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Antonio María Calera-Grobet

05/06/2016 - 12:03 am

Apetito panbolero

La cocina se ha saturado de bolsas del mercado: aportaciones culinarias de las familias invitadas (en refractarios, bolsas con cierre, compartimentos de plástico), botanas famosas hechas en casa (hay quien llegó con otras compradas) y, por supuesto, todo un arsenal de botellas de diversos calibres y fuselajes.

Se traza de una parrillada de 90 minutos, por todo lo alto. Foto: shutterstock
Se traza de una parrillada de 90 minutos, por todo lo alto. Foto: shutterstock

La cocina se ha saturado de bolsas del mercado: aportaciones culinarias de las familias invitadas (en refractarios, bolsas con cierre, compartimentos de plástico), botanas famosas hechas en casa (hay quien llegó con otras compradas) y, por supuesto, todo un arsenal de botellas de diversos calibres y fuselajes. La televisión reluciente marca a su modo el centro del mundo y todo es cuestión de tiempo. Se trata de un acontecimiento pero para cuando termina la cuenta regresiva y el árbitro silba el inicio de las acciones (por cierto que ya todo es fiesta, todo es aplausos y vitoreo), te das cuenta que no tienes miedo, que te has preparado realmente bien para sobrevivir al torneo. Empiezas bien. Como sabes que no todo es posible esquivas las primeras bolsas, las primeras charolas. Nada de papas fritas, nada de bocadillos, nada de carnes frías. Prefieres atacar en un momento verdaderamente importante. Por eso analizas a tu rival. Se traza de una parrillada de 90 minutos, por todo lo alto. Nada fácil, más bien colosal: cortes de carne, chorizos, morcillas, quesos fundidos, inventos variados de todos los que se asumen como cocineros designados. Pretendes confundir al enemigo abriendo con un poco de ensalada. Como si no tuvieras hambre y no quisieras comer casi nada. Y lo consigues. De los 11 que juegan contigo nadie podría saber que te has decidido a ir por todo. Sigues con unos pimientos rellenos, un poco de puré de papa, cedes a una salchicha para no pasar por embustero. Algo ligero, te dices, para seguir midiendo al enemigo. No te cabe duda que vas bien. Estás en plena forma. Destapas un vino blanco, cosa de niños. Estás feliz. Haces chistes, te ofreces para poner al fuego unas costillas de cerdo. Casa llena. Todos te piden un poco de esto, un poco de aquello. Y bueno, tú no le haces el feo. ¿Qué tanto es una copa más de vino, un buen pedazo de lomo puesto sobre el fuego, unos panecillos cubiertos con ricos ultramarinos? Nada, ¿verdad? ¡Pues que siga el partido! Por eso decides arrancarte por todo el terreno de juego. Picas por aquí y arremetes por allá, y a todos les queda claro que eres un jugador de lo más versátil: lo mismo comes que haces comer a todos de todas las viandas. No cabe duda que la reunión es un éxito. Y mírate tú ahí, derrochando clase, repartiendo juego en la media cancha. ¡Qué cosa! Y aún así paras en el medio tiempo para echarte una cerveza fría. ¿Por qué no? ¡Vaya que el calor lo amerita! ¡Y mira nomás a la comitiva! Los primos se arremolinan alrededor de las vituallas, los tíos no se apartan un centímetro de la barra de bebidas. Y tal vez porque la victoria parece estar decidida es que te confías. Te llevas un bollo a la boca, relleno de delicias y bañado en salsa picosa. Te abandonas. ¡Qué comida tan deliciosa! El partido ha terminado y los demás ya no comen pero tú le sigues. Pollo, camarones y hasta un plato de tallarines y luego, un poco de vino rosado, una empanada de mariscos, y rematar con un par de Martinis. En ese momento, bocado en mano, te cae el peso de la verdad. Según tú ibas ganado pero era justo todo lo contrario. Te dicen los amigos que en la repetición del partido prenderán de nuevo el asador. ¡No les crees y pides tiempo de compensación! ¡Imposible! Estás confundido. Vas a la banca y pides un digestivo. Esto no lo habías planeado en el entrenamiento. Te exiges reponerte pero estás agotado, a punto del estallamiento. No puedes más. Has perdido la batalla mientras los demás jugadores, un tanto más frescos, esperan su segundo aliento.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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