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Julieta Cardona

05/09/2015 - 12:00 am

Coger por despecho

Esa que está cogiendo por despecho soy yo. Desde aquí afuera veo mis actos más claros, con menos lodo, y concluyo, sin margen de error, al menos una cosa: soy una hedonista, digamos, irreparable. Esta vez me amancebo con un semidios que se llama Rodrigo. Punto. Estoy satisfecha y sobria. Esta vez quise hacerlo sobria […]

Foto: Tomada de Internet
Foto: Tomada de Internet

Esa que está cogiendo por despecho soy yo. Desde aquí afuera veo mis actos más claros, con menos lodo, y concluyo, sin margen de error, al menos una cosa: soy una hedonista, digamos, irreparable.

Esta vez me amancebo con un semidios que se llama Rodrigo. Punto. Estoy satisfecha y sobria. Esta vez quise hacerlo sobria porque, cansada de alterar mis hormonas del placer, decidí sentir todo sin filtros: mi regocijo y mi furia.

Esa que logró venirse al mismo tiempo que Rodrigo sigo siendo yo; me vine con la fuerza de una actriz porno pero de las buenas. Si creyera en Dios, diría que fue como si él mismo me meciera entre miles de hilos dorados.

Esa que se viste sin prisa soy yo. Está lloviendo, pero igual me voy, le digo a Rodrigo. Él asiente, me abraza por la espalda y, cuando ya estamos afuera de su departamento, intenta darme un beso largo que yo evito escondiéndome en su cuello. El despecho no cubre la parte ridícula de los grandes encuentros, pienso sin decirle y luego me voy.

Ese cliché sin paraguas que anda bajo la lluvia soy yo. Voy caminando lento porque me sobran los pretextos para empaparme, porque me sobran los pretextos. Punto.

Esa que deja de caminar en círculos y por fin advierte los precipicios de su dolor soy yo. Me burlo de mí, reconociéndome. Reconozco la breve historia de mi amor perdido y, enseguida, el parche que por hoy fue Rodrigo: un placer efímero e inmediato para un dolor largo y agudo, casi permanente: una corta analogía del sexo por despecho como aspirinas para un cáncer. Punto.

Esa que ha roto el rumbo y no está caminando a casa soy yo. Voy de regreso adonde Rodrigo. Le toco la puerta; la golpeo cada vez con más fuerza. Él abre y, digamos, siento la anestesia: que me agrupa, digamos, poquito y por esta noche. Otra vez.

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