Aquí nomás, discriminándonos

03/05/2014 - 12:01 am

Mardonio Carballo nos insiste en que los indígenas mexicanos son “pueblos viejos pero desconocidos.” Tanto, que para la mayoría no existen. ¿Cuántas de estas etnias habitan nuestro país? Más de 60 y podríamos aprender de ellos lecciones de valentía, sencillez, apertura, respeto, orgullo de pertenencia,… pero no, porque antes de averiguar los miramos para abajo.

La obsesión extranjera de que nos asimilemos culturalmente a ellos triunfó cuando comenzamos a dejar de ser nosotros para convertirnos en remedo de tantos otros, según la época. Es el resultado de una lucha por aniquilar las raíces verdaderamente mexicanas: las de los tzotziles, los mayos, nahuas, huicholes, y de otros menos famosos como los chatinos, kikapú, parnes, etc… “Eso somos pero no nos han dicho”, nos avisa Carballo.

En (¿“nuestro”?) México se practica una discriminación equivalente a la del estadio español de fútbol El Madrigal, donde arrojaron un plátano al jugador brasileño Dani Álves, del Barcelona, y acostumbran burlarse de los jugadores negros imitando el sonido que hacen los macacos. En los últimos días tuvimos otra muestra: el protagonizado por Donald Sterling, propietario del equipo de básquet Los Angeles Clippers, quien fue multado con 2.5 millones de dólares y expulsado de la NBA por racista. Y hubo más.

A nivel local perdemos de vista que la discriminación es lo peor, porque de ella se deriva todo lo demás que padecemos como país. Pese a ello cultivamos el desprecio hacia los indígenas, los morenos, los pobres, los niños, las mujeres, los adultos mayores, quienes tienen capacidades diferentes, siempre como medio para convencerles de su supuesta inferioridad. México es sede de la Lady Polanco, Lady Profeco, del regidor de Guanajuato que golpeó a una mujer policía, el empresario que maltrató exageradamente al intendente de su edificio y tantos episodios cotidianos que vemos en todos los niveles, incluso en el “blanco y civilizado”. Es una práctica generalizada en México, ¿por qué?

El discurso dominante triunfa cuando los dominados comienzan a repetirlo, ya que en ese momento se asimilan al bando de los discriminadores, sin importar el nivel social. Esta mimetización trae como consecuencia el maltrato a los migrantes -con un episodio ilustrativo hace dos días en la población de Chacamax, municipio tabasqueño de Zapata-, la pederastia clerical, la venta de niñas por parte de funcionarios públicos, casi el 54% de la niñez mexicana en pobreza (UNICEF) y en el otro extremo la tercera parte obesa (CIDH), mujeres que dan a luz la calle frente a instituciones de salud, indígenas prisioneros durante años porque su proceso sigue pendiente y más, desgraciadamente mucho más.

¿A quién le conviene la discriminación? Sin duda, a quien nos enseña a discriminar. Pero, obvio, ese alguien nos discrimina también a nosotros. Creer que haciendo menos al otro nos hacemos “más”, es una ilusión estúpida. Lo que logra esta conducta es la fragmentación de la sociedad, su ruptura en bandos que pelean unos contra otros con la ilusión de alcanzar el nivel de quien se aprovecha de todos.

Como Mardonio Carballo (“Las plumas de la serpiente”), estoy convencido de que el verdadero México está aquí pero nos resulta invisible porque “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Somos extranjeros en nuestra tierra y no vemos que poco a poco la perdemos a manos de extranjeros y de paisanos comprados. Estamos perdiendo nuestro país, nuestra riqueza, nuestro espíritu, y hasta ayudamos en el despojo.

La auto-colonización es discriminación por propia mano. Y en vez de tomar conciencia y defendernos, como lo hacen las poblaciones olvidadas, nosotros aquí nomás, discriminándonos unos a otros.

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