Qué sabes de la vida si no has sido discriminado

04/02/2013 - 12:02 am

¿Cómo hablar de derechos humanos con una persona que durante 40 años ha vivido de forma cotidiana la discriminación y la exclusión con el mensaje reiterado de que la discapacidad es problema suyo y de nadie más, que para los demás no es un hermano, un sobrino o un esposo, sino una carga que enfada y de la que hay que deshacerse?

A ese cuestionamiento me enfrenté hace unos días cuando conocí a Guillermo, un hombre de 42 años con debilidad visual causada por retinosis pigmentaria, una enfermedad de origen genético, más frecuente en hombres que en mujeres que es la cuarta causa más frecuente de ceguera en el mundo. Nació en Oaxaca, es huérfano desde los cuatro años, quedó a cargo de una tía que lo trajo a vivir a la capital del país, pero intolerante a la deficiencia visual de Guillermo, lo maltrató todo lo que pudo hasta que él, aún niño, se fue a buscar su propia sobrevivencia en otra parte.

Por supuesto que al estar obligado a ganarse la vida no tuvo la oportunidad de estudiar. Con el apoyo que le dan sus hermanos, a voluntad fue aprendiendo el oficio de comerciante. La adolescencia fue una época dura que transcurrió entre el maltrato familiar y el rechazo entre los de su edad mientras avanzaba su pérdida visual. “Antes me afectaba”, me confía Guillermo, “pero ya me acostumbré, ya se que hay de todo, gente que quiere apoyarme honestamente y gente que se quiere aprovechar”.  En el comercio ha vendido de todo, durante un tiempo estuvo a cargo de una pollería que era de un amigo, vendía bien, aprendió a despachar pollo y verdura usando el resto visual que tenía en ese tiempo. Manejaba bien la báscula manual, la digital es un obstáculo para él, pero no faltaba la señora que tomaba más de lo que pagaba, que no le decía todo lo que se llevaba o el cliente que daba un billete falso. Memo no contaba con el apoyo de alguien más para cobrar, a sus familiares les fastidiaba hacerlo y los desconocidos tampoco dejaban pasar la oportunidad de aprovecharse. Pero no se queja, “las compañeras ciegas o débiles visuales corren más riesgos que uno como hombre”, me dice. No falta el vivales que las ve con el bastón blanco en la calle y se atreva a manosearlas o abusar sexualmente de ellas. Así explica la vulnerabilidad a la que se enfrentan personas como él en una sociedad sin cultura del respeto a las personas con discapacidad.

Con el tiempo, la pérdida visual de Guillermo ha ido avanzando, ahora ve entre sombras. No obstante se ha ocupado de su rehabilitación, se desplaza de forma independiente con su bastón blanco desplegable, aprendió un poco de Braille, pero no  lo practica porque es raro encontrar publicaciones en este lenguaje. Ha sido autodidacta y ha buscado la forma de salir adelante, aunque viviendo siempre la discapacidad como un problema personal que padecen él y su sombra.

Eso es lo que ha conocido y así se lo reiteran sus hermanos. Nadie le da trabajo y ellos están hartos de “hacerle el favor” de ayudarlo a trabajar en un puesto del mercado donde vende libritos de caligrafía, crucigramas, guías de estudio y otras baratijas. Apenas saca para sus pasajes y si acaso, su comida. Algo le hace intuir que él tiene derecho a mejorar sus condiciones de vida, que debe haber algo para él, sobre todo después de que su hermana le reclamó: “¿Dónde dice que es mi obligación ayudarte? Eres una carga para todos.”

Lo tiene claro, lo que necesita con urgencia es tener un trabajo para contar con los ingresos que le permitan ser independiente y hacer su vida. Le apura el deseo de proponerle algo serio a su novia, con quien no se atreve a formalizar la relación porque no tiene qué ofrecerle.

Sin embargo, buscando opciones ha recorrido el mismo laberinto que muchas personas con su condición de discapacidad. Se ha acercado a las autoridades en distintas delegaciones del Distrito Federal preguntando por trabajo, por alguna orientación de dónde buscar, saber si hay algún programa del que pudiera beneficiarse. Uno y otro funcionario lo traen de acá para allá, escucha respuestas como “mmm, es que usted debe ir a Desarrollo Social”; en esa ventanilla le dicen “nooo, aquí no, vaya al DIF, a ver si hay algo”. Lo que hay en el DIF capitalino es el famoso programa de apoyo económico a personas con discapacidad, pero la lista de solicitantes es larga y hay que formarse por meses o años para esperar una respuesta. A Guillermo se lo negaron porque no nació aquí, sino en Oaxaca, a pesar de que lleva toda su vida en la Ciudad de México. También fue al Estado de México, en particular a Tultitlán: “Uy, si aquí estamos mal, en el Estado de México no hay nada, el municipio no tiene nada para personas como yo”. Si acaso, comenta, hay empleos para personas con discapacidad motriz, pero nadie en las instancias de gobierno sabe qué hacer con los ciegos.

En sus maratónicos recorridos llegó hace unos días a la delegación Miguel Hidalgo, le recomendaron ir al “Miércoles Ciudadano” en la plaza de la delegación, donde según le dijeron podrían orientarlo. Encontró a un joven que daba información sobre un programa de fomento al empleo, pero no tenía nada para él. En las instancias de atención ciudadana de esa y otras delegaciones, nadie sabe, nadie supo. “Por eso a muchos compañeros no les queda otra que irse a vender al Metro”, señala. Son los llamados vagoneros.

Nos conocimos por información que alguien le ayudó a encontrar en Internet. Lo que hice fue acercarlo a las distintas iniciativas de habilitación para el trabajo y de inclusión laboral que ofrecen  las Organizaciones de la Sociedad Civil, las cuales se siguen haciendo cargo de los huecos que hay en el gobierno en cuanto a atención a esta población.

En los últimos años se han puesto en marcha programas orientados a la población con discapacidad desde la Secretaría de Economía, la Secretaría del Trabajo, el DIF Nacional o la Secretaría de Desarrollo Social, sin embargo aún no constituyen respuestas integrales a las necesidades y los derechos básicos de esta población, como lo es el derecho a un empleo digno. Siguen sin estar trazadas claramente las rutas para que el ciudadano común pueda llegar a dichas ofertas. Hay que dar varias vueltas antes de llegar.

Las OSC, en cambio, cuentan con una amplia red de opciones y aunque algunas cuentan con auspicio del gobierno no tienen la suficiente difusión. Ahí está el Proyecto Ágora, un programa de capacitación laboral dirigido especialmente a las personas con discapacidad visual, auspiciado por la Fundación ONCE para América Latina, derivaba de la famosa e influyente Organización Nacional de Ciegos de España. En México, la asociación AMADIVI es la encargada de gestionar el proyecto.

También está CADIVI, Centro de Atención Integral a la Discapacidad Visual, donde ofrecen, entre otros servicios, uno muy importante que es el apoyo psicológico, de gran ayuda para personas como Guillermo cuya experiencia de vida ha afectado duramente su autoestima. La Fundación Trust of the Americas, de la Organización de Estados Americanos tiene en México el programa más amplio de capacitación a personas con discapacidad a través de la tecnología (POETA), en alianza con Microsoft y los Centros de Capacitación para el Trabajo (CECATI) de la SEP.

Además hay que decir que cada vez más empresas abren sus puertas a la contratación de personas con discapacidad, por ello son importantes los programas de capacitación que les permitan elevar sus competencias laborales.

Y después de hablar de estas opciones me atreví a decirle a Guillermo algo que recibió con un gesto de “tú que sabes de la vida si no has sido discriminado por ser ciego”. Le dije que lo que ha provocado su discapacidad  no es la deficiencia visual con la que nació sino la discriminación y la exclusión que ha sufrido; que eliminar esas barreras físicas y de actitud no es un problema exclusivamente suyo, como insiste su hermana, sino que es sobre todo obligación del Estado garantizar que él pueda ejercer sus derechos.

 “Guillermo, tú tienes derechos”, concluí. Él enderezó la cabeza, desplegó su bastón y se despidió.

Libertad Hernández / dis-capacidad.com
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