Nuestra imagen de México

05/10/2015 - 12:00 am

Dicen los científicos que uno se comporta según la imagen que tiene de sí mismo. Esto, que para los sicólogos era de sentido común, ya está respaldado con investigaciones de rigor metodológico. Y vale para los cuerpos sociales.

El ejemplo que ponen el María de los Ángeles Aranda y Enrique Gánem, mancuerna divulgadora de ciencia conocida como “El Explicador”, es el de la gente que se sabe (o se siente) creativa. Quien se asume como tal​ -explican- se permite conductas excéntricas, con la seguridad de que serán aceptadas por su entorno porque se trata de alguien “creativo”: beber en exceso, dormir a deshoras, ​decir “palabrotas” y demás hábitos que serían anormales en quienes no son creativos.

Y como ha resultado tan útil extrapolar la psicología del individuo al comportamiento social (LeBon, Noëlle Neuman), surge la pregunta obligada: ¿Será que el pueblo mexicano tiene de sí mismo una imagen de sumisión, de derrota y una desesperanza que le hacen tolerarlo todo?

Pensemos en los constantes esfuerzos de tantos por señalar el agachismo del “mexicano”, como si quien juzga fuera europeo o de perdida estadounidense. Obvio, se trata de un esfuerzo por alejarse de la masa a la que tan fácilmente culpa de no hacer algo por cambiar la situación de caos generalizado que vive México. Una acusación que, al hacerla, el emisor busca colocarse en la fila opuesta: la de quienes no pueden lograr (o ni intentan) que el país enderece su rumbo, ya que no hay esperanza: “el mexicano” es dejado, mal hecho, indolente, flojo, borracho, incumplido, etcétera.

Lo anterior desarticula las pocas posibilidades de apoyo que tienen las iniciativas de personas o grupos que buscan enderezar el rumbo que lleva el país. Con la supuesta certeza de que esos intentos no tendrán apoyo de “los demás”, es fácil ceder a la tentación de la inacción. Y esta decisión de no actuar es la más grande barrera que tenemos. Criticar al mexicano en abstracto es separarse del resto, recular hasta una posición que, además de la comodidad, tiene otra gratificación para el crítico: colocarse en una posición de superioridad respecto “los mexicanos” que critica.

La atomización social que se deriva de la crítica generalizada de cada ciudadano hacia el resto rompe con nuestra identidad y cohesión social. Un país así de dividido es controlado sin mucha dificultad. “Divide y vencerás”. Es por eso que no se aparece la reacción nacional que sería lógica ante eventos como la casa blanca, la mentira histórica, la fuga del chapo, la corrupción desbocada que tiene al gobierno ante una deuda impagable, los obscenos aumentos de sueldos a los funcionarios ante el microsalario mínimo, la postración del gobierno nacional ante los poderes económicos globales, la mordaza a los medios informativos y el desprecio hacia el pueblo, evidente en cada nueva ley, comisión, decisión y acción gubernamentales. Y encima de todo, el poder acusa a sus opositores de las faltas que él mismo comete. El burro criticando las orejas largas, para que no le digan orejón.

Los cambios históricos no se dan pronto ni de pronto, pero su semilla germina bajo tierra y brotan y crecen. Con tantos críticos dentro, el cambio tiene que comenzar por conocer nuestro México, con ojos de niño y hambre de descubrir. Saber que no somos como nos pintan, o ya no habría país. Y cuando cambiemos la imagen que tenemos de nosotros y descubramos nuestro verdadero valor, no habrá poder que nos detenga para darle a México el rumbo que merecemos.

“Propongo que en medio de esta hermosa celebración de logros científicos y literarios hagamos una pausa durante la cena para recordar una de las enseñanzas fundamentales de la economía: que los logros lo son tanto sociales como individuales.” (Palabras de Alvin Roth durante la ceremonia en la que recibió junto con Lloyd Shapley el Premio Nobel en Ciencias Económicas 2012).

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