Los otomíes conocen a la perfección los procedimientos técnicos para realizar la siembra de maíz, no desdeñan ni desconocen en absoluto la importancia de la negociación y de las ofrendas que se deben de realizar para que los dueños de las semillas.
Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH
Ciudad de México, 5 de febrero (SinEmbargo).- Para los otomíes de la huasteca veracruzana, algunas actividades técnicas y rituales no están necesariamente disociadas. La producción agrícola, por ejemplo, no puede ser comprendida sin su contraparte ceremonial. Para la cultura otomí, de cierto modo, sembrar milpa y hacer Costumbre son un todo.
Si bien es verdad que los otomíes conocen a la perfección los procedimientos técnicos para realizar la siembra de maíz, no desdeñan ni desconocen en absoluto la importancia de la negociación y de las ofrendas que se deben de realizar para que los dueños de las semillas, o Antiguas, y los espíritus-semilla sean concitados para que ocurra ese milagro de la vida que es la producción de alimentos.
Distintos mitos de origen señalan que a la llegada de Cristo-Sol, los antiguos seres que poblaban el mundo se negaron al bautismo y se refugiaron en las cuevas, peñascos y en otros lugares agrestes. Las Antiguas, sin embargo, se llevaron consigo las semillas de las principales plantas comestibles para que los “acristianados” se acordaran de ellas; para los otomíes, Cristo-Sol no es ni la única deidad ni la más antigua. Estas son algunas coordenadas en las que se puede comprender la vida agrícola y ceremonial del pueblo otomí.
Actualmente, para que las Antiguas otorguen los espíritus-semilla —que darán “fuerza” a la “cáscara” inerte que es el grano-cuerpo de maíz y se produzca así su crecimiento— es necesario que reciban algo a cambio. Según la cosmología otomí, no basta con realizar el procedimiento técnico de la siembra para obtener una cosecha. Es menester, en cambio, continuar la siembra por otros medios —aquí es donde la labor chamánica es fundamental—. Por medio de la ritualidad se convoca a esa multiplicidad de divinidades que están directamente comprometidas en la continuidad de la vida humana. Nosotros lo solemos llamar ritual, para los otomíes es sembrar con la palabra.
La Antiguas que se refugiaron utilizaban, desde los tiempos míticos, vestimentas campesinas, se alimentaban y les gustaba la música de huapango. En virtud de esto es frecuente que en los rituales del tipo Costumbre soliciten, a través de las Madrinas que escuchan lo que las divinidades profieren, sus ajuares completos, así como ofrendas de comida, bebida y música. De ahí que, con bastante periodicidad, se les lleve todo eso que pidieron —vestimentas miniaturizadas o alimentos— a los cerros tutelares.
Es como si las propias divinidades tampoco pudieran producir ciertos “bienes”, así como los humanos no pueden crecer su siembra sólo depositando semillas en la tierra. Ahí se halla la bisagra que posibilita el intercambio de dones entre humanos y no-humanos, entre otomíes y Antiguas. Los agricultores otomíes realizan las labores necesarias para “hacer” milpa. Es decir, desbrozan la tierra, siembran la semilla, abonan y vuelven a limpiar la parcela durante el crecimiento inicial del maíz. También llevan a cabo una intensa actividad ritual para negociar con los verdaderos dueños de las semillas y así asegurar la continuidad de la vida. De hecho, la labor de sembrar y de hacer Costumbre son parte del mismo proceso “agrícola”.
Durante un Costumbre aparecen principalmente recortes de papel de la Abuela Tierra—con vestido, zapatos, collares y aretes— y el Abuelo Tierra—usando calzón de manta, camisa huasteca, paliacate y huaraches—. Ellos son el “mundo”, que se encuentra por lo general dentro de una olla de barro. En morrales, en cambio, se localizan los recortes vestidos de los múltiples espíritus-semillas del maíz blanco, del maíz amarillo, del maíz morado, así como del chile, el frijol, el ajonjolí o el tomate. No todos los “cortes” usan vestimenta, quizás sólo aquellos que renegaron en los tiempos míticos. Estos mismos son con los que se negocia a la hora de la siembra-ritual. Asimismo, en la huasteca veracruzana es posible ver, en muchos pueblos otomíes, el recorte de papel de la deslumbrante Sirena -ataviada con elegantes vestidos, aretes, collares y su sombrilla- en los principales pozos de agua comunitarios.
Por supuesto que los otomíes no desconocen el hecho práctico de la siembra y la importancia de hacerlo durante los tiempos indicados, con las semillas seleccionadas y en las parcelas adecuadas. Sin embargo, no se disocia la técnica de la ritualidad, pues cultivar es sólo una parte de un proceso complejo que combina la técnica agrícola y la negociación chamánica. Para que el maíz germine y crezca dependerá, también, de que llueva a tiempo y de modo mesurado y, para que esto ocurra, se le deberá ofrendar a la Sirena, a los Truenos, a los Rayos, al Huracán, además del cerro tutelar de cada micro región. En el caso de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, será al cerro San Jerónimo -que, según la jerarquía local, es municipio y es gobierno- al que se le solicitará la buena cosecha.
A la sociedad nacional le sorprende la cantidad enorme de recursos y tiempo que las comunidades indígenas invierten en sus “fiestas”, no pocas veces les parece un despilfarro, lo que desconoces es la enorme generosidad con que los pueblos, como el otomí, procuran que la vida sea posible. Comprender que para un pueblo como el otomí la vida ceremonial y la agrícola no están separadas sino por el contrario, unidas indisolublemente, ayudaría a entender la intensidad de la vida ceremonia y la cantidad de recursos que se utilizan para que el cosmos funcione del mejor modo. Entonces, la división artificial que realizan incluso los antropólogos entre agricultura y ritualidad sería mejor comprendida. Para los otomíes, hacer Costumbre es hacer milpa y viceversa.
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