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Tomás Calvillo Unna

03/02/2016 - 12:01 am

La conciencia del engaño

El caso reciente de “El Chapo”, es abrumador en su absurdo compartido. Las medidas de seguridad implementadas para encarcelar a un individuo muestran la desproporción con la que se actúa, piensa y discute. Ese preso está ahí en su celda y se escapó ya dos veces de la misma no porque sea un Houdini contemporáneo sino porque representa la corrupción sistémica que tiene atrapado al país. ¿Por qué no decirlo abiertamente, si en verdad hay la convicción y decisión de implementar un cambio desde adentro que de oxígeno al quehacer político?

El caso reciente de "El Chapo", es abrumador en su absurdo compartido. Las medidas de seguridad implementadas para encarcelar a un individuo muestran la desproporción con la que se actúa, piensa y discute. Foto: Cuartoscuro.
El caso reciente de “El Chapo”, es abrumador en su absurdo compartido. Las medidas de seguridad implementadas para encarcelar a un individuo muestran la desproporción con la que se actúa, piensa y discute. Foto: Cuartoscuro.

La ausencia del pensamiento político es resultado en parte de la alienación generalizada que los medios han acentuado y promovido a partir de disputarle la agenda del país a los partidos que comparten el poder de un estado desfondado. La edición de la realidad que imparten deja de lado los temas fundamentales y la complejidad de los mismos que obligarían a plantearse de forma radicalmente diferente nuestra cotidianidad.

Como se ha repetido una y otra vez, la violencia sistémica que vivimos, los miles de muertos y desaparecidos que día a día aumentan expresa una derrota no sólo de los gobiernos en turno sino de la sociedad misma, de todos nosotros. Somos incapaces aún de sopesar estos tiempos donde México se ha convertido en un nido de asesinos; la pasividad ciudadana, nuestra incapacidad de detener esta degradación colectiva es ya una página oscura de nuestra historia.

Por supuesto que hay grados de responsabilidad, como ha sido en todo país que ha vivido la ignominia de la permisividad ante la desaparición y asesinato de miles; la indiferencia y el cinismo son sin duda el blindaje del crimen entrelazado a la política, como también lo son la amenaza y el miedo. Las salidas fáciles, los juicios sumarios, son parte de esa cultura que abona a lo funesto.

El caso reciente de “El Chapo”, es abrumador en su absurdo compartido. Las medidas de seguridad implementadas para encarcelar a un individuo muestran la desproporción con la que se actúa, piensa y discute.

Ese preso está ahí en su celda y se escapó ya dos veces de la misma no porque sea un Houdini contemporáneo sino porque representa la corrupción sistémica que tiene atrapado al país. ¿Por qué no decirlo abiertamente, si en verdad hay la convicción y decisión de implementar un cambio desde adentro que de oxígeno al quehacer político?

El espectáculo es siniestro, y expresa el deterioro mayúsculo de nuestra cultura política y no se diga ya del propio concepto de justicia y seguridad.

Mientras esa trágica telenovela continúa la reflexión de la nación ante los enormes desafíos económicos, políticos. y/o sociales está reducida a la virulencia verbal de pandillas ideológicas que se acusan mutuamente de sus fracasos. No hay para donde hacerse.

Tal vez esto sea lo más significativo, el sistema político de partidos y electoral como lo conocemos parece agonizar a pesar de sus millones invertidos en marketing y clientelismo, y del esfuerzo honesto de algunos que quedan cercenados en el conjunto que responde a una inercia vertiginosa que se precipita a su debacle.

Nos movemos entre cascarones que ciertamente desde el vértice de sus rajaduras pueden aún herir e incluso aniquilar, pero cuya naturaleza y destino es su extinción.

No hay discurso político que articule un horizonte plausible para la nación. La fragmentación que se acelera beneficia a la parte más conservadora y autoritaria de un viejo régimen que no es exclusivo del PRI, sino que hoy refleja la presencia del “juniorismo” en el abanico cada vez más incoloro e insípido de las fuerzas políticas vigentes. La dinámica de estas con los medios es la que elabora una representación que más temprano que tarde mostrará su debilidad profunda donde el juego sangriento de policías y ladrones se agotará ante la incapacidad de mostrarse mínimamente presentables ante el mundo.

A donde se voltee el ritmo acelerado de desaciertos compartidos vuelven más densa la madeja del quehacer político y prácticamente anulan cualquier acierto voluntario o casual que se presente. El tobogán en el que estamos tiene reservadas aún desagradables sorpresas provenientes de la fractura que se ahonda en las élites económicas y políticas del país.

Es el gran engaño que incluye una democracia devastada por la negociación donde el dinero es el valor primordial constante y sonante y a como dé lugar: desde las prerrogativas de los partidos, los moches consabidos, la simbiosis con el crimen hasta la mercadotecnia aplicada al voto; estéril ya para el ciudadano y fructífero para el representante de sí mismo en turno. Cuesta trabajo pensar que en estas condiciones llegaremos al 2018; ya no, no va a ser posible.

El próximo año se avecina lo que podríamos denominar un levantamiento constitucional, por llamarlo de alguna manera, al entramado de hartazgo, dignidad, coraje y necesidad histórica que se expande ante la mayúscula y patética insensibilidad de las élites. No sienten su tierra de donde provienen sus propiedades, no sienten a la gente de donde provienen sus riquezas, atados unos y otros pretenden ignorar esta vasta degradación que ya llegó hasta la entrañas de la nación. Y como el alma de ésta aún palpita y ya comienza a despertar, el pronóstico de su quehacer apunta a un cambio sustancial, a pesar de un pesimismo generalizado que suele aparecer en periodos como al que estamos entrando de lleno.

El discurso del engaño se desgarra, y cuando la conciencia tome su lugar, la política recuperará su sentido e inspiración.

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