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Tomás Calvillo Unna

05/10/2016 - 12:00 am

La 57

Buena suerte a los camioneros perdidos Que son la salvación De las almas que arrastra el olvido… “A la orilla de la Carretera”, canción de Jaime López.

Los tráileres de doble remolque pululan por doquier; la amenaza latente que el Secretario del ramo de comunicaciones minimiza por razones puramente económicas. Foto: Cuartoscuro
Los tráileres de doble remolque pululan por doquier; la amenaza latente que el Secretario del ramo de comunicaciones minimiza por razones puramente económicas. Foto: Cuartoscuro

Buena suerte a los camioneros perdidos

Que son la salvación

De las almas que arrastra el olvido…

“A la orilla de la Carretera”, canción de Jaime López.

Conocida también como la carretera del TLCAN o NAFTA, en los últimos años se ha convertido en una amenaza mortal, asemeja en ciertas partes un paisaje minado; de Querétaro a San Luis De la Paz es una trágica vergüenza asfáltica.

Los tráileres de doble remolque pululan por doquier; la amenaza latente que el Secretario del ramo de comunicaciones minimiza por razones puramente económicas, las mismas razones económicas (en diferente dimensión de cálculo) que cegaron en otro sensible tema a un Secretario conocido por su inteligencia, al no entender esas minucias humanas de la vida diaria de millones, que ciertamente aún tienen sentimientos y creencias, por las cuales sostenerse y luchar.

La 57 es un ejemplo de lo que sucede a vista de miles, sin que nada cambie, tenemos una incapacidad colectiva que adquiere en ocasiones proporciones monstruosas.

Hace unos días viajando en la noche durante el fin de semana patrio, a las tres de la mañana, el autobús de pasajeros se detuvo del lado izquierdo en una cuneta. La mayoría de los viajeros dormían, mire mi reloj y ya habían pasado 15 minutos sin movernos, una mujer  sentada delante volteó y preguntó -¿qué pasará?, ¿por qué nos detuvimos?-

Pensando sobre los asaltos nocturnos ocurridos con anterioridad, junto a dos pasajeros más que habían despertado y tomado conciencia de la incertidumbre, nos aproximamos a la cabina del conductor, le tocamos y no respondió, abrimos esa puerta y para sorpresa nuestra no había nadie. Frente a nosotros estaba solo el enorme parabrisas y más allá las veloces luces que no cesaban de pasar dejando la estela de los acelerados motores.

Alcanzamos a ver por el retrovisor externo, varias luces detrás de nuestra unidad,  estábamos encerrados y no podíamos abrir la puerta, por unos momentos nos quedamos atónitos, hasta que un joven se sentó frente al volante y  comenzó a buscar en el tablero de control la forma de abrir la puerta automáticamente, después de unos minutos le atinó y escuchamos esa bocanada de aire que retornó la respiración fresca de las horas nocturnas. Con cuidado descendimos  a la orilla de la carretera.  Caminamos rumbo a la parte posterior y vimos al conductor que se acercaba, -disculpen-, nos dijo con su camisa blanca desabrochada de la parte superior, -pero a un compañero le pasó un accidente y me detuve a ayudarlo-.

Nos acompañó para a ver lo qué había pasado y llegamos frente a otro autobús, igual en línea y modelo al nuestro, el cual tenía todo el parabrisas estrellado y los faros deshechos; podíamos ver a los pasajeros sentados  aún incrédulos y asustados sin moverse, las luces interiores estaban prendidas, era un túnel alumbrado de desconcierto humano.

Dos  estudiantes habían bajado y les preguntamos que sucedió, -no sabemos veníamos dormidos y sentimos un golpe muy fuerte, y de pronto quedamos aquí detenidos- respondieron,  -y ¿el conductor?- pregunté, no está, se fue, parece que huyó-.
Perplejos, todos perplejos, ellos, nosotros, -¿Hay heridos?- volví a preguntar, -Creo que no- respondieron al unísono mientras el chofer de nuestra unidad nos pidió que volviéramos a nuestros asientos para reanudar el viaje. –Vamos-, nos dijo ahora sí con cierta prisa. Dos pasajeros del autobús siniestrado lo siguieron para acomodarse en los últimos lugares libres que aún traíamos. Nos fuimos sin saber con qué diablos se golpeó ese camión nocturno.

Dos horas más tarde ya estábamos en la central del norte de la Ciudad de México, sentí en el hombro que me tocaban, abrí los ojos y el conductor solo dijo, -Señor ya llegamos-, mire alrededor, y me di cuenta que todos los pasajeros se habían ido.

Me quede unos minutos a conversar con Ulises, así dijo que se llamaba, ¿qué pasó en ese accidente?… lo único que contestó es que se detuvo cuando vio a su compañero hacer señales con una chamarra junto a su unidad. Cuando lo buscó ya no lo encontró, a los pocos minutos llegaron los federales y se quejó de ellos al decir “que no atendieron a los heridos y que solo buscaban al chofer para conseguir dinero” no quiso comentarme más.

Sería valioso que el Secretario de Comunicaciones y algunos miembros de su equipo viajarán sistemáticamente una vez por semana por las diferentes rutas terrestres por donde transitamos millones de pasajeros y conocer así, los detalles de esta realidad que si no ignoran, si menosprecian.

Porque en el fondo lo que ha perdido la clase política,  es sensibilidad y el método para recuperarla, andan demasiado tiempo en las nubes, por eso no entienden, que no entienden.

Las perspectivas de la vida son diferentes y hay que intentar y saber aproximarlas para lograr eso que se repite tanto en discursos y propósitos: Establecer el buen gobierno.

La carretera 57 es también una prueba fehaciente de la enorme irresponsabilidad, en otro país sería un tema criminal, de justicia criminal.

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