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Tomás Calvillo Unna

04/05/2016 - 12:00 am

La mutación del estado en las ciudades

Es la hora de las universidades, del pensamiento; de la estrategia de la conciencia que dispersa y multiplicada en el país puede y debe articularse. Estamos al umbral de un cambio profundo, ojalá sepamos encontrar el rumbo.

Es la hora de las universidades, del pensamiento; de la estrategia de la conciencia que dispersa y multiplicada en el país puede y debe articularse. Estamos al umbral de un cambio profundo, ojalá sepamos encontrar el rumbo. Foto: Especial
Es la hora de las universidades, del pensamiento; de la estrategia de la conciencia que dispersa y multiplicada en el país puede y debe articularse. Estamos al umbral de un cambio profundo, ojalá sepamos encontrar el rumbo. Foto: Especial

Cerca de 10 kilómetros se han convertido en un pasaje entre changarros de toda índole. Se dice que algunos de ellos son puestos de halcones, no lo sé de cierto. Esta zona ya es parte de otro mapa, el de la disputa entre grupos criminales, por ahora está relativamente en calma, aunque en un mes en este tramo ya hubo tres muertos, uno a consecuencia de una balacera otro supuestamente por un paro cardiaco aunque todo apunta que fue aniquilado, y uno más lo asesinaron en la puerta de su casa, era policía.

Salones de fiesta dominan parte del paisaje y no lejos los antros. Como muchos otros lugares del país la seguridad es frágil.

En las últimas elecciones, en esta zona, encontraron el cuerpo mutilado de un joven abogado, que era miembro del equipo de campaña un candidato panista. La nota de su muerte pronto se borró. Nada más se supo. Sólo rumores de que dicho candidato ordenó a su equipo que ya no movieran las aguas, lo cierto es que el PAN, y no es el único, dejó que uno de los suyos desapareciera sin honrar mínimamente su memoria y exigir una investigación de su crimen. Esto parece ya algo común en muchos otros lugares. Estas noticias esparcidas a través de las pláticas se han sumado a otros eventos creando un clima de temor en ciertos círculos ciudadanos, en otros se ignora y en algunos más ya se acepta como parte de una guerra cuyo uno de sus frentes importantes, pero no el único, es el de la política.

La democracia hoy en día pasa por estos territorios y los partidos y sus candidatos se entrelazan de una u otra manera con los diversos ejércitos del terror hormiga que dominan gran parte del país.

Algunas redes y medios de comunicación participan del entramado de dominio donde el eje es un poder vertical omnipresente, al menos en sus pretensiones, y ajeno a un mínimo entendimiento de lo que significa una cultura democrática. En realidad esta última es un bien de minorías, y no me refiero a status económico, sino a densidad demográfica.

Asistimos a una estridencia mediática que termina por paralizar las posibilidades de concentrarnos en los temas fundamentales: acotar la violencia, la impunidad y la corrupción que han fortalecido la simbiosis entre política y crimen, debilitando estructuralmente al Estado mexicano y frustrando las aspiraciones democráticas del país. Los partidos al igual que los ciudadanos estamos atrapados en este ruido de acusaciones que se suman día a día; mientras la nación se mira en el espejo de nuevas fosas y paralizada, observa como su conciencia se desgarra sin encontrar respuesta alguna.

La política convertida en un juego perverso de sobrevivencia se tensa aún más en la medida que nos acercamos al 2018. Los actores del poder especulan ya con la dinámica de ese año y mueven sus fichas en un tablero resquebrajado, que evidencia deslealtades y un destino incierto.

En este contexto los poderes del centro, sus actores en tránsito, juegan con sus aspiraciones presidenciales usando y desechando a grupos que, en diversas regiones del país, les pueden garantizar una clientela política sin importarles el costo que esas alianzas suelen tener para sus poblaciones.

Se muestran así vinculados a grupos criminales; son de facto las nupcias entre cárteles y políticos que impulsan un nuevo clientelismo con rostro populista; aparentando ser esta la última fase del Estado mexicano en mutación.

Estamos absorbidos en una cultura de la fragmentación, inutilidad, imbecilidad, del poder machista que se regocija con su bajeza repetida una y otra vez como hazaña criminal de cada día. Los nuevos caciques de la infamia cuentan hoy con los voceros de su crueldad, oculta bajo la política de dádivas que enaltece a nuevos ego-maniacos. Actores y actrices deslumbrados por la valentía de los asesinos, cantantes convertidos en juglares de la crueldad más humillante. Nadamos en la basura del subconsciente.

Veneramos al dios del éxito sobre todas las cosas al precio de lo que sea y como sea. El país se convierte en un inmenso antro, esta parece ser una de las imágenes más recurrentes de la democracia mexicana en el primer cuarto del siglo XXI.

El fantasma de la necropolítica comienza a recorrer no sólo las ciudades de la república sino del mundo entero.

Si no se entiende que el tema de fondo es cultural, que tiene que ver con las raíces que estructuran la visión de la cotidianidad, sino entendemos esto, todos nuestros esfuerzos por reencontrar el camino, van a ser inútiles.

Es la hora de las universidades, del pensamiento; de la estrategia de la conciencia que dispersa y multiplicada en el país puede y debe articularse. Estamos al umbral de un cambio profundo, ojalá sepamos encontrar el rumbo.

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