Balazos al aire

04/01/2014 - 12:00 am

En Chihuahua no nos acostumbramos a los balazos. Supongo que en ninguna parte. Hace años, un 15 de septiembre casi a las 11 de la noche, se soltó en la ciudad un ruidero loco de cuetes. No eran cuetes, pero yo acomodé lo inesperado dentro de lo conocido.

Poco a poco comencé a distinguir varios matices en las detonaciones; desde las más roncas hasta las que sonaban como tabla contra tabla, pasando por las normales, hasta que otras múltiples y rítmicas me obligaron a asumir que eran disparos. “¡Viva México, hijos de la …que menciona Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad!” Desde ese día, hace dos décadas, cada festividad es lo mismo. Tristes bravucones, tan débiles que necesitan anunciarse valientes, machos, poderosos, mandones y borrachos, a punta de bala.

Mi esposa y yo decidimos que, durante las fechas que se celebran a tiros, moveríamos a nuestras hijas de su recámara, cuya ventana daba a la calle. Tiempo después, un trabajador que impermeabilizaba el techo nos trajo una bala que encontró incrustada sobre la estancia. Ese hecho hizo que el peligro dejara de ser un asunto de encabezados y estadísticas, y pasara a ser un peligro real y cercano.

Me pregunto si quien dispara al aire, piensa. Y si lo hace, ¿a dónde cree que van las balas que dispara? Ninguna tiene la fuerza necesaria para escapar del campo gravitatorio del planeta, así que todas se regresan y caen al suelo… o sobre alguna casa, o sobre alguna persona. Cuando en una ciudad se festeja una fecha a balazos, ¿cuántos disparos se hacen al aire en media hora? Fácilmente podemos estimar que 100, sobre todo por los fusiles automáticos y las ametralladoras. Un centenar de balas que suben y luego caen en las calles, las casas, los bienes, los animales, los habitantes de la ciudad donde viven quien dispara y su familia.

Durante las primeras horas del año, en la comunidad La Esperanza, municipio de Villa de Zaragoza, SLP,  murió el pequeño Moisés Santana de 11 años mientras disfrutaba de los juegos mecánicos, víctima de una bala perdida que se le incrustó en la espalda y le perforó un pulmón. En su reporte de los hechos, este medio reportó que el proyectil fue disparado dentro de los festejos del año nuevo. Otra nota de Pulso de San Luis, publicada el día dos, consigna la teoría de que el autor del disparo haya sido el primo de la víctima.

Quien dispara al aire 5, 10, 20 balas en una bravucona ráfaga de metralleta, multiplica el peligro de muerte para los miembros de la comunidad. ¿Y por qué? Sólo porque se le pega la gana y considera que su antojo vale más que la vida todos los demás. La cosa es festejar a balazos. Otro “haiga sido como haiga sido”.

La situación actual del país es tema común en las pláticas cotidianas. Y todas las que he escuchado pasan por una encrucijada: “¿Pero qué podemos hacer?” Yo creo que mucho. Existen organizaciones sociales gestoras a nivel internacional, como avaaz.orgchange.org y muchas más, que recaban firmas para presentar peticiones y ejercer presión ante las instancias que pueden cambiar el rumbo de las cosas.

Si a usted también le parece que es un peligro innecesario el que corremos cada festividad con los disparos al aire, y si quiere hacer “algo” por el bien común, nos permitimos invitarle a unirse a la petición abierta en change.org y dirigida a quienes pueden enviar iniciativas a los congresos y aplicar la ley: “Gobernadores y Presidentes Municipales de la República Mexicana para que se castigue el acto de festejar con disparos al aire, con la misma pena que el homicidio en grado de tentativa.” Es una oportunidad para aportar algo más que opiniones.

en Sinembargo al Aire

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