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Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/08/2017 - 12:00 am

El pulso de la violencia

  Su relato dio pie a otros. Me hizo un recuento de lo que le dijeron sus amigos de la gasolinera, a quienes asaltan cada tanto cuando regresan a sus casas con las propinas del día. También a los mecánicos a quienes acude para las revisiones de su automóvil. Incluso a una señora a quien golpearon saliendo de una notaría y bajo la observación varias cámaras de seguridad.

Las historias se repitieron con otros taxistas. Había una época, me dijo uno de ellos que lleva décadas en las calles, en que uno sabía a qué barrios no meterse. Ahora ya no es así. Foto: Armando Monroy, Cuartoscuro.

A diferencia de muchas personas, a mí me gusta preguntarle a los taxistas y a los choferes de Uber cómo van las cosas. Si bien es cierto que utilizo poco estos servicios, lo hago cada tanto, sobre todo, cuando por asunto de trabajo me envían de un lugar a otro por estos medios.

Sé que lo que estoy por escribir parte de un ejercicio empírico por demás acotado. Sin embargo, en los últimos años he notado cierto cambio en las cosas que me dicen. Antes era muy común que quien me transportaba contara historias relacionadas con la dificultad de estar en las calles, con las horas muertas, con los problemas para acceder a determinadas zonas de la ciudad, con el tráfico desquiciante que nos agrede o, más que nada, con las largas jornadas tras el volante que se extienden más allá de las doce horas diarias.

Ahora, por el contrario, noto una tendencia a relatarme hechos violentos. Sin ir más lejos, el chofer de ayer me contó, con una fluidez digna de cualquier contador de historias, cómo un mes antes lo asaltaron. La colonia era buena, así lo dijo. Se acercó un sujeto en lo que él revisaba su aplicación para ir por un nuevo cliente. Nunca llegó. El sujeto en cuestión le pidió indicaciones para llegar a cierto sitio y luego, sin decir agua va, comenzó a agredirlo con un picahielos. No parecía entender que el servicio proporcionado se paga con tarjeta de crédito, él exigía un dinero que el conductor no tenía. Escapó de milagro, con varias heridas superficiales y un pulmón perforado.

Su relato dio pie a otros. Me hizo un recuento de lo que le dijeron sus amigos de la gasolinera, a quienes asaltan cada tanto cuando regresan a sus casas con las propinas del día. También a los mecánicos a quienes acude para las revisiones de su automóvil. Incluso a una señora a quien golpearon saliendo de una notaría y bajo la observación varias cámaras de seguridad.

Las historias se repitieron con otros taxistas. Había una época, me dijo uno de ellos que lleva décadas en las calles, en que uno sabía a qué barrios no meterse. Ahora ya no es así. En ocasiones basta con detener el coche para descansar un poco. Conocedores como nadie de la ciudad, sabían elegir los parajes más tranquilos para hacerlo. Es probable que muchos de nosotros hayamos sido testigos de personas durmiendo en sus automóviles. Eso cada vez es más peligroso. Incluso para quienes no duermen. Por la mecánica de sus trabajos, los de Uber y Cabify no recorren las calles cuando no tienen pasaje. Prefieren detenerse para esperar el nuevo llamado, así ahorran gasolina y, también, minutos de tráfico. Esa posibilidad se va cerrando cada día.

Escuché en un programa de radio a un funcionario de la Secretaría de Seguridad asegurando que la delincuencia es un asunto de percepción, que no es real. El cinismo de la declaración resulta excesivo. Incluso si fuera cierto que las cifras no se han incrementado, basta dicha percepción para que los ciudadanos nos andemos con miedo. Un miedo que, a diferencia del pasado, parece no conjurarse pronto. La consabida cantaleta en torno a que, frente a un asalto, lo mejor es entregar todo y no resistirse, parece ya no tener vigencia. Ahora se ataca primero y se pregunta después.

Esto se debe, sí, ya lo sabemos, se ha repetido hasta el cansancio, al enorme índice de impunidad de los delitos. Tal vez por eso no se denuncia. Tal vez por eso los índices siguen mostrando datos falsos. Sin embargo, es en las historias cotidianas, en las anécdotas de nuestros pares, donde encontramos la verdadera dimensión de la violencia: su pulso ya es el de la taquicardia. El miedo, de nuevo, se apodera de nuestras vidas.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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