Cita a ciegas

04/01/2013 - 12:02 am

Mi conclusión es que sería mejor un cheque en blanco por el valor de la cita. Luego hacen cuentas.

Son los nervios de la primer cita a ciegas. O segunda, o tercera o décima.

No sé a quién se le ocurrió la idea genial de presentarte a un desconocido. Es ahí cuando puedes juzgar al enemigo o supuesto amigo del alma.

¿Así que esta es la percepción de mi amigo sobre mi pareja del alma? Uta madre, pensaba yo cuando estaba en el segundo café y cuarto cigarro, épocas lejanas, a conciencia de que sería interminable si no me veía grosera y decidía crear de pronto una emergencia médica inexplicable para salir corriendo.

Pensé en algunos planes de acción mientras el susodicho en cuestión se regocijaba en su monólogo tipo Google.

Podría haber alertado a un aliado para que pusiera fin con el típico timbrazo del celular. Eso si, breve por favor, por más nefasto que esté el asunto, no sostengas una conversación con tu aparato, es bastante grosero.

No está de más de soltar un “bueno”, con cierta frecuencia. Aunque a veces este mensaje no es suficiente, o de plano ignorado.

Fulminante decirle que estás abriendo o cerrando trimestre y la carga en la oficina está de locos.

Lo mejor habría sido inventar un compromiso, como ir al ballet en el Teatro de la Ciudad un sábado en la noche con tu madre y tu abuela. Si todo marcha bien, puedes confesar tu pequeña mentira. Total, yo asumo que el otro también tendrá un invento para irse.

El cigarro es un aliado social. Habrá quien me diga que lo disfruta, pero en realidad, o por lo menos en mi experiencia, es un aliciente cuando se llega al baile sola. Porque estás ahí, en un bar, o en una fiesta donde te van a presentar al sujeto en cuestión, inseguro, nervioso, expectante, aterrorizado o feliz con rosa roja en el ojal y todo.

Ya es hora de que tomes el taxi y llegues. No tienes personal de confianza para estas situaciones. No existen.

Así que lo primero cuando estés sentada en la barra esperando será prender el cigarro, inventarse llamadas, revisar como obsesos el Facebook o el Twitter. Más valdría llevarse el libro de buró, aunque sea de Paulo Coelho –perdón pero nunca he podido con sus ideas y eso de que el universo conspira para que yo logre mis sueños–.

Ya entraste al lugar de la cita. Te quitaste el abrigo. Traes la ropa pensada intencionalmente para la ocasión. Porque si hay que echarle cabeza, depende de gustos, de qué quieres transmitir o de cómo te sientas. La verdad es que funciona desde la sudadera hasta el vestido sexy. Hay casos de éxito en ambas opciones.

Yo sugiero ir a la barra y pedir algo, aunque sea un agua mineral. Un plan de respaldo, en el trágico infortunio de que el sapo o la rana te hayan visto por la ventana y hayan decidido desandar el camino y retirarse. Plantón.

Así que más vale un viejo conocido, digo, para no terminar la noche sola o emborrachándote con pulque y desconocidos.

 

@mariagpalacios

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