Antonio Salgado Borge
05/08/2016 - 12:00 am
¿Si pudiera volver en el tiempo y matar a Trump bebé, lo haría?
Tanto en el caso de los bebés como en el caso del carrito, lo que se nos cuestiona es nuestra disposición a emplear un enfoque consecuentalista por encima de uno deontológico; es decir, se nos pregunta si con tal de obtener las mejores consecuencias generales posibles estamos dispuestos a quebrantar un deber fundamental –en este caso, no matar-.
Imagine por un momento el siguiente, nada descabellado, escenario. Donald Trump logra ganar este año la presidencia de Estados Unidos y asume el poder más radicalizado que nunca. Envalentonado por haberle pasado encima lo mismo a Republicanos que a Demócratas, y arengado por sus más beligerantes seguidores, Trump decide entonces cumplir todas y cada una de sus promesas de campaña. De esta forma, la tortura se institucionaliza como estrategia antiterrorismo, los musulmanes y los mexicanos en Estados Unidos son perseguidos, millones de familias de inmigrantes son separadas de la noche a la mañana, el muro se construye, la economía de México empeora, la pobreza en nuestro país aumenta y nuestra crisis de inseguridad se agudiza.
Ahora imagine un segundo escenario, mucho menos probable que el anterior. Como consecuencia de alguna anomalía en el espacio-tiempo, o de algún poder especial recién adquirido, usted aparece de pronto en el año 1945 en el interior de la habitación donde duerme plácidamente el bebé Donald Trump, que entonces cuenta con apenas 3 meses de edad. Naturalmente sorprendido, voltea a todas partes esperando encontrar a otro ser humano, pero pronto nota que la habitación está cerrada y que no hay nadie cerca. Es entonces que la posibilidad aparece claramente ante su conciencia; usted podría terminar con la vida de ese bebé y ahorrar así el sufrimiento a millones de personas en el siglo XXI. ¿Lo haría?
Esta disyuntiva es análoga a la pregunta “¿si pudiera volver en el tiempo y matar a Hitler bebé, lo haría?”, que The New York Times formuló a sus lectores en 2015. En aquel momento 42 por ciento de los participantes en la encuesta respondieron que sí, 30 por ciento aseguraron que no y 28 por ciento dijeron no estar seguros. La pregunta sobre Hitler bebé es, a su vez, una de las muchas adaptaciones del famoso “problema del carrito”, que es empleado en filosofía para intentar entender mejor la moralidad humana. En este problema se presenta la oportunidad de decidir si se accionaría un botón para desviar un carro de su trayectoria con tal de salvar las vidas de varias personas que este arroyaría, aún a sabiendas de que en su nueva trayectoria el carro terminará por matar a una persona.
Tanto en el caso de los bebés como en el caso del carrito, lo que se nos cuestiona es nuestra disposición a emplear un enfoque consecuentalista por encima de uno deontológico; es decir, se nos pregunta si con tal de obtener las mejores consecuencias generales posibles estamos dispuestos a quebrantar un deber fundamental –en este caso, no matar-.
En un artículo publicado el año pasado en la revista The Atlantic, Matt Ford afirma que él no mataría a Hitler bebé porque “el argumento implícito de que su remoción mejoraría la historia también tendría que considerar que esta remoción podría volverla peor”. De acuerdo con Ford en mundo sin Hitler la bomba atómica podría haber sido usada masivamente para iniciar guerras -en vez de emplearse para terminar con una-, y los grandes talentos científicos que se refugiaron en Estados Unidos no hubieran prosperado en Europa. Pero, más importante aún, Ford afirma que quitar a Hitler de la historia nos haría olvidar que él –al igual que Trump- es un reflejo de su tiempo, que terminó perdiendo y que el mundo cambió para bien en buena medida como lección de las atrocidades de la Alemania nazi.
Sin embargo, nada de lo anterior nos lleva inevitablemente a limitar nuestros posibles cursos de acción a (1) sentarnos a repasar las lecciones de la historia y festejar los beneficios colaterales de las tragedias pasadas –como propone Ford- o (2) cometer un asesinato para evitar las consecuencias de la llegada al poder de un desquiciado. Me parece que la visión de la historia implicada en la opción (1) es peligrosa por conservadora. Es verdad que sociópatas como Hitler o Trump no surgieron en el vacío, sino que son apenas las caras más visibles de un contexto complejo. En lo que respecta a la opción (2), los mexicanos sabemos muy bien que de poco sirve desear la inexistencia un político nefasto. Además, incluso quienes optamos por el enfoque consecuentalista por encima del deontológico podemos entender las implicaciones morales y legales de matar a otro ser humano.
Pero existe al menos una tercera posibilidad (3), que implica el reconocimiento de la realidad como un todo complejo y nuestras posibilidades de participación concreta para modificar esta realidad. Y es que, como bien se ha señalado en suficientes ocasiones, tanto el caso de los bebés como el del carro tienen la desventaja de cerrar demasiado la panorámica al grado de volver el escenario hipotético poco realista. En ambos casos se deja de considerar el papel que las diferentes variables presentes en un contexto, incluidas otras personas, pueden jugar en cada uno de los pasos del problema al que nos enfrentamos.
En caso del carrito, uno podría, por ejemplo, pensar en llamar por teléfono a alguien para que saque al hombre del camino o tirar algún objeto enfrente del vehículo para detener su trayectoria. Por otra parte, en vez de matar al bebé Trump se podría, si nos atribuimos superpoderes, viajar en el tiempo para evitar que sus padres se conozcan o, si optamos por reconocer nuestras limitaciones humanas, podríamos simplemente idear alguna estrategia para disuadirlo de buscar la presidencia de Estados Unidos.
La existencia de demagogos delirantes empoderados nos ayuda a cobrar consciencia de los vicios de nuestro tiempo, pero me parece que su presencia también nos debería servir como recordatorio de que existe una posible vía de acción concreta; un camino cuya trayectoria pasa por reconocer que todos formamos parte del contexto en que estos personajes han surgido. Esto significaría que son muchos los posibles tiempos, formas y grados en que podemos actuar para modificar ese contexto. Incluso desde México.
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