Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/01/2019 - 12:03 am

Lecciones de billar 1

Alguna vez don Juan llegó más temprano o sus adversarios demoraron en sus rutas. Aproveché para acercarme mientras practicaba algunos tiros. Confieso que, francamente, soy malo para el billar. Así se lo dije a don Juan. Le hice saber que entendía bien la teoría pero mi cuerpo no alcanzaba para llevarla a cabo: es decir, era y soy malo en la práctica.

“Ya sobre el fieltro verde, era sencillo ver qué golpe se le necesitaba dar a determinada bola para que hiciera tal cosa. Lo difícil era calcular la fuerza exacta, el punto donde el taco empuja o golpea a la bola blanca, el ángulo justo en que esta esfera deberá impactar con la siguiente”. Foto: Imagen ilustrativa. J. Guadalupe Pérez, Cuartoscuro

Hace ya muchos años que hice mi primer (y casi último) emprendimiento empresarial. Junto con varios socios rentamos un local a las afueras de la ciudad, compramos siete mesas y abrimos un billar. La sociedad no duró más que unos cuantos meses y, si acaso, salimos con pocas pérdidas tras la aventura. Pocas pérdidas en el terreno de lo financiero y muchas anécdotas que acumular en nuestros inventarios.

Recuerdo, con meridiana precisión, que la mesa del fondo era de carambola, a diferencia del resto. Ahí se reunían, a partir de las cuatro o cinco de la tarde, un grupo de taxistas de esa colonia que era casi un pueblo. Eran liderados por don Juan, supongo que porque era el de mayor edad. Así que él se encargaba de dirimir cualquier controversia que se diera sobre la mesa y entre las tres bolas. Jugaban retas a diez carambolas. Quien perdía, pagaba el tiempo que había durado la partida. Para la medianoche o las dos de la mañana el encargado en turno (a mí me tocaba un día a la semana) tenía una treintena de papelitos con los que le hacía la cuenta a los deudores que iban saliendo poco a poco. Nunca se quedaron sin pagar, tampoco se quejaron.

Alguna vez don Juan llegó más temprano o sus adversarios demoraron en sus rutas. Aproveché para acercarme mientras practicaba algunos tiros. Confieso que, francamente, soy malo para el billar. Así se lo dije a don Juan. Le hice saber que entendía bien la teoría pero mi cuerpo no alcanzaba para llevarla a cabo: es decir, era y soy malo en la práctica.

Don Juan sonrió. Me dijo que me equivocaba. De la teoría a la práctica no hay un paso sino dos. El punto intermedio es la capacidad de cálculo. A saber: primero, uno sabe qué debe hacer; después, cómo conseguirlo; por último, lo hace. Ya sobre el fieltro verde, era sencillo ver qué golpe se le necesitaba dar a determinada bola para que hiciera tal cosa. Lo difícil era calcular la fuerza exacta, el punto donde el taco empuja o golpea a la bola blanca, el ángulo justo en que esta esfera deberá impactar con la siguiente. Tras ese complejo cálculo, faltaba, entonces sí, ponerlo en práctica, controlar las manos temblorosas, alinear bien el taco, respirar en el momento justo, hacer que los músculos proporcionen la energía justa… Y así en cada tiro.

No tomé muy en serio a don Juan en ese entonces. A decir verdad, no me interesaba convertirme en un gran carambolista ni mucho menos. Si acaso, años más tarde, cuando tuve algún juego de billar en mi teléfono, supe que era verdad: de la teoría a la práctica se necesita ese paso intermedio y éste suele provenir de la práctica. A fuerza de intentarlo una y otra vez los cálculos se van afinando. También la obediencia del cuerpo para seguirlos. Hoy sé, también, que de forma más o menos evidente, esos tres pasos aplican para todos los deportes.

Y supongo que para el resto de las cosas. De ahí que me sorprendan tanto, por ejemplo, los dislates políticos de quienes nos gobiernan o la falta de sensibilidad de quienes hacen declaraciones sin detenerse a pensar en las consecuencias. Si basta con calcular un poco, practicar algo más y ejecutar de buena forma con la ventaja de que no es una labor solitaria sino otra en la que intervienen equipos con mucha práctica a cuestas. Da la impresión, a veces, que son como ese jugador novato que un día se enfrenta a su turno y no sólo no tiene idea de qué hacer sino que se imagina que pegándole fuerte sucederá algo bueno. Pocas veces funciona y el riesgo de sacar la bola de la mesa, de lastimar el paño o de hacer el ridículo es mayúsculo.

Don Juan y su grupo eran incluyentes. Vi a decenas de taxistas jugando con ellos; también se sumaban al grupo con regularidad un par de hermanos herreros y un empleado de rastro que debía salir temprano pues entraba a trabajar casi de madrugada. En lo único en lo que no los vi transigir fue en aceptar a los pésimos jugadores. Les daban oportunidad una o dos veces. Después, les pedían que se fueran a practicar a otras mesas, que subieran su nivel. De lo contrario, no tendrían cabida ahí. Y es que no les interesaba sólo ganar y ahorrarse el costo de la renta; preferían partidas parejas.

Cada tanto, una carambola especial, difícil o de fantasía llamaba la atención de ese corro. Aplaudían chocando el cubo de tiza contra sus tacos. Era su manera de reconocer que una secuencia particular de tres pasos (teoría, cálculo, práctica) había llegado a buen fin. No extraño mucho esas noches de desvelo. Sí, en cambio, ese aplauso que se desvanecía pronto. Ojalá algún día todos lo merezcan.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas