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Sandra Lorenzano

04/02/2018 - 12:00 am

Espacios de memoria: dos cuentos para el debate

Primer cuento Un día amanecimos con la noticia de la fuga de veintiséis presas. Era 25 de mayo, fecha patria, un frío domingo de otoño. El año: 1975. La Alianza Anticomunista Argentina ya había comenzado a actuar en el país, amparada por la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón (la patética Isabelita). En la […]

Primer cuento

Un día amanecimos con la noticia de la fuga de veintiséis presas. Era 25 de mayo, fecha patria, un frío domingo de otoño. El año: 1975. La Alianza Anticomunista Argentina ya había comenzado a actuar en el país, amparada por la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón (la patética Isabelita). En la ciudad de Córdoba estaba la cárcel del Buen Pastor. Fundada por la orden de las hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de Angers y gestionada por el servicio penitenciario de la provincia. Ubicada en un edificio construido entre 1897 y 1906, el que fuera creado como “centro correccional de mujeres y menores”  funcionó -desde 1974 y hasta el final de la dictadura militar en 1983- sobre todo como lugar de reclusión de presas políticas.[1]

Alrededor de las ocho de la noche del 24 iniciaron las acciones: algunos grupos cortaron calles, otros pusieron explosivos en diversos puntos de la ciudad, mientras un camión arrancaba una de las rejas de las ventanas de la cárcel. En total participaron unas doscientas personas de diferentes organizaciones, pero la dirección estuvo a cargo de militantes del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo).

En cinco minutos veintiséis mujeres salieron por esa ventana buscando reincorporarse a la lucha política.

Fuga Buen Pastor. Foto: Internet

“Lo que te quería contar es que la situación que sufríamos en la cárcel fue diferente a la que sufrieron las compañeras en las cárceles de la dictadura –cuenta Ana María Sívori, una de las mujeres que participó en la fuga-. Cuando yo estuve presa llegabas a la cárcel buscando cómo fugarte al otro día. Era nuestro pensamiento y nuestra acción diaria. No era una cosa de pensar para adelante, que ibas a estar muchos años. (…) Éramos todas revolucionarias, entonces qué hacíamos que no estábamos en la calle. Teníamos que salir.”[2]

“Teníamos que salir”, pensaban. Y salieron.

Varias fueron detenidas nuevamente, otras se exiliaron, y nueve de ellas fueron asesinadas tras el golpe de estado del 24 de marzo de 1976.

El documental “Buen Pastor, una fuga de mujeres” (2010)[3], dirigido por Matías Herrera Córdoba y Lucía Torres, cuenta la historia recorriendo con algunas de las protagonistas el espacio carcelario. Allí, cada rincón, cada puerta, cada ventana, convoca la memoria: “Y entonces la monja que estaba ahí sentada  abrió un cuaderno grande y anotó mi nombre y apellido”, “Este patio es donde nos juntábamos con las comunes”, “¿Dónde está la calle por donde saltamos? ¿Allá?”, “Esa pared estaba cubierta de consignas”. La película inicia con imágenes de las mujeres caminando por espacios cubiertos de escombros; ha comenzado la demolición de los muros interiores. Poco quedará de la memoria del lugar cuando en 2007 la vieja prisión sea reinaugurada como centro comercial por el entonces gobernador de la provincia de Córdoba, José Manuel de la Sota. Al gran acto oficial de apertura por supuesto no estarán invitadas las ex presas políticas.

Son famosas en la ciudad las “aguas danzantes” del centro comercial: una fuente construida sobre los cuartos en que daban a luz las mujeres secuestradas durante el gobierno militar. “Allí nació el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo de Córdoba, Sonia Torres”. Su hija, Silvina Parodi, fue secuestrada cuando tenía veinte años y seis meses de embarazo. El médico que la atendió declaró -en el megajuicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Perla, el mayor campo de concentración de la provincia- que la vio en el Buen Pastor adonde fue trasladada en el momento en que comenzaba su trabajo de parto. Hoy, a casi cuarenta y dos años de su secuestro, Silvina y su niño nacido en cautiverio siguen desaparecidos. “Que mi nieto sepa que siempre lo estoy esperando”, suele decir Sonia Torres. Es difícil no sentir un nudo en la garganta al escucharla.

La transformación de la prisión ha borrado no sólo marcas de memoria personal y social sino también datos fundamentales para la justicia.

Algo similar sucedió con la cárcel de Punta Carretas en Montevideo, Uruguay, vuelta hoy uno de los centro comerciales más pretenciosos de la ciudad: las huellas de la memoria de la sociedad transformadas en espacios de consumo. Por cierto, también de esa cárcel hubo una espectacular fuga de presos políticos: el 6 de septiembre de 1971 escaparon más de cien militantes de la organización Tupamaros y algunas otras. Entre ellos estaba el futuro presidente José Mujica.

De la lucha política al shopping; de la memoria social al enriquecimiento de los consorcios inmobiliarios. ¿Se acuerdan cuando aún pensábamos en la utopía?

¿Irían ustedes a comer una hamburguesa, a tomarse un “latte caramelizado”, o a comprarse un traje de baño a Auschwitz?

Segundo cuento

No puedo evitarlo, entrar a Lecumberri me provoca siempre un estremecimiento. Aunque hace muchos años ya que el famoso “Palacio Negro” ha dejado de ser una cárcel, algo queda allí, entre esas paredes, de terrible y sacro. Con esa sacralidad que trae consigo el sufrimiento humano, como lo aprendimos en Dostoievsky y en su gran discípulo mexicano, José Revueltas.

Construida con una perfecta estructura de panóptico, siguiendo las propuestas de Jeremy Bentham, la prisión fue inaugurada en 1900 por Porfirio Díaz. Pero allí donde los espacios estaban destinados a albergar a una población de 800 hombres, 180 mujeres y alrededor de 400 menores de edad, terminaron viviendo –según datos de 1971- más de 3800 personas. Horroriza imaginar las condiciones de hacinamiento, y sus consecuencias en términos de insalubridad y violencia. Su último director, Sergio García Ramírez, denunció en su texto “El final de Lecumberri”, la imposibilidad de luchar contra la corrupción que se había enraizado.

Uno de los testimonios más brutales de esa realidad es, sin duda, la novela El apando, de Revueltas. Y vuelvo a nombrarlo porque es imposible no remitirnos a él cuando pensamos en esta cárcel donde estuvo recluido por su papel en el movimiento estudiantil de 1968. Había pasado también por la correccional de menores en 1929, y por las Islas Marías, en 1931 y 1934, historia esta última que inspiró Los muros de agua.

Como escribe Christopher Domínguez, “Del penal oceánico de las lslas Marías al llamado palacio negro de Lecumberri, Revueltas hizo de la condición carcelaria y concentracionaria, la geografía por donde corre su prosa”. Y dentro de ésta, considera “El apando, el relato más concentrado y perfecto de nuestra literatura y de algunas otras del idioma”.[4]

El escritor José Revueltas. Foto: Internet

Releí la novela hace un par de semanas, y volvió a deslumbrarme como hace casi cuarenta años cuando me acerqué a ella por primera vez.  La escritura revueltiana tiene en esas páginas una fuerza  excepcional, siendo a la vez un cuidadísimo ejercicio de estilo del que deberían aprender unos cuantos de nuestros autores actuales. Si hace tantos años la lectura de El apando me había llevado con temor y curiosidad a visitar Lecumberri, esta vez hice el camino inverso: una visita al lugar me condujo de regreso a la novela. Llegué al ex “palacio negro” desde Tlatelolco, repitiendo, sin buscarlo, el recorrido que habían hecho muchos jóvenes después de la represión asesina del 2 de octubre de 1968. En esa cárcel fueron encerrados -y muchos de ellos torturados- los líderes del movimiento estudiantil y un gran número de quienes formaban parte de él.

La que fuera una de las prisiones más siniestras de México es, desde 1982, la sede del Archivo General de la Nación (AGN). Podría haber sido derrumbada o transformada en centro comercial, ¿por qué no?

Las discusiones en torno a los sitios de memoria son complejas y tensas en las sociedades que han vivido el horror. ¿Qué hacer con ellos? ¿Museos? ¿Lugares de educación en derechos humanos? ¿Centros culturales? ¿O venderlos al mejor postor? Lo que finalmente está en disputa es el sentido de la historia, la resignificación del pasado para construir el futuro, el respeto a las víctimas, el sentido de justicia. Ningún silencio, ningún borramiento es inocente. La memoria, lo sabemos, es un tema del presente, no del pasado.

Gracias a que el AGN guarda mucha de la memoria de este país, es posible consultar, por ejemplo, las escalofriantes notas de la Dirección Federal de Seguridad, firmadas por Fernando Gutiérrez Barrios, relativas a la “Vigilancia al escritor José Revueltas Sánchez”. Cito unas líneas para “documentar nuestro optimismo” (como dijera el siempre imprescindible Carlos Monsiváis):

“Escritor duranguense, de filiación comunista, aunque de ideología indefinida aún, ya que en todos los grupos y partidos políticos en que ha militado ha sido expulsado por su inclinación nata a la contradicción, exhibicionismo, egolatría y vanidad, considerándosele siempre como un dipsómano y eterno inconforme. (…) Se creyó el intelectual liberador de la juventud estudiantil, por lo que sus seguidores lo consideraban como un elemento vital para el movimiento estudiantil, otorgándole los medios de seguridad y protección para evitar en cualquier forma su detención.”[5]

Hice el recorrido Tlatelolco-Lecumberri hace unos pocos días. Allí volví a sentir, decía, el estremecimiento de la conjunción entre lo terrible y lo sagrado, conmovida enormemente por el memorial dedicado al escritor. En el espacio que rodea al torreón norte hay algunas fotografías y se escucha la lectura de la carta que escribiera el 18 de noviembre de 1968, dos días después de haber sido detenido:

Escribo estas notas como quien arroja un mensaje al mar dentro de una botella. ¿A manos de quién llegarán si llegan a manos de alguien? Bueno; escribir ya en sí mismo es una forma de libertad, que aún sin papel ni pluma nadie nos podrá arrebatar de la cabeza a menos que nos aloje dentro de ella una buena bala con la que termine todo.

Escribir es una forma de libertad. Como la memoria.

Lecumberri. Foto: Viajeros en acción

 

  • [1] La información está tomada de “La ex cárcel del Buen Pastor en Córdoba: un territorio de memorias en disputa”, de Mariana Tello Weiss, Iberoamericana X (40, 2010).
  • [2] “Fuga y rebeldía en la cárcel de mujeres Buen Pastor”, Indymedia Córdoba http://argentina.indymedia.org/news/2009/06/676523.php
  • [3] “Buen Pastor, una fuga de mujeres” https://www.youtube.com/watch?v=8SM2EkrB3a0
  • [4] Christopher Domínguez, “Revueltas: la cárcel”, en Letras Libres, 8 de diciembre de 2015.
  • [5] Héctor Javier Pérez Monter, “La última captura de José Revueltas”, en Boletín del Archivo General de la Nación número 10, octubre-diciembre de 2005. Mi agradecimiento a la Dra. Mercedes de Vega por los datos y comentarios.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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