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Óscar de la Borbolla

03/06/2019 - 12:03 am

Gracias a Aristóteles no estamos locos

“Hay, siempre ha habido, eventos cuya causa no podemos identificar y los denominamos accidentes”.

Los accidentes, sin embargo, aparecen constantemente a nuestro alrededor y, sobre todo en el campo que más nos interesa, nuestra propia vida. Foto: Especial.

La primera historia de la filosofía la hace Aristóteles en su Metafísica, ahí recupera lo dicho por los filósofos anteriores acerca de las causas y ofrece un repertorio de factores que ahora conocemos como la causa material, la formal, la instrumental, la eficiente… aunque lo más interesante de esas causas es la relación necesaria que parece existir entre un antecedente y un consecuente, es decir, la cadena causa-efecto, porque esta relación no es sólo una relación temporal (primero la causa y a continuación el efecto), sino una relación productiva: la causa provoca el efecto, o dicho de manera abstracta: siempre que se presenta A sigue indefectiblemente B.

A partir de esta noción de causalidad se ha venido construyendo el conocimiento y, sobre todo, la certeza de que vivimos en un cosmos, es decir, en un mundo ordenado: el mundo es racional porque siempre que se da un determinado antecedente se produce un determinado consecuente. Los científicos, durante siglos, han buscado estas relaciones constantes y han ido comprendiendo lo que se llaman las leyes de la naturaleza; pero, más allá del servicio indudable y del valor que tiene el conocimiento, insisto en que hemos adquirido la convicción de que el mundo es ordenado o, si se prefiere, que sabemos a qué atenernos. Imagínese la impresión que el mundo daba al ser humano cuando no se sabía nada: llovía de pronto porque sí, se incendiaba el bosque porque sí… todo ocurría sin que entendiéramos su porqué, su causa. La vivencia ha de haber sido de un profundo desconcierto.

Hay, siempre ha habido, eventos cuya causa no podemos identificar y los denominamos accidentes. Es tal la madeja de relaciones causales que operan en el mundo que es imposible (aunque ahora la estadística prácticamente lo consigue) poder prever un acontecimiento azaroso. De una u otra manera: sea precisando las causas o calculándolas estadísticamente, el mundo de hoy es menos desconcertante que el mundo primitivo o, al menos, nuestra fe en que todo tiene una causa nos hace sentir menos perdidos.

Los accidentes, sin embargo, aparecen constantemente a nuestro alrededor y, sobre todo en el campo que más nos interesa, nuestra propia vida; surgen, nos sorprenden y nos dejan tan pasmados como a nuestros más remotos ancestros: el accidente de tránsito que ocurre porque los vehículos que colisionan vienen exactamente a esa velocidad y, sin saberlo ni poder preverlo, corren hacia el choque; el encuentro con alguna persona que, también sin sospecharlo, va a resultar fatídico, es decir, de unas consecuencias, buenas o malas, pero de gran calado en nuestra vida, son solo unos ejemplos de la presencia de la incertidumbre en nuestro mundo supuestamente racional y controlable.

De hecho, pese a la ciencia, estamos en el reino del azar más puro, y nadie sabe a qué atenerse ni adónde irá a parar su vida. Sin embargo, nuestra fe en el orden causal hace que vivamos confiados creyendo que el día de mañana va a ser como el el hoy y el de pasado mañana como el de mañana. Bendita inocencia que nos permite atravesar el caos ingobernable de la existencia sin estar paranoicos.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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