El doctor Sócrates

05/12/2011 - 12:01 am

No es común que los futbolistas llamen la atención fuera de la cancha. A la gran mayoría no les da para otra cosa que no sea el balón. Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieyra de Oliveira rompía todos los esquemas. Dos veces conversamos con él. Una en México, en el Mundial 86, y la otra en Sao Paulo. Medía 1.93, lo que provocaba que se distinguiera donde estuviera; era difícil no verlo con esa altura. Daba idea de que a veces no sabía donde meter su cuerpo en la cancha y fuera de ella. Jugaba de medio y gozaba que la pelota pasara por él. Los medios en el futbol son los que permiten que las cosas pasen en la cancha. Sócrates gozaba el juego y fue un factor fundamental para que su equipo de toda la vida, el Corinthians, despegara y se moviera bajo las condiciones de mayor “equilibrio”, como decía el propio Sócrates, entre jugadores, directivos y dueños.

De origen humilde, al igual que personajes como Garrincha, tuvo dos debilidades mortales: el cigarro y la cerveza. En Sao Paulo, nos dijo que estaba tratando de salir de ello, y nos repitió lo que decía constantemente sobre el tema: “el vaso de cerveza es mi psicólogo”. Sócrates era un gran jugador pero fue fuera de la cancha donde llamó la atención de los que no son futboleros. En una ocasión se jugaba la final de uno de los muchos torneos de Brasil. Ante un estadio lleno, salieron los equipos y Sócrates apareció con su equipo con una playera blanca con una frase que decía: “ganar o perder pero siempre con democracia”, como una crítica abierta a la dictadura militar de aquellos años.

Para Sócrates, el futbol era una fiesta con sentido social. En una de la conversaciones que tuvimos salió el tema de la pobreza en Brasil y los problema sociales que en aquellos años se vivían en las favelas de Río de Janeiro, por cierto, no muy diferentes de los de hoy. Nos miró fijamente y entre cigarro y cigarro nos dijo: “el futbol es de las pocas posibilidades para que los niños y los jóvenes de las favelas salgan de ellas, sino es el futbol, es la pobreza”.

En el Mundial de 82, Brasil de nuevo fue un equipo que maravillaba, como lo fue en el de México 70. En los cuartos de final contra Italia se jugaron el todo sin importarles que con el empate estaban en la siguiente ronda. Esto no paso por la cabeza ni de Zico, ni de Falcao, ni de Sócrates, ni de Paulo César. Se trataba de ganar y jugar ante la alegría de la tribuna. Ese día, empezó a aparecer quién sería la figura del mundial español. El italiano Paulo Rossi los mató con dos goles de oportunidad e Italia ganó 3 a 2; Rossi, por cierto, años después, terminó en la cárcel acusado de ser parte de toda una mafia dedicada a apuestas clandestinas.

Esa tarde el vestidor brasileño era un tumba. Había sido vencida una forma de jugar, sentir la vida y al futbol mismo. Sócrates y sus compañeros lo sabían. El doctor se puso de pie a la mitad de vestidor y lanzó una frase inolvidable: “mala suerte y peor para el futbol”. Sócrates terminó su vida en lo que llamaba su “segunda pasión”, la medicina. No le fue muy bien porque resultó demasiado alternativo.

En innumerables ocasiones lo buscaron los políticos porque sabían de su sentido social de la vida, de su defensa de la libertad y de la democracia, y porque vivía para “darle voz a los que no la tiene y no son escuchados ni mirados”. Lula lo presionó en serio para que trabajara en su gobierno. Sócrates se negó una y mil veces. No creía en el sistema de partidos ni en las cuotas. Era en algún sentido anárquico, un hombre que creía en la “libertad con responsabilidad” y en el socialismo. Murió de manera extraña por una bacteria que se le metió en el cuerpo. Lo lloran no sólo porque fue un futbolista que se emocionaba, nos emocionaba y que gozaba tener el balón en sus pies. Le lloran en Brasil a un buen ser humano, libre y comprometido con su país. Se va el hombre de las frases contundente, irónicas, divertidas y sabias. Le van dos más: “regalo mis goles a un país mejor” y “muchas pienso si podemos dirigir este entusiasmo que gastamos en el futbol hacia algo positivo para la humanidad pues a fin de cuentas el futbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola”.

Javier Solórzano
Es periodista. Conductor de radio y televisión.
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