Un testimonio de bulimia

05/10/2012 - 12:02 am

Tenía años queriendo escribir sobre bulimia. Una muy querida amiga me dijo que tendría que relatarlo y hacerlo público para dejarlo atrás, para lograr una suerte de cierre definitivo. Pero no resulta fácil eso de ventilar los infiernos particulares, los intentos y las caídas, la difícil negociación con los demonios internos.

Tenía ganas, pero algo estaba seco dentro de mi. Algo que no quería abrirse, y mucho menos compartirse. Hasta el día de hoy. Frente a mi computadora, regreso a aquellas tinieblas y las develo a todo aquél que quiera leerlas.

Tuve bulimia por muchos años y ahora puedo decir que ha quedado atrás.

Algún día le dije a la persona que me trataba que todo lo que yo quería era “ser normal”. Ir a un restaurante o cafetería como cualquier otro y pedir la comida que tenía ganas de comer. Alguno dirá, ¿y eso qué tiene de raro?  Pues lo tiene todo, cuando pasas por esto. Lo tiene todo, porque la comida es tu todo. Tu vida, domina tus acciones, tus sentimientos, tus ganas de vivir. El simple acto de alimentarse es alimentar el alma, seguir viviendo. El acto de no comer es no querer vivir, y el acto de expeler comida es el acto de rechazar la vida, por más bonita que parezca.

Hay una gran cantidad de mitos alrededor de la bulimia. También hay best- sellers e historias de auto ayuda. Existen cuentos hermosos. Si no mal recuerdo, había uno de la colección del Barco de Vapor que me hipnotizó, mas no me curó. Me dio ideas, incluso, de cómo seguir esto.

¿Que si es porque estás bonita o no? ¿Tienes el cuerpo perfecto o no? Mentira podrida. No existe tal asociación. Por más que quieran creerlo prefiero decirlo: ¡No es cierto!

Los neófitos creen que la bulimia tiene que ver con un sentido distorsionado de la propia estética; y o algún tema de vanidad desproporcionado, el asunto es que en realidad parte de un desorden psicológico o emocional, asociado a una fractura con la vida. Una suerte de negación de la vida, un suicidio bonsái, en pequeñas dosis. Uno no nace con bulimia, por eso el término “bulímico” me parece que debería estar fuera del imaginario.

Empieza lentamente. Empieza con síntomas tan tontos como “me siento más gordita”, “no me veo bien”. Y actos como comer en secreto. Rebanar el queso finamente como para esconder que está en casi el mismo estado. En tener dinero para ir a la tienda a hacer millonario a Servitje. Engullir todo de un golpe y después, purgarlo. Purgarlo como se purgan los sentimientos, a lágrimas, a dolor, a sangre, a sudor.

La bulimia es el acto de desaparecerte en cachitos, de matarte lentamente para seguir viviendo, de dejar rastros de dolor en todo aquello que hacemos, de encerrarnos para no sentir nada más. Como si fuéramos una roca en el mar.

Y finalmente dormirlo. Porque la resaca de un incidente bulímico es el verdadero infierno. La vergüenza, la frustración, la impotencia. Dormir para esconder el torbellino de emociones que se desencadenaron en solo una hora, como si toda una vida hubiese pasado en 60 minutos dedicados a comer y vomitar. Porque no hay palabras más suaves que lo describan.

No las hay. He intentado buscarlas. Las que encuentro son incluso más crudas, más grotescas. Nadie que no haya pasado por algún episodio entenderá esto. Y ojalá se entendiera. Ojalá entendieran que el que padece bulimia no está condenado para toda la vida, pero tiene una condición que tratar. Y que su condición es tan dolorosa como hacerse heridas a cuchillo poco a poco. Que es un dolor interno, casi incapaz de contenerse o controlarse.

A veces me pregunto por qué pasó. Pero lo sé. Sé que me buscaba a mí misma y que para mí, esa fue la salida a la experiencia de crecer. La respuesta al día a día. ¿Qué si lo dejó de ser? Por supuesto.

Tengo un trabajo, vivo sola desde hace varios años. Para llegar aquí no puedo negar que mis padres, mis hermanos y gente muy querida fueron una parte importantísima de mi proceso. Un proceso que aunque era mío, ellos decidieron acompañarme y estar ahí, sin entender nada, sin saber qué significaba en mi vida una pequeña bola de helado. Ésta podría ser el detonante para diez mil calorías más, ingeridas a la par de varios litros de Fanta o Coca Cola para que pasaran.

¿Grotesco? Pues continúo. Porque no hay manera de describirlo si no es grotesco, no hay manera de afrontarlo si no es cara a cara con el demonio personal. Con ese monstruo que te espera en las noches. Que si no lo conoces, te da miedo y te aleja de ti mismo porque tú eres parte de ese pequeño monstruo. Ahora sé que no pasa nada. Pero para entender esto se necesita tiempo.

Aquellos que digan que la bulimia es una enfermedad de ricos, caen en otra falacia. La bulimia, la anorexia, el comer de manera compulsiva no conocen barreras socio económicas, el problema es que no está bien atendido ni bien documentado. Y peor aún, las instituciones de salud pública del país no están preparadas para manejarlo.

Lo único que me da gusto es que mientras escribo este texto, me puedo tomar una cerveza y comer algunos cacahuates, sin pensar en las calorías o en lo que harán en mi cuerpo. Hace un rato que dejé de hacerlo. Y no sé a quién agradecerlo, pero creo, con todo mi corazón, que puedo ir a cualquier lugar y pedir lo que se me antoje. Y eso es un privilegio. Porque por mucho tiempo pensé que jamás podría hacerlo. Que padecía una condena en vida de la que nunca podría redimirme. Hoy soy libre.

La vida es bella, como en la película aquella. Y eso que no nos ganamos el premio Óscar por esta.

@mariagpalacios

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