Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

04/07/2015 - 12:03 am

Cruzar la frontera

El fin de semana pasado estuve en Tijuana. Me invitaron a la Feria del Libro y acudí gustoso. Me acompañaba mi esposa. No exagero si aseguro que Tijuana es una de las ciudades donde mejor he comido en mi vida. Es un ejemplo de cómo la competencia genera mejoras. Desde hace algunos años se ha […]

El fin de semana pasado estuve en Tijuana. Me invitaron a la Feria del Libro y acudí gustoso. Me acompañaba mi esposa. No exagero si aseguro que Tijuana es una de las ciudades donde mejor he comido en mi vida. Es un ejemplo de cómo la competencia genera mejoras. Desde hace algunos años se ha popularizado estudiar gastronomía en esa ciudad. Hay, entonces, una sobreoferta de chefs que no consiguen restaurante. Para conservar sus puestos de trabajo, quienes cocinan en un local establecido han debido mejorar sus estándares. Quienes no han podido entrar al mundo restaurantero han explorado otras opciones. Hay foodtrucks por doquier y sí, la comida que venden también es espectacular.

            Además de la comida podría hablar de la hospitalidad de los tijuanenses con quienes conviví. En verdad, hicieron que la estancia fuera por demás placentera. Pese a ello, mi esposa y yo destinamos una mañana para ir a San Isidro. Falso. La destinamos a cruzar la frontera con la clara intención de comprar ropa para los niños en el outlet que está a apenas unos cientos de metros de la garita. Sucede que, por razones que son injustificables, la ropa de los pequeños cuesta una quinta parte en esas tiendas que en las mismas que hay de este lado del muro. En las mismas, insisto. Un pantalón, una playera o una sudadera de la misma marca comprada en la misma tienda cuesta allá el 20% de lo que cuesta aquí. Como si los norteamericanos fueran más pobres que nosotros.

            En fin, estuvimos formados alrededor de una hora para cruzar. La cola se extendía a la calle, se cruzaba con vialidades y comercios. Cuando estuvimos dentro del recinto, no vimos a nadie que fuera rechazado aunque, justo es decirlo, sí a varios a quienes los hicieron pasar un mal rato. Los policías de migración norteamericanos, por supuesto. Con los mexicanos no tratamos nunca. En resumen, fue cansado pero funcional. Todo el que tuviera sus papeles en regla pasaba. El resto, supongo, no hacía el intento.

            Mientras esperábamos nuestro turno de ser inspeccionados por la policía migratoria recordé los centenares de cruces puestos sobre el muro. Aunque no es un muro. Es una larga barda de lámina que se ve en cuanto uno sale del aeropuerto. Atrás de ella, una construcción más intimidatoria. Altas torres de vigilancia con sensores de movimiento y de temperatura. El muro de la ignominia.

            Nosotros no tuvimos que burlar la vigilancia. Tampoco los miles de personas que cruzan diariamente por la garita más transitada del mundo. Hacerlo con privilegios no impide pensar en todos los otros que se quedan a la mitad del camino, masticando la ilusión de una mejor vida. Esperanza por demás fundada.

            Cruzamos. Fue inevitable pensar en Donald Trump y sus absurdas declaraciones. No seré yo quien abunde en el asunto. Su estulticia ya ha sido puesta de manifiesto por personas más enteradas.

            Volvimos. Cargados. Varias bolsas, lo confieso. Más que un gasto lo pensé como una inversión. Al hacer cuentas me puse contento por lo que nos ahorramos y no sufrí por el gasto. Eso no impidió, sin embargo, que tuviéramos cierto temor. Tal vez las autoridades mexicanas querrían fiscalizar las compras. Vaya ingenuidad la nuestra. No nos pidieron ni el pasaporte. Podríamos haber entrado armados, con drogas, con sustancias peligrosas e indocumentados. Nadie nos detuvo, no pasamos por ningún control, ni siquiera los consabidos detectores de metales o los lectores de rayos X. Nada.

            Soy de los que creen que las fronteras son absurdas salvo para delimitar los territorios. Está bien que existan para jugar a la cartografía y aprender cosas. No para evitar el tránsito de la gente. Pese a ello, ya que existen, sería buena idea que fueran parejas. Si se exige mucho para ir de un lado al otro, lo mínimo que se espera es reciprocidad en el regreso. Sé que puede sonar absurdo. Considérese que los ciudadanos norteamericanos deben hacer la misma larga cola si quieren ingresar a su país. Tal vez por ser tan displicentes es que las cosas nos vayan tan mal. Al menos en el asunto migratorio.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas