Sergéi Belov, el mejor jugador soviético de la historia y primer dolor de cabeza olímpico para Estados Unidos

04/10/2013 - 1:00 am
Foto: olympics.org
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Ciudad de México, 4 de octubre (SinEmbargo).– “El basquetbol mundial ha perdido hoy a una verdadera leyenda”. Jordi Bertomeu, presidente de la Euroliga, describió así a Serguéi Belov. Quienes lo vieron jugar reconocen en él a un talento a la altura de los mejores del mundo. Su apellido se posicionó con gran merecimiento en todo el viejo continente. Miembro y actor principal de una hazaña que marcaría un parteaguas en la historia del olimpismo, murió ayer a los 69 años con un gran legado cimentado.

Durante Munich 1972, el atentado a parte de la delegación Israelí, abrió las puertas para las primeras acciones políticas contra el terrorismo. Alemania soñaba con una justa que diera un mensaje de paz con el recuerdo extinguiéndose de la Segunda Guerra Mundial. Sin mucha vigilancia, un capítulo negro se instauraría en el historial deportivo. A pesar de la presión internacional, el Comité Olímpico Internacional optó por continuar con la justa en un intento de mostrar fortaleza ante la adversidad. Por esa decisión, el planeta conocería al gran nadador estadounidense Mark Spitz, y un equipo ruso rompería con un pronóstico infalible.

El basquetbol se presentó como disciplina oficial en Juegos Olímpicos desde Berlín 1936. Desde aquella justa organizada por la Alemania Nazi, el equipo de Estados Unidos conquistó 7 medallas de oro consecutivas. Siempre con conjuntos de universitarios, diversos jugadores se encumbraban antes de saltar al profesionalismo de la NBA. En Múnich 1972, una generación soviética se propuso hacerle frente a la historia para darle la espalda a la lógica. Serguéi Belov extendería su fama al resto del mundo.

Foto: Twitter
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“Era un hombre dedicado totalmente al basquetbol”, declaró Ivan Dvorny, compañero de aquel equipo en Múnich. Durante la competencia, la URSS jugaba entregada en el talento de su base armador de gran visión de campo y gran tiro de media distancia. Belov se cargó al equipo para plantarlo en la final frente al gran favorito conjunto de Estados Unidos. Aquella final fue una exhibición de buen juego con la guerra fría en apogeo. Las diferencias culturales, tan distanciadas socialmente, propusieron en cancha un partido agerrido. El final sigue siendo recordado como uno de los más emblemáticos de aquellos tiempos.

Doug Collins, jugador estadounidense, anota los dos tiros libres que ponían el marcador 50-49. Mientras el basquetbolista se concentraba, el entrenador soviético Vladimir Kondrashkin pide un tiempo fuera en cuanto se reanude el partido. Con un segundo en el reloj, la URSS saca y falla el tiro. Mientras el equipo norteamericano festeja en duela, los reclamos europeos persisten. Los árbitros se reúnen y deciden rectificar. El saque se reanuda. En esa segunda oportunidad, el equipo rojo no falla, coronándose como campeón olímpico por primera vez en su historia rompiendo la dictadura de los Estados Unidos.

Sergéi Belov conocería el éxito mundial por su gran actuación. Fiel a la patria, nunca salió de Moscú. Su juego ayudó a formar la grandeza del CSKA tras ganar 11 campeonatos locales, dos copas y dos Euroligas en doce años. Con la URSS se obtuvo tres medallas de bronce y de oro recordada, además de dos campeonatos mundiales y cinco Eurobasket. El Comité Olímpico estadounidense mantiene las medallas de plata en sus instalaciones, ningún jugador la quiso portar. En 1991, la Federación Internacional de Basquetbol (FIBA), nombró a Belov como el mejor jugador de todos los tiempos. El salón de la fama, lo incluyó en 1992, siendo el primer jugador no estadounidense en ingresar. En 1980, él llevaría la llama al pebetero olímpico en su natal y adorada Moscú.

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