La silla del amor

03/08/2012 - 12:02 am

La próxima vez que un enamorad@ te declare su amor incondicional y eterno, antes de dar el sí, o lo que acostumbres dar cuando te cortejan, asegúrate de que te está hablando desde el corazón o algún órgano de importancia equivalente, y no desde una silla desequilibrada. Según investigaciones recientes, la pasión del enamorado podría estar menos relacionada con tus encantos que con los esfuerzos que hace su cerebro para equilibrar una mesa desbalanceada.

Según la revista The Economist, científicos de la Universidad de Waterloo, Canadá, descubrieron que una mesa temblorina o una silla ladeada provoca actitudes de mayor calidez emocional en las personas. Luego de interrogar a decenas de voluntarios con preguntas sobre el futuro, sobre sus relaciones personales y emocionales, etc., descubrieron que aquellos apoyados en mesas perfectamente estables eran más pesimistas y fríos en sus apreciaciones. Por el contrario, los que sentaban sus traseros en una silla chafa, tendían a percibir con mayor optimismo el futuro de parejas (la propia y la ajena). Por ejemplo le auguraban un próspero matrimonio a Obama y Michelle, por cierto qué bueno, –y ojalá y que gane. Yes we can!–.

La lectura de este artículo me golpeó como un misterio revelado sobre algunos de los más grandes tropiezos y aciertos que he tenido en mi vida. Porque según los científicos canadienses no sólo afectaba la inclinación de la silla sino también el lado para el que tiraba: derecha o izquierda. Revelación, por fin entendí por qué en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el año pasado, quedé fascinada con una charla de Josefina Vázquez Mota durante la presentación de su libro. Ahora entiendo que seguramente mi silla estaba ladeada del lado derecho, y ese fue el detonante de que yo quisiera, con toda la vergüenza del planeta, salir corriendo a comprar su libro de entrevistas. ¡Sólo así puedo explicármelo! En mi defensa debo decir que resistí el impulso en cuanto me levanté de la silla y evité la compra.

Quizá si hubiera escuchado en algún momento al Subcomandante Marcos, un poco de ladito y hacia la izquierda, ya estaría yo en la selva, o ahora a su lado en el hospital, perdidamente enamorada y en pie de lucha.

En el experimento de Waterloo, la Universidad, una neurobióloga –sentada de ladito– aseguró que el trabajo de un “piloto de caza” se le haría mucho más atractivo que el de un físico en un laboratorio trabajando con robots. De hecho, se le hacía más seguro y más estable. Yo les digo, estimados lectores, que estoy sentada y probando de ambas maneras (con una silla ladeada y otra no), y me sigue pareciendo que ser piloto de caza es así francamente un extremo, y yo lo más extremo que he hecho es saltar de una roca de dos metros de altura a un plácido remanso del mar o subir el Tepozteco. Por cierto, ¿por qué carajos nadie te avisa que la subida es de más de una hora?

En ese estudio se preguntó sobre el futuro del matrimonio de Johnny Depp y Vanessa Paradis; y habría que reconocer que los apoyados en mesa estable predijeron que esos dos dioses griegos tronarían como ejotes. O quizá fue la pura envidia acumulada de los tan cómodamente sentados lo que provocó el conjuro contra la felicidad del manos de tijera. Por mí encantada, porque aumenta la posibilidad de que algún día reconozca que tarde o temprano terminará por ser mi marido (escribo esto sentada en silla a punto de perder la vertical).

Lo que rescato del artículo, y me parece intrigante, es que cuando estamos en un mar de tristezas o sobresaltos, lo más deseable es ver aquella roca a lo lejos sobre la cual podríamos estar parados. Cuando estamos desequilibrados es quizá cuando más valoremos la certidumbre, la necesidad de ella. Aun una pequeña porción de inestabilidad física parece promover el deseo de aferrarnos a una roca emocional.

Ahora entiendo por qué me mantienen en mi empresa. Siempre me siento en la hamaca cuando estoy en la oficina. Seguramente todos me ven más deseable y simpática y me quieren conservar.

Así es que la próxima ocasión en que exijan en un restaurante que calcen la pata de una mesa chueca, pregúntense con quién van a conversar. No se trata de que se derrame el vino o de que el galán termine en el suelo. Y por el bien de los comensales, en general, nadie quiere un risotto en el pantalón. Pero digo.

Desde que leí el artículo veo a las sillas de mi casa con más respeto. Hasta ahora eran colgador de ropa y bolsas, escalera para alcanzar el anaquel de arriba o soporte de cenicero y cervezas cuando leo tirada en el sillón. Hoy sé que una silla puede encerrar las claves de mi futuro mediato e inmediato. A condición, claro, de que siente al candidato adecuado en el asiento que le corresponde. No parece tan difícil.

 

Twitter: @mariagpalacios

http://marianagallardopalacios.wordpress.com

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