Un Presidente sin argumentos

04/06/2015 - 12:01 am

Enrique Peña Nieto llegó a la Presidencia con un discurso claro: ser el gran reformador que proyectaría a México hacia el futuro.

El objetivo, entonces, estaba definido: pasar cuanto antes por el Congreso las grandes reformas pendientes. Exhibir la incapacidad de Felipe Calderón y del PAN en el poder.

Para sorpresa de muchos en este país y en el extranjero, lo logró.

En tan sólo su primer año de gobierno y con el empuje operativo del PRI en el Congreso, Peña Nieto vio aprobadas con gran velocidad las reformas fiscal, educativa, energética, laboral, entre otras.

Las portadas de las más prestigiadas revistas y las entrevistas de medios a nivel internacional no se hicieron esperar. Ese período climático en el tiempo se convirtió en el ya tristemente célebre Mexican Moment.

Pero el momento se derrumbó muy pronto y con sobradas razones: el bajo crecimiento económico y los continuos ajustes a la baja en los pronósticos de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México; los terribles acontecimientos violentos en Tlatlaya y Ayotzinapa; y por supuesto las contundentes investigaciones periodísticas que develaron lo escándalos de corrupción y conflictos de interés con la “Casa Blanca” y el resto de propiedades de grupo HIGA.

Desde entonces tenemos en México un Presidente reprobado… a solo dos años de mandato.

Pero fiel a su trayectoria política, Peña Nieto no estuvo dispuesto a claudicar. Apeló a su perseverancia y olfato político, ajustó el gabinete de comunicación, mandó a su mentor David López a buscar otros caminos y emprendió, otra vez y con mayor brío, el discurso reformista: “en México suceden muchas cosas buenas y estamos dando los pasos necesarios para transformar el país”.

Le duró poco el gusto. El viernes pasado otra vez su credibilidad sufrió un golpe irreparable: la Secretaría de Educación Pública emitió un escueto desplegado donde comunica que la evaluación docente se suspende “hasta nuevo aviso”.

¿Y por qué el hecho es tan grave?

Me explico.

Uno de los pasos fundamentales para que el discurso presidencial reformador se mantenga creíble es la reforma educativa. Ya hasta cansa la repetida frase de que la educación es el futuro de Mexico, pero es que sí lo es. Imaginar mejores tiempos por venir para los mexicanos es imposible, si la calidad de nuestra educación no mejora sustancialmente en el corto y mediano plazo.

Vamos muy atrás, demasiado atrás, en educación comparados con aquellos países con los que competimos en mano de obra todos los días.

No importa que nos repitan nuestros gobernadores o secretarios de educación, no importa que nos digan los líderes sindicales: tenemos una educación deficitaria y de bajísima calidad de cara a las exigencias del siglo XXI. Las cifras son frías, lo dicen los resultados de la prueba PISA que tanto disgustan a los funcionarios del sistema educativo mexicano: nuestros niños y jóvenes tienen desempeños de mediocres a pésimos en español, matemáticas y ciencias.

La vuelta atrás lastima porque cuando por fin en México se había aprobado una reforma de gran calado para la mejora de la calidad educativa, cuando por fin el Congreso Federal lo había logrado y los congresos locales habían estado a la altura, cuando parecía que de verdad la voluntad del estado iba en el sentido correcto, el sueño se desmorona porque el Poder Ejecutivo, a través de la SEP y a escasos días de las elecciones –de pura casualidad, claudica cobardemente en una de las medidas fundamentales de la reforma educativa: la evaluación docente.

Con el parco comunicado de la SEP se derrumbó de un plumazo toda posibilidad de que el estado mexicano recupere el arbitrio sobre la educación en este país. Al renunciar a la evolución docente hasta “nuevo aviso”, la SEP nos está diciendo que la Coordinadora y el Sindicato son los que mandan sobre las plazas de los maestros mexicanos.

Si lo profesores adscritos a una determinado facción sindical son capaces de decidir bajo qué o cuáles parámetros pueden mantener su plaza o heredarla, no puedo imaginar un esquema mas privatizador que ese. Vaya ironía para los pregoneros del discurso anti-privatización.

Si de por sí, los ciudadanos mantienen a Peña Nieto en el sótano de la credibilidad por razones de corrupción, inseguridad y bajo crecimiento económico. Ahora con esta decisión pueden sumar la ineficacia, la indecisión o ya de plano la complicidad con la CNTE.

¿Qué puede decirnos ahora el Presidente Peña Nieto a los mexicanos para que le creamos?, ¿cómo convencernos de su capacidad si ante la embestida de un grupo fáctico se echa atrás?, ¿Dónde queda su liderazgo para conducir esta nación hacia el futuro?

Hay quienes consideran que la medida tiene un fondo electoral más complejo. Puede ser. Pueden variar las intenciones, pero las consecuencias y los daños en la imagen y capacidad de maniobra presidencial seguirán siendo los mismos.

En este sentido, conviene apoyar la convocatoria de líderes académicos, políticos y de la sociedad civil quienes, liderados por Mexicanos Primero, han creado una petición en Change.org para exigirle al Presidente que retome la medida pospuesta. Conviene recordarle que los mexicanos ya no queremos promesas, proyectos, reformas completas que se queden en espejismos. Los mexicanos queremos hechos.

Termino.

Debido a su relevancia, con la marcha atrás de la evaluación docente el Presidente no solo claudica en la concreción de la Reforma Educativa, sino que echa abajo su credibilidad para empujar el proyecto reformista completo. Cosa grave, al rajarse ante la Coordinadora, el Presidente se ha quedado sin argumentos.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.
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