Fabrizio Mejía Madrid
05/06/2024 - 12:05 am
La victoria
«Lo que ha demostrado este triunfo cultural, moral, político y electoral es que la esperanza está basada en las obras y decisiones de López Obrador y su gabinete, del Congreso de la Unión, y del movimiento en su conjunto que funciona para indicar la dirección, vigilarla, y exigirla».
La primera presidenta de México fue electa por 35 millones de votantes. Claudia ganó en todos los grupos de edad, en todas las profesiones, en todos los niveles de ingreso y en todas las regiones del país. Su más cercana competidora, Xóchitl Gálvez, no ganó en ninguno. Obtuvo 17 millones de votos. En su pueblo natal, Tepatepec, Hidalgo, sólo alcanzó el 17% de la votación que, en casi 76% le correspondió a Claudia Sheinbaum. Morena y aliados ganaron en 258 de 300 distritos, incluyendo 2 de 3 en Aguscalientes que, según Forbes, era el único bastión que le quedó al PRIAN. Pues ni eso. Se logró el Plan C, es decir, tener las tres cuartas partes del Congreso para reformar al Poder Judicial.
Esto que parece tan sólo un recuento de números y porcentajes entre una mayoría absoluta y una minoría raquítica, es mucho más que eso. Es, de nuevo, como en el 2018, un gigantesco consenso sobre el destino de la nación. No es una elección que pueda ser analizada como se hacía con las votaciones de la llamada alternancia entre el PRI y el PAN. Por eso los locutores de la televisión suenan tan desquiciados, porque están tratando de entender esta elección con los criterios de una época que se ha ido, en un país que ya no existe más. Veamos un poco más de cerca esta dislocación.
Cuando ganó Vicente Fox en el 2000, se habló de la “transición democrática”. Lo que quería decir es que había dos partidos, el PRI y el PAN, que compartían una esencia ideológica: el neoliberalismo y su implícita despolitización. Así, los partidos eran “marcas” que se ponían en un “mercado” electoral para que unos consumidores escogieran de entre ellos y votaran. Una vez electos, los funcionarios eran considerados “empleados”. No había pueblo ni proyecto de nación, ni dirigentes, ni movimiento. El gobierno de Vicente Fox reveló hasta la caricatura esa idea de que la Presidencia se trataba, en realidad, de una gerencia de una tienda que vendía contratos. El gabinete foxista fue escogido por una oficina de recursos humanos de FEMSA y una buena parte de sus funcionarios venían de Coca-Cola, fábricas de zapatos, distribuidores de implementos agrícolas, además de una presencia pesada del hispanismo catolizante, el Yunque. Ese gobierno acabó tratando de sacar a Andrés Manuel de la boleta electoral y, luego, cometió un fraude en 2006 para que no llegara a la Presidencia. Pero esa “transición” que tuvo que ser reforzada, no por el voto popular, sino con un fraude electoral perpetrado a favor de Calderón por órdenes de Fox, hubiera significado que los intelectuales del “apapacho” dieran por terminado el país democrático. Pero no. Simplemente, negaron el fraude argumentando que era más importante la estabilidad. Así nos sometieron a una guerra contra el crimen organizado que borrara con sangre la ilegitimidad de Felipe Calderón. Luego, vino Peña Nieto, que acabó comprando 5 millones de votos para ganar, producto de los sobornos que Odebrecht había entregado para comprarse una reforma energética a modo. Y los intelectuales de la tele siguieron hablando de “normalidad democrática”. Y para ellos, los de la tele, era lo normal: el voto popular no interesa sino el arreglo entre los dos partidos políticos y que estos presenten sus productos al mercado para ver quién los compra. Así manejaron a Xóchitl Gálvez, como una mercancía que no sabías que necesitabas pero que podría ser todo lo que tú quisieras, aunque fuera contradictorio. La campaña de Xóchitl fue un infomercial que iba cambiando con cada nuevo auditorio. Incluso la misma noche de la elección se declaró ganadora, horas después aceptó su apabullante derrota y, finalmente, se embarcó en una impugnación judicial. Es como si fuera una mercancía con distintas envolturas pero, al final, llena de aire.
Pero lo que muchos advertimos desde 2018 y que el 2 de junio se presentó con toda su evidencia, es que existía un movimiento pacífico, al que llamamos “obradorismo”, que tiene clara la dirección de lo que quiere que sea el país en las próximas décadas. Es un movimiento que desmonta el viejo régimen de partidos de la alternancia y utiliza su mayoría para dotar de poder de resolución a sus gobernantes. No hay marcas, ni mercado electoral, ni los gobernantes son sus empleados, sino sus representantes. En lugar de una marca, hay una ideología anti-neoliberal, de izquierda, anti-oligarquía y, sobre todo, contra la corrupción entre empresarios y gobernantes, que fue la cara más visible de la destrucción del Estado. No hay mercado electoral donde todo mundo tiene sus propias demandas y espectativas y va escogiendo partidos como quien circula por el pasillo de los refrigeradores en un Walmart. No existe más ese mercado, ni las marcas, ni los infomerciales de por qué necesitas ese producto. Existe, en cambio, una mayoría contundente que tiene clara la dirección de las próximas décadas. Habrá un cambio de régimen sin la presencia del PRI, el PAN, o el PRD. Es otra lógica la de esta transformación desde abajo, desde los excluidos de los asuntos públicos, para reformar la República. Desapareció la lógica del mercado electoral con sus productos milagro. Desaparecieron los “empleados” y surgieron los dirigentes, los liderazgos, los representantes populares. Dejaron de ser revelantes los intelectuales del apapacho porque, en vez de aportar explicaciones, se preguntan en vivo qué salió mal y pasan a insultar a 35 millones de votantes con sus teorías enrarecidas.
Lo que existe desde 2018 es una idea compartida de lo social, es decir, de lo que quieres que le suceda a gente que nunca vas a conocer, como los beneficiarios del Tren Maya, que podrán transportar su miel ya sin el abuso de las tarifas de los camiones. O a los millones de adultos mayores, los estudiantes, los discapacitados que, cada vez que pagas tus impuestos, pueden ser socialmente reconocidos con una relevancia que no tuvieron en el neoliberalismo, que los consideró una carga. Es un país que imaginas, que no es tu familia ni tu conjunto habitacional, sino unas ciudades, unas comunidades que son tus compatriotas y que mercen dignidad, y por esa idea es que votas. En la nueva república no existen los que sobran, los “daños colaterales”, los desechables, los descartables.
Apapacho con apapacho se paga y los que salen en la tele se desvivieron en elogios al viejo régimen de la alternancia entre el PRI y el PAN, incluyendo a su propiciador, la burocracia dorada del IFE y el INE. Ahora, al ver a una mayoría calificada, una presidenta legitimada por el 60% de los sufragios, un país completo integrado en su decisión, clases sociales unidas en su elección, y todas las generaciones vivas en el mismo sentido, los apapachados se han vuelto rabiosamente zonzos. Basta leer la propaganda digital de Unidos por México, la organización de Claudio X. González que convoca a las mareas rosas. Dice: “A partir de hoy: ya no le daré propina al “viene-viene”; Ya no dejaré el 10% al mesero. Ya no voy a darle al limpiaparabrisas; Ya no voy a donar cuando haya un desastre natural o terremoto; Ya no le voy a dar diez pesos al cerillo del super aunque sea adulto mayor. Ellos votaron por Morena. Que les ayude Morena”. Bueno, además de confesarse como miserables que dan propinas de 10% y de diez pesos, la marea rosa deja en claro que jamás entendió de qué se tratan los programas sociales, como derechos y no como filantropía o lo que los de arriba les quieran dar, cuando se los quieran dar, y a cambio de qué. Hasta este momento jamás pensé que las tías prianistas daban propinas para que los meseros votaran por Xóchitl Gálvez. La mención a los desastres naturales es especialmente preocupante porque, en efecto, la derecha trató de evitar que llegara ayuda a Acapulco por el huracán Otis. Aquí expusimos el video falso del funcionario del estado de México que mentía diciendo que el ejército se robaba la ayuda. Intentaron que no se generara un movimiento de empatía con los daminificados del huracán. Y obtuvieron exactamente lo que merecían: en Acapulco, Claudia Sheinbaum ganó por el 80% de los sufragios. Dicen: que les ayude Morena. Pues sí, para ellos es que una votación del 60% les va a garantizar la continuidad de los programas sociales, la ayuda directa en caso de desastre natural, y el aumento de los salarios por encima de la inflación. Es precisamente para eso que votamos.
Pero, al igual que sus comentaristas sobrerepresentados en la tele, la marea rosa oculta un dato: no sólo los pobres o los adultos mayores votaron por Morena. De hecho, Claudia obtuvo entre 65% y 52% entre gente que gana 10 mil pesos mensuales o 50 mil, pasando por todas las de en medio. Fue Xóchitl la que no fue respaldad por la clase media que supuestamente la apoyaba, esa clase media que supuestamente estaba muy decepcionada de López Obrador, y supuestamente hasta creía que vivíamos en una dictadura militar que expedía gases de efecto invernadero. La clase media no apoyó nunca a Xóchitl y sólo le concedió lo que los demás estratos sociales le orotgaron: 30 por ciento. Así que decir que los “viene-viene” o los limpiaparabrisas son los que impideron que la indígena-trostkista-panista-priista-católica-protestante llegara a la Presidencia, es un acto cobarde de discriminación clasista.
Pero, como sólo pueden pensar en el dinero como diferenciador entre ellos y los demás, este pequeño grupo de locutores se fue por ahí. Su única explicación a la mano, su única conexión neuronal, fue con el dinero que regalaba el gobierno, supuestamente son regalos. Así lo dijo el ideólogo del PRIAN, Aguilar Camín: “Les dan su dinerito” , dice de los electores el mismo que le pedía dinerales a Carlos Salinas de Gortari por investigaciones no hechas. Dice: “En todo caso son ciudadanos de baja intensidad”. Es decir, repite la idea clasista de que la mayoría contundente de esta elección fue a cambio de algo, no por la idea de una patria menos desigual. También lo dijeron en ese programa de youtube del publicista Alazraki, el mismo que sostuvo que “entre más mentiras digas sobre Morena, mejor te va”. En el programa de Alazraki se leyó una supuesta llamada que decía: “Como me dijo mi mami antes de morir: este es el pais del naco. Nos van a tener el guetos”. “Va a ser una pinche dictadora de quinta”, concluyó el mismo publicista. “Estamos ante una sociedad de cinismo y falta de amor por México”, secundó otro de sus invitados. Y, al saber que Claudia había obtenido el 60%, se preguntó en qué país estuvo viviendo durante toda la campaña. Nosotros también nos preguntamos lo mismo de él. El payaso Brozo en Latinus volvió a culpabilizar a los mexicanos. No criticó al PRIAN, ni su candidata, ni a su estrategia de desacreditar a López Obrador y a Claudia llamándoles “narcos”, ni a la marea rosa que vulgarizó el lenguaje del debate público casi al nivel del propio personaje de Victor Trujillo. Explicó así su derrota: “Se nos vienen otros seis años, en chinga. ¿Cuál es el mensaje? Seguimos siendo hijos de Quetzalcóatl. De la Madre del Tepeyac, de Pedro Infante y del Santo El Enmascarado de Plata. La gente lo decide, pero esta es nuestra realidad de nuestro país. Se necesita un ídolo de barro. Se necesita un tótem. Un diosito de a peso. Ahí está”. El payaso Brozo le echa la culpa a las creencias en abstracto porque, como todos los locutores de la alternancia del PRIAN, creen que las elecciones no son asuntos de esperanzas, creer en algo y en alguien, de imaginar un destino común, sino sólo ellos creen que los votos deberían de ser como quien compra un yogur en un anaquel del super. Por eso les parece mal que la política sea, también, una esperanza porque creen que es una fantasía, una ilusión, un cuento chino. No. En la nueva forma de la política del movimiento obradorista, la esperanza guía las libertades. Sólo la esperanza permite cultivar la vida. Lo demás, es puro miedo que locutores como él y Latinus trataron de infundirle a la gente. El miedo reduce la existencia de la gente a simplemente evitar que los maten. El miedo de la derecha es pura impotencia personal. La esperanza de la 4T es colectiva y es un poder, no es una ilusión.
Por último, una señora que nunca he sabido cómo se llama pero que aparece cotidianamente en Latinus dijo: “Yo he insistido mucho en cómo rebotamos en ciertos círculos rojos, ciertas cosas y te acuerdas que te deía Jesús (se refiere a Silva Herzog Márquez de Reforma) no es obvio porque hay cosas que para nosotros, en el círculo en el que te desenvuelves, son obvias. Pero en el día, cuando compras tortillas, hay cosas que no les afectan ni dimensionan. En el día a día la gente no está pensando en la Suprema Corte, sino en las tortillas”. Así o más ciega a lo que sucedió: precisamente al votar una mayoría calificada, la gente estaba pensando en la Suprema Corte. Lo que ella quiere evitar a toda costa es pensar en el pueblo como un sujeto político, capaz de pensar en el país, la república, el régimen. Para ella el pueblo son los que todo el tiempo piensan en tortillas, los que se dejan “comprar” con programas sociales o que hacen lo que el Dirigente les dice que hagan. Esos políticos de la derecha que ni siquiera son conscientes de su clasismo que logra borrar del lenguaje a toda una condición social mayoritaria del país y la reducen a un vacío. El pueblo para los neoliberales, si algo, es una fantasía donde las personas se conforman con lo que les atribuyen, y se auto-definen de la forma en que “el poder” les indica. Por eso hablan de gente “conforme”. Para ellos, el pueblo no tiene forma de pensarse a sí mismo y, por tanto, no existe como sujeto político. Para los neoliberales sólo existe como cartografía: es el lugar de donde hay que escapar. Es también el lugar a donde la clase media no debe caer. Es el lugar donde está lo inamovible, los que no pueden pensarse a sí mismos, ni actuar por convicción, sólo engañados. Ese lugar que, como dijo el payaso de Latinus, es de pura fe.
Pero lo que ha demostrado este triunfo cultural, moral, político y electoral es que la esperanza está basada en las obras y decisiones de López Obrador y su gabinete, del Congreso de la Unión, y del movimiento en su conjunto que funciona para indicar la dirección, vigilarla, y exigirla. Nada de lo que fue la alternancia del PRIAN queda en este nuevo escenario. Es, como hemos repetido desde 2018, un cambio de régimen por la vía pacífica donde se ha ido transformando lo que entendemos por política, por moral pública, y por la dirección del Estado. Los opinadores confunden mayoría y autoritarismo que, en realidad, son cosas contrarias. Lo que indica una mayoría del 60% es un consenso social que abarca regiones, generaciones, géneros, ingresos, escolaridades, y clases sociales. Cuando hay consenso no hay necesidad de autoritarismo. Es la debilidad, la ilegitimidad de un gobierno, la que lleva a la mano dura. El ejemplo es Felipe Calderón. El consenso tan contundente en el país nos habla de un movimiento transformador pero pacífico. La mayoría en un Congreso no es un autoritarismo, es una necesidad. ¿Qué país funciona sin una mayoría en el Congreso? Lo que hay cuando no hay más que minorías grandes es parálisis legislativa. La mayoría demanda resultados, resoluciones, al ritmo, por lo menos, de las de Andrés Manuel. Y por eso le otorga lo necesario. No es una ilusión o un toma y daca de “dinerito”. Es un momento de quiebre histórico entre un régimen del PRIAN que se creyó eterno y una nuevo donde la mayoría hace valer su peso para refundar, ni más ni menos, la república.
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