“En muchas de mis relaciones yo siempre establecía situaciones en las que yo era víctima. Y entonces terminaba siéndolo realmente. Para mí era raro; al principio se me hacía como que era la mala suerte que me llegaba siempre un hombre malo”.
Susana es morena, bajita. Usa el cabello lacio y negro hasta los hombros, y lleva una playera blanca, escotada y ajustada, jeans y zapatos de tacón alto.
Su voz no se quiebra mientras cuenta las circunstancias que la llevaron a audicionar para el proceso de taller y montaje de Medea material, basada en la obra de Heiner Müller.
“Eran relaciones que me causaban mucha dependencia, y era una dependencia emocional, espiritual o hasta física. Y eso me generaba mucho dolor, mucha confusión emocional. Entonces llegó un momento en que tuve que darme cuenta que algo en mí estaba mal, o sea, que no era una cosa del destino, o algo así, sino que yo tenía algún patrón que hacía que estableciera ese tipo de relaciones”.
Un día, Susana se encontró con la convocatoria de Medea material, en la que, literalmente, se lee:
Tres de cada cinco mujeres han sufrido algún tipo de violencia.
Teatro para sobrevivientes
Medea material es un proyecto de teatro social que busca que las mujeres afronten su problemática de violencia de género a través del trabajo escénico, recibiendo orientación y guía de profesionales.
Ojos grandes, expresivos, lentes de armazón delgada, de metal, cabello recogido en una media coleta y piel blanca, Miriam cuenta que fueron dos cosas las que le “llamaron la atención” de la convocatoria: “Por un lado estaba la cuestión del teatro: yo no tengo ningún tipo de antecedente en ese sentido. Nunca estudié teatro, nunca tomé un taller de teatro, sin embargo era algo que a mí me atraía muchísimo, y por otro lado, era una convocatoria sólo para mujeres que hubieran vivido o estuvieran pasando por una situación de violencia de género. Y yo lo estaba viviendo”.
Miriam tendrá un poco más de 40 años. Casi no hace pausas en su relato. “Cuando me preguntaban a mí por qué entré, qué era lo que me interesaba, pues bueno, precisamente era encontrar algunas herramientas para poder trabajar esta cuestión de la violencia de género y no seguir reproduciendo algunos esquemas, porque no era la primera vez. O sea, porque yo encontraba que había elementos que eran coincidentes, entonces eso necesariamente tenía que ver con algo que yo estaba haciendo o dejando de hacer. No sabía qué”.
Toda su expresividad se concentra en sus ojos grandes, maquillados, rodeados de ojeras oscuras que, sin embargo, resaltan en su piel morena. Tiene el cabello muy largo, casi hasta la cintura, y es muy delgada. Se llama Brisa, y aunque dice tener 33 años, parece mucho menor. “Yo llego a Medea por un intento de abuso. Sin embargo, en el camino se me van abriendo los ojos de porqué caemos en esos roles de víctima o victimario, porque somos muy responsables de las dos partes. O sea, ¿qué tanto hace uno para fastidiar a la otra persona, para rebasar ese límite?
Entonces en el proceso se me van abriendo los ojos y voy descubriendo muchas cosas. Y ahora me doy cuenta qué es, ahora sí que desde mi niñez, una enseñanza que me han venido dando. Es así como un patrón a seguir. Y lamentablemente somos una sociedad enferma. Copartícipe de la misma enfermedad, de la misma violencia”.
Para Margarita no hay duda alguna. La razón por la cual se ejerce la violencia de género es, según ella: “Las mujeres somos las que menos nos damos cuenta de que somos adictas a esa violencia, a ese sufrir, a decir: siempre nosotros vamos a estar aquí porque ese es el papel que me tocó vivir en esta vida”.
Rita, que padece endometriosis y ha experimentado el dolor físico casi toda la vida, coincide con Margarita. “Tuve muchos problemas con el dolor. Iba al médico y me decían que era normal. Entonces como que a la mujer, yo creo que en general, se le mete la idea de que el dolor es algo normal, y de que como eres mujer te tienes que aguantar, en cualquier aspecto: psicológico, físico, de pareja, no puedes estar sola porque te ven raro. Entonces te vas creando esa adicción”.
Rosalinda es la más grande. Tiene 61 años de edad y lleva una boina negra, el cabello recogido en una coleta de lado, que parece terminar en una extensión de cabello artificial, mucho más oscuro que el resto, entrecano y teñido. “En realidad el haber entrado a Medea fue como azaroso. Yo pensé que no iban a aceptarme por la edad, soy la mayor del grupo. Yo creí que mi vida estaba resuelta y que yo ya superé todo, la violencia, yo ya no tengo esos problemas, ya para qué y lo único que hacía era como estarlos haciendo a un ladito. Pero eso me resulta en otras situaciones. Tengo TOC (trastorno obsesivo compulsivo). Yo creo que tiene mucho que ver lo que he vivido. Alguien me dijo: no te estés poniendo de tapete, o sea, ya quítate. ¿Por qué me siguen pisoteando? Pues estás ahí de tapete. Síguete poniendo y te van a seguir pisoteando”.
Laura usa lentes. Es delgada, blanca, tiene el cabello ligeramente rizado, hasta los hombros, y no lleva nada de maquillaje. Tendrá cerca de 45 años de edad: “Llegamos aquí todas como mujeres rotas, medeas fragmentadas. Entonces yo de aquí me voy con una gran enseñanza de todas mis compañeras, y me siento como arqueóloga de mis propias ruinas. Entonces aquí he aprendido a reconstruirme”.
Paradójicamente, son las más jóvenes del grupo quienes tardan más en decidirse a hablar, a contar una parte de su historia.
Estamos en un moderno auditorio del Centro Cultural de España, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en donde ellas tallerean, hablan de cómo se sienten, y ensayan, bajo la guía de Itari Martha, actriz y directora del Foro Shakespeare, y sobre todo, creadora de este proyecto.
Es una tarde fría de septiembre; el cielo está cada vez más gris. De pronto, una joven pálida y delgada levanta la mano.
La tristeza no se esfuerza por disimularse en el rostro de Verónica. Aunque se ve muy joven (poco más de 20 años), el dolor ha dejado huellas perennes en sus ojos: “Esto de la adicción al dolor, para mí más bien, por mi historia familiar, fue irme adecuando a la situación de violencia. Hubo una etapa en la vida familiar que fue muy armoniosa, y después vino todo el contraste. Entonces yo sabía que eso no era normal. Sin embargo, día tras día, me iba dando cuenta de que me tenía que adecuar a esas situaciones. Y si yo les decía a mis papás que eso no era normal, pues me decían: “Ay, tú no entiendes de estas cosas”. Y fue por eso que me fui acercando al arte, para poder aclararme las cosas, sin que nadie me dijera que no se podía”.
Melissa, de 26 años, comparte con Verónica la palidez y la tristeza en los ojos. Le pregunto por qué está aquí: “Yo también tenía relaciones violentas y el caso es que no tenía consciente el porqué. Y todo este proceso es lo que me ha ayudado a concientizar por qué lo hago. Y no porque sea bueno o malo, pero entonces ya dejo de ser víctima, justamente. Y asumo la consecuencia, y a partir de eso ya soy libre y eso es lo más chido”.
Stefanie apenas tiene 20 años. Ha escuchado historias de violencia de género en varias generaciones de mujeres de su familia: “La verdad yo también me enteré de algunas historias de mi madre, de mi abuela, de mi bisabuela, y la manera en la que lo contaban como que era muy normal. Yo decía ¿Por qué?… Yo también solamente vivo con mi mamá y con mis abuelos, mi papá no. Y entonces yo decía: ¿Por qué esa aceptación a la violencia? No sé si se les ha inculcado que eso es normal… Yo pensaba que a mí no me pasaba nada y que estoy joven, y yo decía: ¡Qué mujerones, con todas sus historias! Pero yo también tengo mis historias”.
ALGUNAS MEDEAS SE HAN REUNIDO
A partir de Medea, tragedia de Eurípides, y de la leyenda helénica de Jasón y los argonautas, el dramaturgo alemán Heiner Müller (1929-1995), más conocido por su obra Máquina Hamlet, escribió Medea material. Paisaje con argonautas, cuya trama central se apega a la de la tragedia griega: tras enterarse de la traición de su amado Jasón, Medea decide cobrar venganza asesinando a los hijos de ambos.
Con base en este texto, el Foro Shakespeare, con el apoyo del Centro Cultural de España, el Instituto Goethe, ONU Mujeres y el Inmujeres DF, desarrolla el proyecto que culminará, a finales de este año o principios del 2013, con una temporada de tres meses de la puesta en escena.
Pero no se trata solamente de montar una obra de teatro, pues para ello se habrían elegido actrices y no mujeres sin ninguna experiencia previa en el arte escénico. Teatro para sobrevivientes, dice la convocatoria, y eso es lo son quienes integran el grupo seleccionado después de una audición que duró tres horas e incluyó una conversación acerca de las motivaciones para integrarse al proyecto y la improvisación sobre un fragmento del texto.
La preparación para el montaje de Medea material inició con talleres básicos de actuación, al tiempo que se les dio a las mujeres (y a los dos hombres que representan a Jasón: Israel y Ramsés, ellos sí actores profesionales) el espacio, la atmósfera y el tiempo para hablar de sus propias experiencias de violencia. El objetivo, según la convocatoria, es entender que la violencia es un asunto de corresponsabilidad.
En un mundo en el que, según el boletín Violencia contra las mujeres. La situación, publicado por el Departamento de Información Pública de la ONU en noviembre de 2009, como parte de la campaña Unidos para detener la violencia contra las mujeres, hasta el 70 por ciento de mujeres experimenta violencia en el transcurso de su vida y las mujeres entre 15 y 44 años de edad corren mayores riesgos de ser violadas o maltratadas en casa que de sufrir cáncer, accidentes de vehículos, guerra y malaria; por ello es necesario que ellas sepan cómo prevenir y/o detener el abuso.
Les pregunto a estas mujeres qué las identifica con Medea, el personaje, y qué esperan de esta experiencia una vez que acabe la temporada de la puesta en escena. Después de casi una hora de conversación se muestran impacientes por contar sus experiencias, por ser escuchadas, al punto en que casi se arrebatan la palabra para responder.
Norma lleva una playera a rayas azul marina y negra. Usa lentes y el pelo recogido en una media coleta le llega un podo arriba de los hombros:
“Yo continúo en un proceso terapéutico, ya es otra etapa; acudí a una unidad contra la violencia familiar… y respecto a esta pregunta que haces, para mí identificarme con Medea es, en mi caso personal en dos aspectos: uno, y el principal y más fuerte que ahí también reconocí, es el ser mujer. Medea es una mujer. Y como tal, también, yo andaba perdida en 44 años que tengo en que era una medio mujer, una medio hija, una medio esposa, todo media… Media madre. Y ahora soy eso. Soy mujer, mi identificación con Medea es eso: mujer. Y en segundo, la maternidad. Yo también tengo dos hijos y eso es lo que a mí me ha dado esta visión amplia, el proyecto me abrió la perspectiva de todos los conceptos que yo tenía. Para mí ha sido un inicio de cambio. Y no solamente personal, sino asumir que si no hay nadie más, y si yo tengo las herramientas, que tengo que empezarlo yo. Para mí eso significa Medea”.
Con voz suave, Rita comenta:
“A mí me pasó algo muy curioso cuando, la primera vez que fui a la asociación de endometriosis por mi enfermedad, me hicieron una pregunta. Ni siquiera mi nombre me habían preguntado y lo primero que me preguntaron fue: ¿Tu papá vive contigo?… No… Y me dijeron: Es que se ha hecho una investigación y resulta que la mayoría de las mujeres con esa enfermedad, su padre está ausente, o si está, está muy poco.
Entonces, por la misma enfermedad yo no he podido tener hijos, pero a veces me pregunto si no yo he matado a esos hijos que no existen precisamente por toda la situación que viví, o sea, psicológicamente. Entonces, en ese sentido sí me identifico con Medea”.
Lorena, una mujer blanca, vestida de azul marino, que ha permanecido callada hasta este momento, levanta la mano con timidez: “Yo estoy aquí en el proyecto precisamente para mostrar esta parte de Medea que es lo del infanticidio, cómo hacemos un maltrato a los niños. Desde el apasionamiento que se tiene por la pareja, y a veces uno no se da cuenta cómo los maltrata uno en cuanto a decirles groserías, o insultarlos, o decirles que su padre se va porque ellos no hacen tal cosa, y ahí hay un infanticidio muy sutil. Y esta parte sí me identifica con Medea porque yo tengo una pareja y así me comporté durante muchos años con mis hijos, hasta que ellos me lo hicieron ver.
Y la parte también de sobresalir. De que puedo salir de esa relación nefasta, destructiva, que yo misma provoqué, y que estoy en ese proceso todavía. Yo se que cuando siga esto de Medea, y termine, algo se habrá transformado y habré crecido otro poquito más porque no es de un día para otro, pero ahí voy en el camino”.
Con el cabello más corto de un lado, camisa a cuadros, lentes y actitud más que despreocupada, Olimpia baila en su sitio todo el tiempo, a diferencia de casi todas las demás, que permanecen sentadas en el escenario del foro del Centro Cultural España. Así, sin poder estar quieta un momento, dice: “La neta es que a mí sí me latiría mucho cambiar el mundo. Yo sé que está cabrón, se oye como muy utópico, pero la verdad a mí sí me latiría mucho.
Ojalá que, como comentaba la compañera Miriam, este proyecto se nos quede para el resto de nuestra vidas y no lo llevemos nada más a la palabra y al pensamiento, sino que a nuestros actos, eternamente, y también podamos trasmitirlo a quienes nos rodean, esta enseñanza, este aprendizaje”.
Rosalinda no tarda en levantar la mano. Le urge responderle a Olimpia:
“Yo sólo quiero decirle a Olimpia que sí estamos cambiando el mundo. Porque hay un efecto dominó, que aunque sea con nuestra propia conducta que todas hemos modificado de alguna manera al exterior, con nuestros familiares, con nuestras amistades… O sea, a mí me han notado diferente: menos violenta, menos agresiva… Yo sé que todo eso va generando que la otra persona también modifique también un poquitito su actitud ante mí, y eso lo modifica también ante otros.
Es una mínima, pequeñisísima cadenita que estamos creando. Para que realmente se genere el cambio. Yo ya siento el cambio, siento una modificación positiva, importante y muy fuerte. Y quiero, yo a mi edad, comunicarle a las personas que me dicen: “Ay no, yo ya soy vieja, yo ya no cambio”. ¿Cómo de que no? Eres un año menor que yo, ¿y si yo estoy cambiando porque no vas a cambiar tú? Podemos cambiar”.
Me despido discretamente cuando el grupo está ya iniciando el taller con Itari Martha. Salgo a la calle de Guatemala.
Mi deseo de que sus historias de violencia y dolor se transformen radicalmente después de Medea, y que la sensación de conocerse, respetarse y quererse les dure toda la vida, se mezcla con las gotas de lluvia que caen, cada vez más fuerte, cada vez más gruesas, sobre los adoquines.
Habrá que pegar una carrera hasta el metro, pero sin duda valió la pena.