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Tomás Calvillo Unna

03/05/2017 - 12:00 am

Olvido como carencia

Estamos tan involucrados en nuestra cotidianidad que nos es difícil preguntarnos si las cosas pudieron ser diferentes, no sólo en lo social, económico y político cuyas condiciones suelen ser determinantes.

“Ensimismamiento”. Pintura de Tomás Calvillo

 

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte la muerte […] ¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

(Pedro Calderón de la Barca, Soliloquio de Segismundo)

 

Estamos tan involucrados en nuestra cotidianidad que nos es difícil preguntarnos si las cosas pudieron ser diferentes, no sólo en lo social, económico y político cuyas condiciones suelen ser determinantes.

Damos por hecho incuestionable la experiencia de la sociedad contemporánea que ha sabido acomodar a su ritmo, no sin altos costos, tradiciones antiguas de conocimiento centradas más en el sentido profundo de la vida, traducido en un rico bagaje filosófico y en sabidurías religiosas cuyas iglesias perduran. Estas herencias sobreviven en medio de un mundo frenético en su capacidad de consumo que domina la orientación del actual conocimiento.

Desde este ángulo podemos preguntar si el llamado desarrollo y progreso civilizatorio que se concentró en dominar  la naturaleza, moldeando el mundo material a sus antojos y necesidades (muchas de ellas como combustibles para sostener el modelo de consumo) convirtiendo al ser humano  en un ente cada vez más centrado en el confort; no se ha alejado de las cuestiones fundamentales que suelen ocultarse en el misterio que implica la sentencia en términos biológicos, biográficos e históricos de su vida, es decir la inevitable muerte que nos acompaña desde la cuna hasta la tumba.

El mundo de hoy pareciera obsesionado en alejar su sombra, su lógica es banalizarla al máximo, pretendiendo despojarla de su esencial misterio que nos desafía, como si la muerte fuera un personaje más de Hollywood.

Nos ocupamos trabajando para ganar el sustento diario y quedamos arrinconados en el consumo de la virtualidad y el espectáculo del día a día, donde nos miramos hasta el cansancio participando del gran circo en que hemos convertido la realidad, ciertamente un circo cruel.

El conocimiento se ha distanciado del Ser, hay un abismo que crece dentro y fuera de nosotros cuyo único puente posible, pensamos, es el tener, el acumular, el poseer; que se expresa  en todas las jerarquías de nuestras actividades.
Vivimos la inmensa soledad tecnológica cuyo mayor éxito es haber masificado la presencia electrónica del otro, los otros, los demás, nosotros que cada instante nos pronunciamos por lo que sea, para lo que sea.

En este febril estar, la vida se consume en un instante fragmentado en millones, sin respiro posible, contenida en la geometría de esa telaraña magnética que nombramos “redes”, así terminamos por perder el sentido de las cosas, sin más. Ciertamente las redes nos abren experiencias de poder y libertad; al comunicarnos y expresarnos con quien queramos, se ha acabado el monopolio, el dominio de unos cuantos, en muchos de los ámbitos.

También podemos estar cerca de quienes queremos a pesar de la distancia física y conocer a ciudadanos de tierras recónditas que acrecientan nuestra riqueza de vida. Estas comunidades cibernéticas desde esta perspectiva son una de las riquezas con las que cuenta el mundo del siglo XXI. El problema está en la velocidad que introducen en el concepto mismo de las relaciones y en la multiplicación acelerada de información y demás que nos envuelven. Hay un ritmo quebrado que tiene que ver con nuestra capacidad de Ser, no de tener. Por ello olvidamos lo esencial, entendido esto como lo real entrañable; quisiéramos esfumarnos de su contundencia.

El dilema de la finitud ha sido desplazado por la distracción permanente del mundo de imágenes, información, objetos; los cinco sentidos ocupados y absortos alineados en la producción masiva de satisfactores  que evitan plantearse los temas fundamentales. Es una densidad civilizatoria que se distancia del Ser al ignorar la raíz donde el tiempo y el espacio se articulan en la conciencia de cada uno.

Sabemos que algo no anda bien y no es solo la política, la economía, lo social; hay una atmosfera creciente de un deterioro que intuimos; ello tiene que ver con nuestra relación con el tiempo y el espacio; la conciencia del péndulo de la vida y la muerte y nuestro quehacer.

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