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Catalina Ruiz-Navarro

03/03/2015 - 12:00 am

Caritas felices

En junio del año pasado, cuando se anunció por primera vez la salida de nuevos Emoji, que incluirían, entre otros, la necesaria mano con el dedo medio levantado, un críptico hombre en traje levitando y un chile, que sin duda será el aporte latino al set de emoticones fálicos, surgieron varias críticas que decían, con […]

En junio del año pasado, cuando se anunció por primera vez la salida de nuevos Emoji, que incluirían, entre otros, la necesaria mano con el dedo medio levantado, un críptico hombre en traje levitando y un chile, que sin duda será el aporte latino al set de emoticones fálicos, surgieron varias críticas que decían, con toda razón, que los Emoji no eran lo suficientemente diversos racialmente. Así que ahora, acaban de anunciar que vendrán en todos los tonos y con familias diversas, para ayudar a suplir los códigos que el mundo global y digital de hoy necesita. La noticia llega a ser titular de los periódicos porque un cambio en el set del “alfabeto pictográfico” que llamamos Emoji, en el que cada usuario de teléfono inteligente es fluído, tiene un impacto cultural e implica unos cambios importantes en nuestra relación con el lenguaje y nuevas posibilidades expresivas para nuestra comunicación.

Durante siglos hemos estado bajo el embrujo tecnológico de un alfabeto fonético que después se convirtió en memoria, en historia, en imprenta, en mecanismos de distribución y de divulgación del conocimiento y por lo tanto en un —valga la redundancia— poderoso mecanismo de poder. Saber leer y escribir es una técnica vital para el bienestar y hasta la supervivencia de cualquiera, y tiene implicaciones de raza y clase y región en el mundo. Sin alfabetización no hay acceso al “logos” europeo, que durante mucho tiempo ha sido el canon en el que se construye nuestro conocimiento. Las letras, como representación simbólica de las palabras, han sido una de las tecnologías más poderosas inventadas por los humanos, más que las armas, pues todos sabemos la resiliencia con que sobreviven algunas ideas guardadas en las palabras.

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Sin embargo, las expresiones de la cara de una persona jamás podrán ser capturadas por ningún texto, que no recurra a tropos literarios o metáforas. Tarde o temprano el lenguaje se queda corto y aparece un metalenguaje necesario. Entre estos metalenguajes, se cuentan los emoticones o los Emoji, que empezaron a ser necesarias en la rapidez de las conversaciones orales-escritas, multiformato y multiplataforma.

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Los emoticones son combinaciones de caracteres de texto para formar imágenes creadas por los usuarios, con una posibilidad infinita de combinaciones. Su uso se puede rastrear hasta el siglo XIX pero su primer uso en medios digitales se le atribuye a científico de cómputo Scott Fahlman, el 19 de septiembre de 1982. Se hicieron populares (y necesarios) manera orgánica con el chat, una forma de comunicación oral que existe con la paradoja de ser escrita (las negrillas son para tomarnos un momento y pensar en esa hermosa paradoja), y que por efectividad y rapidez empezó a necesitar los gestos de la cara o ciertas señales que dieran a entender un tono, un matiz en la manera de decir las cosas. Por eso en el chat, los fonemas y las mayúsculas tienen una expresividad agregada, no es lo mismo jaja que jeje, o jo jo, o JAJAJAJAJA. Las caritas felices o tristes han salvado a muchos de un malentendido, y hoy son una parte vital de nuestra comunicación cotidiana.

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Los Emoji existen desde hace aproximadamente 15 años, pero llegaron a las audiencias occidentales en el 2010, cuando el Unicode Consortium los hizo parte del estándar para compartir texto digital. Lo que esto quiere decir es que los Emoji son símbolos que tienen el estatus de alfabeto, cada Emoji es traducible de plataforma a plataforma, e incluir nuevos Emoji implica una ampliación del alfabeto regulada por acuerdos internacionales. Sin embargo, las posibilidades semánticas de la letra A son mucho más limitadas que las de una carita feliz. En el caso de los Emoji, a pesar de que hay un diccionario publicado en la red, la gente se ha apropiado de las imágenes que vienen a significar cosas distintas según el país o incluso adquieren distintos significados de chat a chat. Entender estos matices es intuitivo pero muy delicado. No importa lo que diga la Emojipedia, las dos manitos juntas pueden ser un “high five” o alguien rezando. Cualquiera que haya pasado por un ritual de cortejo en tiempos de Whatsapp sabe cuántas cavilaciones merece escoger cuál, de entre los cuatro besitos,  mandar. Luego, si el romance avanza, la carita con ojitos de corazón será clave, al igual que el durazno y la berenjena o el volcán.

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Si el lector sonríe es porque tenemos un acuerdo no hablado y espontáneo, trans idioma, translingüístico, transcultural que nos permite, desde una serie de asociaciones culturales comunes, entender el significado de cada Emoji en su contexto —recordemos que dicho significado siempre será relacional— incluso si no hablamos la misma lengua.

Esta forma de lenguaje, menos precisa pero más expresiva, plurisemántica como todas las imágenes, estuvo durante mucho tiempo aislada de la mayoría de los alfabetos. En un mundo positivista los alfabetos pictóricos parecían esotéricos. En una baraja de Tarot lo que tenemos es un alfabeto de símbolos que tienen múltiples lecturas, que hacen un sentido desde una interpretación subjetiva cuando las cartas se descubren, y el lector articula unos significados de manera relacional con las otras cartas. No tiene una lectura precisa porque una carta como el VI, Los amantes, habla de amor, pero también de pares, de rivalidad, de unión, de enfrentamiento. Ahora, estas lecturas para cada símbolo, aunque son más o menos transversales, cambian sutilmente de baraja a baraja, y lo que un tarotista hace en estricto sentido, es interpretar una serie de símbolos en el contexto de su naipe, su lectura personal y el contexto de las personas a quienes les lee las cartas. Bajo esta lógica una lectura del tarot no puede ser “mentira” en la medida en que es un ejercicio de navegación entre diferentes capas simbólicas, y esa ruta ofrece muy buenas intuiciones sobre lo que la gente está sintiendo o pensando.

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Otro ejemplo de esto, venido de la ficción, es el Aletiómetro de la trilogía fantástica La materia oscura, de Philipp Pullman. Tal vez algunos sepan de la trilogía por la fallida película que intentó lanzarla a la fama, La brújula dorada (es decir el aletiómetro) protagonizada por Nicole Kidman. Aunque la película fuera un fracaso, los libros son de hecho muy buenos, recomendados, y sus intentos por mezclar ciencia ficción, mitos religiosos y fantasía hace que los libros sean una especie de “fantasía científica” muy entretenida y con ideas supremamente provocadoras.

Entre ellas el Aletiómetro, que es una especie de brújula de símbolos, también llamado “el instrumento de la verdad”. Es un aparato circular, de muy escasa fabricación, muy parecido a unreloj de cadena, pero más grande; con cuatro manecillas, de las cuales el operador puede mover tres por medio de perillas y la cuarta posee movimiento propio, siendo de “un metal distinto a las demás”. En el lugar donde los relojes llevan los números, este aparato lleva 36 dibujos (ancla,delfín,elefante, columna,casco,caballo, reloj de arena, etc.). Su método de uso consiste en usar las tres manecillas para formular una pregunta indicando la figura que mejor represente la idea, manteniendo “un grado de concentración determinado”, y la cuarta manecita se mueve de un símbolo a otro expresando una idea en respuesta. Tanto la respuesta como la pregunta surgen de la interpretación subjetiva de estos símbolos. El asunto es que hay una cantidad símbolos finitos, pero estos poseen una cantidad infinita de significados, por ejemplo la serpiente significa “maldad” pero también “sabiduría”;  el pájaro “la primavera”, “el matrimonio”; el bebé “el futuro” o “la vulnerabilidad”. En la novela hay libros que estudian estos infinitos significados y estudiosos que los registran, pero quien mejor lo lee es una niña, la protagonista, que le atina a las respuestas desde sus libres asociaciones en una especie de trance dadá; mostrando que la interpretación del aparato no se trata de estudiarlo mucho o de fijar significados sino de “navegar” (de manera no lineal o fija, como se hace en el mar o en internet) entre ellos de manera orgánica, siendo sensible a los matices y al contexto.

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Con el Aletiómetro, como con el tarot o los Emoji, nos vemos enfrentados a unos códigos simbólicos pictóricos y plurisemánticos que nos obligan a leerlos de manera relacional y en contexto. Todas estas formas de comunicación sirven para hablar de cosas que en nuestro sistema de sonidos-palabras-definiciones-equivalencias-ideas no caben, como el poderoso pensamiento mágico —tan latinoamericano— que muchas veces no se toma en serio pues se juzga desde lógicas racionales dentro de las cuales no tiene sentido. Digamos que durante un buen rato, en eso que llamamos Occidente se ha privilegiado una forma de pensamiento y lenguaje que juega con campos semánticos cerrados, si no unívocos. Resulta que es muy importante saber “¿qué dijo exactamente?” (y el lenguaje legal, que es un lenguaje dominante y poderoso —pero feo— hace mucho uso de esto). La escritura con letras y palabras responde a un código que representa fonemas y sonidos que a su vez representan ideas y privilegia “lo racional”, que es apenas un aspecto del amplio espectro de información que creamos y comunicamos. Estos alfabetos pictóricos, en cambio, no representan sonidos sino cadenas de asociaciones de ideas, cuando los leemos mentalmente no adjudicamos a cada uno necesariamente una palabra, pero sí una o más ideas y/o conceptos completos, chistes internos, asociaciones visuales o recuerdos. Quizás nunca sabremos “¿qué dijo exactamente?” cuando veamos un Emoji pero tendremos una sensación más clara de lo que alguien quiso decir.

Pero la cosa no se queda en enriquecer la hermenéutica del chat. Hablar con un alfabeto pictórico en nuestra vida cotidiana implica volver a momentos de pre-lenguaje, que tienen mucho más que ver con las libres asociaciones que hacen los niños en sus dibujos o con los pictogramas y hasta el arte rupestre. La verdad es que los humanos “occidentales” fuimos pictográficos hasta bien entrado el siglo XV y que este auge del alfabeto fonético en los últimos siglos ha sido la verdadera excepción a la manera en que como especie comunicamos, procesamos y creamos información. Hoy, estamos ante un momento en el que las barreras del lenguaje oral y escrito, fonético y pictográfico se encuentran totalmente difuminadas, y esto sin duda tiene efectos en lo que llamamos “mundo real” que solo es en tanto que tenemos los medios (ya no solo palabras) para nombrarlo.

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Han sido tiempos obsesionados con la precisión y la definición. La importancia de los Emoji está en que hacen parte de un fenómeno mundial en que lo pictórico se hace cada vez más relevante y las equivalencias semánticas más difusas. En un mundo construido a partir del lenguaje, como es el humano, abrir nuevas dimensiones de significado y nuevos códigos de expresión implica que habrá nuevas herramientas para contar cosas que quizás no había cómo decir antes, y para construir puentes inesperados en el pensamiento. Sobre todo para pensar, contar, y construir ideas y conceptos que hasta ahora habían sido periféricos al discurso canónico (ya saben, el del patriarcado blanco, racional, heteronormado, monoteísta, del “primer” mundo)… ¡y por eso es que los Emoji diversos son tan importantes!

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Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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