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Alejandro De la Garza

05/08/2023 - 12:03 am

“Grillas” educativas… desde la Nueva España

“La institución más importante de enseñanza para indios fue el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 y casi abandonado en 1560”.

Colegio de Medicina de la Real y Pontificia Universidad de México. Foto: INAH.

El sino del escorpión ha revisado las cíclicas “grillas” educativas en nuestro país para dar contexto a la enésima guerra cultural en desarrollo en torno a los Libros de Texto Gratuitos. A esta batalla por el carácter educativo público, laico y gratuito de los libros, iniciada desde 1963, le anteceden variadas disputas educativas, como la surgida durante el cardenismo y su intento de educación socialista, enfrentamiento que tuvo su escenario nacional en la Universidad, donde los cosmopolitas y antinacionalistas rechazaron cualquier intento de modificar los planes de estudio con tintes socialistas y de nacionalismo, porque, alegaban, se afectaba la libertad de cátedra. Sin llegar a las grillas prehispánicas, donde la educación se impartía a los hijos de la nobleza en el Calmécac, y a los niños del pueblo en el Telpochcalli, el alacrán ha encontrado la génesis de nuestras “grillas” educativas en los colegios novohispanos, una historia de frailes impíos, burócratas poderosos y cortesanos abusivos.

Para la extensa labor de trastocamiento cultural desarrollada por la Iglesia católica española en la Nueva España a través de las órdenes mendicantes, los colegios religiosos fueron determinantes. Entre los franciscanos, establecidos en 1523, los dominicos en 1526 y los agustinos en 1533, se contaban más de 800 frailes existentes en la Nueva España hacia 1560, apenas a 68 años del “descubrimiento” y a 40 de la caída de Tenochtitlán. Finalmente los jesuitas, establecidos en 1572, sumaban poco más de un centenar hacia 1580.

Con desavenencias, desacuerdos y frecuentes enfrentamientos de ideas y prácticas entre estos “piadosos” (los milenaristas franciscanos, los caritativos dominicos, los productivos agustinos y los ilustrados jesuitas), y también con las limitaciones mismas de la educación (en principio dirigida exclusivamente a lograr la evangelización), la enseñanza en general pudo extenderse a través de la fundación de numerosos seminarios, monasterios, escuelas, instituciones y colegios de educación general y superior que involucraban la enseñanza del castellano, la religión y el latín. Sin embargo la enseñanza durante el siglo XVI —y la cultura, se podría añadir— estaba ciertamente marcada por el racismo y el elitismo, diferenciándose los colegios para españoles de las instituciones para mestizos, mientras que la enseñanza para indios duró apenas unos 20 o 25 años y desapareció hacia 1550.

Antiguo Colegio de Sal Ildefonso, fundado por los jesuitas en 1583. Foto: Fundación UNAM.

 

La institución más importante de enseñanza para indios fue el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 y casi abandonado en 1560. De él egresó un importante grupo de indígenas que contribuyó al estudio lingüístico, histórico y científico de su momento, así como a la crónica histórica y la traducción de documentos para los frailes. Pero poco tardó el Tercer Concilio Mexicano de 1585 en rechazar en definitiva la creación de un clero autóctono, esta “grilla”, aunada a severas dificultades económicas e incluso a causa de la peste y otras enfermedades, acabaron con este célebre Colegio.

También como escuelas de indios destacaron la de Fray Pedro de Gante, fundada en Texcoco hacia 1524, primer colegio de este tipo en la Nueva España; la Capilla de San José de los Naturales, el Colegio Agustino de San Pablo (1533) y los Colegios jesuitas de San Gregorio y el de San Francisco Javier, instalado en Puebla. En 1547 se fundó para mestizos el Colegio de San Juan de Letrán, mientras que los Colegios de Tripetío en Michoacán, de Santa María de Todos los Santos en la capital, y el de Tepotzotlán funcionaron hacia la segunda mitad del siglo para criollos y españoles.

Por su parte, los jesuitas fundaron algunos de los Colegios más importantes, como el de San Pedro y San Pablo (1573) cuya biblioteca fue de las más numerosas y completas del continente hacia principios del siglo XVII, y el muy célebre hasta hoy Colegio de San Ildefonso (1583). Desde su llegada a la Nueva España en 1572, hasta su expulsión en 1767, los jesuitas fundaron cerca de medio centenar de colegios, seminarios, misiones e iglesias en casi una veintena de ciudades (de las Californias y Chihuahua a Mérida, Chiapas y Campeche, e incluso en los territorios de Cuba y Guatemala), cubriendo así buena parte del territorio de la Nueva España.

Pero donde la “grilla” político educativa esplendió protagónica siempre, fue en la Real y Pontificia Universidad de México (segunda de América), constituida por cédula real de Felipe II en 1551, inaugurada en 1553 y designada “pontificia” por reconocimiento papal de 1555. Sobra decir que su importancia política y burocrática así como su decorativo y ornamental lujo fueron siempre mayores y más llamativos que su calidad académica. La influencia de la Universidad durante estos primeros años no se midió por sus logros académicos, su desarrollo e impulso culturales, sino porque fue la institución encargada de expedir los títulos y dar reconocimiento a los estudios realizados en todas las escuelas y colegios de las Indias septentrionales (incluyendo las Filipinas), cuando menos hasta la fundación de las universidades de Manila (1648), Guatemala (1676) y Guadalajara (1774).

Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, primero para indígenas en la Nueva España. Foto: Loitografía INAH.

Su condición de poder burocrático, disputado además por autoridades civiles y religiosas durante décadas, la convirtió en una instancia suntuaria de boato, corte y “grilla”, supeditada además a múltiples reformas, ordenanzas, mandatos reales y eclesiásticos, y asumida además como arena de pugnas políticas y conflictos frecuentes. Por ello su nivel académico fue francamente desastroso con programas caducos y nulos resultados académicos comprobables. Una institución educativa siempre idealizada y que hoy mismo, como antes, padece una burocracia dorada poderosa y abusiva (¿novohispana?), programas académicos caducos (adoptó en 2018 el modelo académico “por competencias”, reprobado desde 2015 por la UNESCO), y el rechazo masivo de miles de aspirantes.

Así la grilla universitaria novohispana, insiste el venenoso, y para ahondar en el tema, recomienda los dos tomos escritos por José Joaquín Blanco sobre La Literatura en la Nueva España, (Ediciones Cal y Arena 1989), narración erudita pero amena e hipercrítica de la cultura, la educación, la literatura y la vida novohispana, libros de donde el escorpión ha recuperado información para esta entrega.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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