Jorge Alberto Gudiño Hernández
05/02/2022 - 12:05 am
Desconfiar por oficio
«No hay nada que me permita meter las manos en el fuego por ningún gobernante. Por ninguno. Aunque yo haya votado por él. Me parece que buena parte de la labor política de los más encumbrados pasa por traiciones, por desvíos, por muestras de poder, por cochupos y trampas varias, cuando no son cosas más graves».
Resulta mucho más sencillo confiar que no hacerlo. También es más reconfortante. Hay confianzas automáticas, como las de los niños por sus padres, hermanos, amigos, maestros y personas en general. Otras se van ganando con el tiempo, conforme las relaciones se ponen a prueba. A la larga, las primeras generarán algunas desilusiones, toda vez que las expectativas son demasiado amplias y que no todos son merecedores de dicha confianza. Las segundas pueden aguantar algunos embates pero a saber qué pasará cuando se les lleve al límite. Es el proceso del aprendizaje. Uno aprende a confiar y a desconfiar dependiendo de la persona, el contexto o el asunto.
No todas las relaciones son iguales y no todas las confianzas se expresan de la misma forma. Hay a quien le dejaría a mis hijos en caso de urgencia, a quien le daría mis claves bancarias y las llaves de mi casa pero no les confiaría mi coche porque manejan pésimo. Confiamos la seguridad privada de ciertos lugares a desconocidos subcontratados por terceros. Incluso confiamos en instituciones abstractas o en el sentido común de unos cuantos. En el balance general, sin embargo, prefiero confiar en pocas personas concretas, de las que sé interesadas en mi bienestar y el de los míos (entre los que, invariablemente, se encuentran). Son círculos de confianza que, conforme se amplían, dejan de serlo tanto. Es inevitable. De ahí que uno no ponga las manos en el fuego por cualquiera. Y, en compensación, tampoco hay muchos que confíen ciegamente en uno. Es algo tan normal como justo.
Lo traigo a colación porque me sorprenden mucho algunas defensas apasionadas y agresivas que se hacen al Gobierno en turno. Como todos, he leído las acusaciones que se le hacen al Presidente a través de sus hermanos, su hijo, sus colaboradores más cercanos. Lo he seguido como seguí el asunto de las ligas, de la Casa blanca o de los excesos de líderes sindicales. Como no soy ingenuo, he asumido que todas esas acusaciones a los gobernantes en turno, tienen algo de verdad. Me queda claro, también, que pueden tener otro tanto de exageración. Incapaz de probar una aseveración sobre otra pues no me dedico a esas investigaciones, me parece mucho más razonable desconfiar que confiar.
No hay nada que me permita meter las manos en el fuego por ningún gobernante. Por ninguno. Aunque yo haya votado por él. Me parece que buena parte de la labor política de los más encumbrados pasa por traiciones, por desvíos, por muestras de poder, por cochupos y trampas varias, cuando no son cosas más graves. No se llega a los altos cargos públicos siendo buena persona. Al menos, ésa es mi opinión aunque sé que bien puedo estar equivocado. Incluso estándolo, estoy convencido de que a los gobernantes hay que criticarlos, cuestionarlos y señalarlos. Es algo que viene con el puesto. Ni modo. Es imposible darle gusto a todos y gobernar bien para todos. Ni modo. Es algo que todos los que le entran al ruedo lo saben. Ni modo.
Así que no puedo sino extrañarme de los defensores a ultranza. De aquéllos que, viendo una nueva acusación, sacan argumentos relacionados con el pasado, con el equívoco o con la idea de que el reportero en turno es un golpeador. No niego que lo sea, tampoco que antes las cosas fueran peores, ni siquiera que no haya mucho de manipulación en el nuevo reportaje. Pero, de ahí a poner las manos en el fuego por alguien a quien no conocemos, que no nos conoce y que no muestra pruebas para desmentir los señalamientos hay un gran trecho. Peor aún, ni siquiera necesita esa clase de defensa. Además, si existe alguna forma de llegar a la verdad (esa cosa tan resbaladiza) será a través de la desconfianza. Insisto: a los gobernantes se les pone en tela de juicio. De lo contrario, seguiremos sometidos a sus designios y a una confianza que, vista con calma, despierta demasiadas suspicacias.
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