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Tomás Calvillo Unna

03/04/2024 - 12:04 am

Elegir las palabras del día

“Elegir las palabras que encarnan, para no volvernos a perder en nuestra propia casa”.

Xilitla: sus apariciones. Fotografía: Tomás Calvillo Unna

I

Los jardineros del palacio celestial,

con ese gallo a sus puertas,

no pueden ser otros.

Esta familia cuyo huerto

es el mismísimo lujo de la naturaleza

irradia pura sangre azul,

a ras de calle.

Enseñan, tal vez sin saberlo del todo,

elegir las palabras del día:

la mariposa blanca

jugando a ser alma;

el paraguas, hoy parasol,

confortando a la anciana

junto a los bambúes

y los árboles de fuego,

y sus anheladas sombras

del equinoccio.

 

II

Elegir las palabras del día:

el barandal metálico,

ese límite diseñado de libertad,

con ímpetu

de bastón de mando

ante el paisaje;

la Sagrada Familia en motocicleta,

a velocidad suficiente para ser nube

y cortar el listón del sábado de gloria.

La silla,

la mesa,

la ventana,

la montaña,

la luna que vendrá

antes de la resurrección.

María Magdalena

ofreciendo agua fresca

de Horchata y Jamaica.

Y el centurión romano

en su caballo,

con su enlatada cerveza,

en espera de la crucifixión;

el mismo,

que pondrá la punta de su lanza

en el costado del Redentor.

 

III

Elegir las palabras del día:

el balcón,

las ramas,

sus amarillos,

la colcha violeta al viento,

el tinaco con agua nocturna

del patio de los hijos,

y una araña ahogada

por querer ser estrella.

Los escalones,

en apariencia innumerables,

el tanque de gas en el pecho,

y la suprema verdad de ser alguien.

Elegir las palabras del día,

al umbral de la Aurora,

su hostal,

para no perder el rumbo

a la Trinidad…

Las Flechas Amarillas

de Los Vencedores,

ascendiendo y descendiendo;

héroes anónimos a todas horas

a orillas de la Puerta del cielo,

desvelados, pero a salvo.

 

IV

Elegir las palabras que encarnan,

para no volvernos a perder

en nuestra propia casa.

El espacio,

la matriz de lo complejo:

su enseñanza,

entre

el azar y el destino;

en lo definido

está latente

lo inesperado.

Su invisibilidad asiste

la presencia de las cosas.

Pareciera que el cuerpo

pertenece al tiempo

y el alma al espacio:

entrelazados

la separación retorna.

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