sólo vivía en peores condiciones ambientales (tomando el agua a donde los ricos vertían sus desechos, su mierda, literalmente, cocinando con ella) sino que además la clase baja siempre ha tenido menos recursos para pagar doctores y medicinas. De ahí que los científicos hicieran un salto lógico maravilloso: los pobres son sucios y traen enfermedades. ¿Por qué?: por su cultura, según ellos, porque falta educarlos, etcétera… O, por lo menos, hay que ponerles uniformes a las sirvientas.

Conforme el agua fue canalizada y entubada, y aparecieron el drenaje y la maravilla de abrir un grifo y tener agua (piénselo un momento: sí, es una maravilla), los barrios siguieron, por lo general, la deriva establecida: los ricos con los ricos y los pobres con los pobres. Pero eso no quiere decir que ahora toda persona que se mude de residencia llegará a una casa con agua. De hecho, las clases menos pudientes siguen llegando a vivir a barrios sin agua, en las zonas más alejadas y escarpadas de la ciudad. En teoría, es obligación del gobierno otorgar el suministro.

¿Pero qué pasa con gobiernos de países pobres, sin recursos para llevar el agua a sus habitantes?

Cochabamba y el mito de la iniciativa privada

Desde los años ochentas, pero con mayor impulso desde los noventas, proliferó la idea de que la mejor forma en que los países pobres podían construir la infraestructura necesaria era permitir la inversión privada extranjera. Se decía que los gobiernos estaban pauperizados y no aguantarían mayor deuda externa, que la iniciativa privada local no tenía los recursos suficientes, que había mucha corrupción y que, por supuesto, las empresas extranjeras eran la solución a todo esto.

Sin embargo olvidaron un detalle: la idea de una empresa es maximizar la ganancia. Recalco: no se trata sólo de “obtener ganancia” sino de maximizarla: reducir los costos lo más posible y aumentar los ingresos lo más posible.

Así, si bien la ola de privatizaciones ha mostrado en el mejor de los casos que una empresa privada funciona tan bien como su mami paraestatal (Telmex, por ejemplo), en el caso del agua, la privatización no sólo ha sido desastrosa sino inhumana. Me explico.

Los barrios de menor ingreso, como ya se dijo, están en las zonas más alejadas de los cuerpos de agua, sino es que están en zonas más escarpadas de la ciudad. De modo que el costo de la infraestructura necesaria para llevar agua allá es mucho más elevada que para llevarla a los barrios de ingreso medio. Además, son pobres y el precio que puede poner la empresa al consumo es bajo. ¿Cuánto tiempo tardaría en recuperar la inversión?

Peor aún: la inversión es de alto riesgo. Los barrios, dicen, son inseguros y puede ser un problema ir a cobrar. Además, ¿cómo se controlaría la apertura de tomas clandestinas, como los “diablitos” para la electricidad? Si usted fuera empresario, en su sano juicio, ¿haría la inversión?

Si respondió afirmativamente, es probable que esté pensando: “sí, si el gobierno otorga las condiciones de seguridad”. Y, efectivamente, eso fue lo que sucedió en Cochabamba, Bolivia. Aguas del Tunari, perteneciente a la multinacional Bechtel, pidió estas “condiciones de seguridad” y las obtuvo.

En primer lugar, el costo del consumo de agua tenía que ser lo suficientemente alto para que la empresa operara en números negros, así que lo incrementó. En segundo lugar, para evitar tomas ilegales y anexas, la trasnacional tenía el derecho de cobrar por TODA EL AGUA, cualquier agua almacenada que se usara para consumo: podía cobrar por cualquier pozo que se hiciera (o clausurarlo), podía cobrar incluso por el agua de lluvia almacenada (pues podía ser una mentira “ladina” para ocultar una toma ilegal). Y, en tercer lugar, la trasnacional contaba con el apoyo de la policía para garantizar que estas “condiciones de seguridad” se cumplieran.

¿Y qué pasó? Pasó lo que se conoce como la “Guerra del agua”.

El agua no es un recurso, es un derecho

El costo del agua se volvió impagable para el grueso de la población en Cochabamba. Comenzaron a racionalizar, a reutilizar el agua de los baños, de la cocina, el agua para tomar, el agua para bañarse. Lavar la ropa se convirtió en un lujo. Y se buscaron alternativas y vino la represión policíaca: la clausura de pozos, el embargo de sistemas de recolección de agua de lluvias. Y vinieron las protestas y vino más policía. La gente tomó las calles. Se declaró estado de sitio. Hubo centenares de heridos, de hospitalizados, de encarcelados. Hubo muertos.

Al final, Bechtel salió de Cochabamba (pero demandó al gobierno de Bolivia económicamente) y Evo Morales llegó a la presidencia (y entonces Bechtel retiró la demanda, seis años después). Durante la conferencia del IV Foro Mundial del Agua aún no sabíamos qué había pasado con la demanda, pero estábamos enfebrecidos con la victoria. Entonces alguien preguntó:

–¿Y los barrios bajos de Cochabamba ya tienen agua?

Los ponentes bajaron la cabeza. Dijeron que no, que todavía no. Silencio.

Ahora, trece años después, no sé si tengan agua. Sé que es complicado para un gobierno proveer de servicios básicos a sus habitantes, pero también sé que la lógica empresarial, por ningún motivo, podrá ser la solución para un problema de servicios básicos: va en contra de sus principios, de su naturaleza.

Más aún, el agua es un derecho y los derechos no deben ni pueden ser mercantilizables, igual que la libertad de un individuo no debe convertirse en mercancía. Cuando los derechos fundamentales son convertidos en mercancía por una élite engreída y codiciosa, viene la revolución.

Habrá que recordarles esto a nuestros inteligentísimos políticos: el agua es nuestra, carajo.

Nota: para más información puede buscar en Youtube, por ejemplo:

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas