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Tomás Calvillo Unna

05/07/2017 - 12:00 am

La arqueología de la cotidianidad o la pérdida del prójimo

Los relatos de los abuelos o padres, no encajan, no tienen lugar, ni hora, ya están procesados, en todo caso por algún programa, en alguna entrada del internet para quien se interese por un pasado hipotético. Los recuerdos familiares quedan incrustados en las imágenes, en los álbumes electrónicos. Todo se condensa. 

Lo lúdico de la infancia se traslada a lo virtual de los juegos, cuyo costo mantiene las diferencias sociales fortaleciendo la individualización y aislamiento en los procesos de socialización. Foto: Tomás Calvillo.

“Tu dosis de diversión diaria” es una frase que resume las nuevas rutinas que no dejan de ser una invasión a la cotidianidad de cada uno y de todos; también puede advertirse como una programación masiva.

El mercado dominado por la tecnología se apodera desde el inicio de la jornada y permea las horas de labor y recreación.

En este tiempo despojado a la naturaleza se ausenta la memoria, esta se recluye a un rincón de desechos que carecen ya de cualquier sentido funcional.

Los relatos de los abuelos o padres, no encajan, no tienen lugar, ni hora, ya están procesados, en todo caso por algún programa, en alguna entrada del internet para quien se interese por un pasado hipotético. Los recuerdos familiares quedan incrustados en las imágenes, en los álbumes electrónicos. Todo se condensa.

Lo lúdico de la infancia se traslada a lo virtual de los juegos, cuyo costo mantiene las diferencias sociales fortaleciendo la individualización y aislamiento en los procesos de socialización. Estos últimos son programados por las grandes compañías productoras, dedicadas a apoderase de los cuerpos y fijarlos, trasladando sus habilidades a la narración visual. En ello el lugar se pierde, se transmuta en el juego electrónico.

El prójimo como relación de mutuo descubrimiento, de acompañamiento, de memoria colectiva y continuidad, comienza a desaparecer. Ya no está, es una herramienta más, intercambiable como cualquier programa. Lo que encontramos en nuestro camino no tiene presencia solo es un instrumento para alcanzar nuestros deseos, impulsados por el tiempo mental que ya no nos pertenece.

El subconsciente es el dueño de la expansión del mercado, por lo mismo la basura cultural impera. En la expresión verbal se aprecia y también en el gusto por la violencia y el poder descarnado.

Los discursos políticos pretenden ignorar esta atmósfera donde respiramos y donde se elaboran sus pretensiones.

La sociedad está entrampada, porque esta dinámica ha enaltecido a los más diestros en acumular riqueza material, y en un mundo tan desigual, el lograr esa meta promueve a los crimínales de toda estirpe. La democracia sostenida más en el dinero que en la voluntad popular, se degrada y se extravía en la crueldad de las profundas desigualdades y de la violencia que impone su reino del terror en diversos lugares del territorio llamado “nacional”.

La corte pública donde a todas horas se dirime este inmenso entuerto sirve de recipiente colectivo de una psique cada vez más confundida. Como válvula de escape funciona al igual que su función depredadora de vidas caídas en desgracia por voluntad propia o por accidentes sociológicos al estar en el lugar y la hora precisa para un sacrificio necesario.

La democracia está ahí atrapada con y sin adjetivos, triturada tanto por su abuso de anhelos como por su avasallante peso de miseria humanas.

Por lo mismo sostener el sentimiento generalizado de vulnerabilidad que otros nombran incertidumbre, es un factor indispensable para que la barbarie tecnológica siga expandiendo su reino, sin reparo alguno.

Poder caminar con los amigos, conversar sin temor a la intemperie, teniendo como interlocución  únicamente nuestras voces, y ahondar en los temas que conciernen a nuestras vidas, sin intromisión de los guiones virtuales, ni las escenografías de los medios, acotando a los discursos del poder y su laberinto; escuchar el relato de nuestros sueños, sin divanes y apreciar el lugar que compartimos bajo la inmensidad del cielo, pareciera una escena milenaria, casi perdida en los umbrales del tiempo.

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