Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

04/10/2014 - 12:02 am

Me gusta la televisión

Desde que tengo memoria una serie de frases han estado asociadas con la idea de ver la televisión. Todas son lugares comunes que parten del aspecto nocivo del medio y del aparato. Así, ver la tele de cerca me iba a dejar ciego mientras que verla mucho tiempo me iba a volver idiota. Es probable […]

Desde que tengo memoria una serie de frases han estado asociadas con la idea de ver la televisión. Todas son lugares comunes que parten del aspecto nocivo del medio y del aparato. Así, ver la tele de cerca me iba a dejar ciego mientras que verla mucho tiempo me iba a volver idiota. Es probable que, a estas alturas de mi vida, cuando uso lentes todo el día y pierdo el tiempo en entretenimientos zafios, se hayan cumplido las dos amenazas. Pese a esa sospecha, no conozco a nadie que, en realidad, haya perdido la vista y, mucho menos, sus habilidades cognitivas: éstas siempre fueron cuestionables.

         Me quedan claras las razones por las que vemos la televisión. Incluso si sólo tenemos acceso a los programas que ofrecen de manera gratuita las televisoras nacionales. Supongo que se pueden sintetizar en algo muy simple: nos encanta que nos cuenten historias. Así, sin más, sin darle vueltas innecesarias al asunto. Podemos discutir largo y tendido sobre la calidad de las mismas para volver a las consignas que se repiten desde entonces: es que las telenovelas son pésimas, están mal hechas, las repeticiones de las mismas acusan una gran falta de talento en los guionistas, ¿cómo te atreves a ver programas unitarios tan mal hechos? Y sí, hay mucho de cierto en ello: la calidad de la televisión nacional es ínfima pero no importa, seguimos consumiéndola hasta la enajenación.

         Puedo caer en varios lugares comunes y abrogarme un estado superior de conciencia: sólo veo televisión extranjera, me dejo seducir por las narrativas más innovadoras, me permito seguir series que me mantienen en un estado constante de taquicardia y puedo hablar por horas acerca del final de Breaking bad, The Sopranos o de lo que significa Black mirror para quien busca confrontarse con lo que ve. Eso sí, que quede claro: si lo hago es porque, al margen de las decenas de horas invertidas frente al televisor, sé bien que la lectura es la que me salvará siempre y que no hay nada mejor que un buen libro.

         Patrañas. Esa excusa se la he escuchado a los que ven telenovelas y a quienes juegan Candy crush. Como si enajenarse con determinados productos fuera espiritualmente más plausible que hacerlo con otros. Eso es, sin duda, síntoma de nuestra soberbia como espectadores. Caemos en las garras de los productos que consumimos pero pretextamos que eso sólo mero divertimento. Lo nuestro se ubica en otro nivel.

         Para nada. Y eso que no hemos considerado el enajenamiento pasivo, sin justificaciones.

         Recuerdo algunas tardes aciagas de sábado o de domingo. Noches incluso en las que encender el televisor obedecía más a un automatismo que a un propósito específico. Descubrir que no hay ningún programa bueno es cosa de minutos. Permanecer ahí, pese a ello, es un síndrome muy humano. ¿De qué otra manera se podría explicar, si no, el dedicar las siguientes tres horas a ver una película repetida (bastante mala, por cierto), un partido de futbol entre dos equipos desconocidos, programas de concurso en donde se ridiculiza a los participantes sin mucha gracia…?

         La respuesta reside en una muy primitiva necesidad de enajenarse. Dejemos de lado los discursos morales. Si alguien resiste siempre la tentación de perderse en un laberinto de contenidos insulsos es porque, en verdad, está en un nivel superior, es muy disciplinado o no tiene demonios internos que lo fustiguen hacia la pereza. Yo, por el contrario, participo de ella cada que puedo.

         Tirarse a ver la tele tiene una parte de placer que no es sencillo encontrar en otra parte. Dejarse enajenar permite la suspensión total del pensamiento profundo. Esto ocurre cuando consigo perder la noción del mundo exterior, cuando el abandono absoluto me atrapa al grado de que, incluso, me niego a cambiar de canal.

         A veces esto sucede cuando miro buena televisión, cuando me dejo atrapar por la trama, cuando programo mi agenda con tal de ver el siguiente capítulo de la serie que no me da respiro. Pero ésa es una enajenación parcial, la de quien le da valor al contenido; la de quien se sabe adicto a ciertos productos. La otra, la que imponen la rutina y el cansancio es, más bien, una fuga. Y eso es lo que la sostiene.

         Insisto: es inútil intentar validar una enajenación frente a la otra. Tampoco es cosa de argumentar que la primera es producto de ese mismo proceso que nos hace olvidarnos de nuestro entorno cuando leemos un buen libro. Eso implica juicios de valor y no los necesitamos ahora. A mí me resulta fundamental reconocer la importancia del abandono, de dejarme llevar por las imágenes, de desprenderme de mi conciencia. El asunto es hacerlo con sinceridad, de esa forma se eliminan las culpas y puedo convencerme de que, al menos por hoy, dejarme ir frente a la pantalla no es algo tan malo como parece. Al contrario, me abre una nueva dimensión de mi persona. Una de las más falibles, quizá, pero no por eso menos mía. A veces, dejarse idiotizar no suena tan mal.

         Es bien sabido que los procesos de purificación implican una caída al abismo. ¿Y qué mejor abismo que un confortable sillón, botana, bebida, un televisor, horas de imágenes disputando su lugar en nuestras retinas y la idea de que “nada” es la respuesta correcta que darle a quien pregunte por lo que hicimos el fin de semana?

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas