Fabrizio Mejía Madrid
03/01/2024 - 12:05 am
El ayer neoliberal
Porque, además de eliminar la corrupción, de separar el poder político del económico, y de “primero los pobres”, es necesario también crear nuevos servidores públicos que, cuando vean a un Estado nacional intervenir en la economía, no crean que están en una dictadura o que se contamina de “estatismo” la libertad económica.
El neoliberalismo en México comenzó por los banqueros y los dueños de las minas, en el sector privado, por los economistas del Banco de México, que desde el inicio ya tenían un panista entre sus dirigentes, Gómez Morín, y por las escuelas que éstos fundaron: el ITAM, el CIDE, y el Tecnológico de Monterrey. Como en el resto del mundo, el credo neoliberal es impuesto desde la élite financiera, política, y académica. Su letanía es que el Estado no debe regular más que la policía y que el mercado libre es, en realidad, la única libertad. Empieza así un ciclo de despolitización donde el ciudadano no existe y sólo es un consumidor y los patrones son lo que más importa en las sociedades.
Así, desde enero de 1942, el banquero Raúl Baillères, dueño en ese entonces del banco comercial para la minería, llamado más tarde Banca Cremi, invita a Ludwig von Mises, uno de los padres del neoliberalismo a que pase una temporada en México. El intermediario para esta visita fue Luis Montes de Oca que había sido Secretario de Hacienda durante el Maximato de Plutarco Elías Calles, y director del Banco de México con Lázaro Cárdenas, a quien se opuso por su inversión productiva. Montes de Oca estuvo en contra del reparto agrario y la creación del banco Ejidal; contra el nacimiento de la Comisión Federal de Electricidad, y contra la expropiación de los ferrocarriles y, por supuesto, contra la expropiación petrolera. Montes de Oca tenía relación directa con Henry Hazlitt, un columnista financiero del New York Times que, a su vez desde los Estados Unidos, estaba contra Roosevelt y su New Deal. Hazlitt es el que logró llevar como emigrantes a los Estados Unidos a los fundadores del neoliberalismo, Hayek y von Mises, que huían del nazismo. En Estados Unidos, Hazlitt estuvo ligado a dos organizaciones que hoy llamaríamos “Think Tanks”: la Fundación para la Educación Económica y la Liga Americana por la Libertad. Estaban financiadas por la Asociación Nacional de Manufacturas, la NAM estadunidense, que en esas épocas se oponía a que se prohibiera el trabajo infantil al que consideraba una libertad de los padres de familia para hacer con sus hijos lo que les conviniera. La NAM se negaba, también, a la educación obligatoria precisamente porque les quitaba mano de obra infantil, es decir, barata de las minas y las fábricas. Otros dos financiadores de la Fundación para la Educación económica y la Liga Americana de la Libertad eran la automotriz general Motors, que tenía un programa de televisión semanal conducido por el entonces actor Ronald Reagan, y Du Pont, la gran productora de pólvora y agentes químicos de las dos guerras mundiales. Cuando Montes de Oca supo de estas organizaciones para crear académicos que sustentaran al neoliberalismo con una pátina de racionalidad y hasta de ciencia, se incubó en México la idea de crear tanto al ITAM como al Tec de Monterrey.
Pero estábamos en que von Mises llegó a México por primera vez a inicios de 1942 y dictó una serie de conferencias donde cualquier planificación de la economía era “socialismo”, y hacer negocios a costa de lo quien sea, era “libertad”. De ahí salió la caricatura de llamar “dictadura” a la planificación desde el Estado, que hoy todavía utiliza, sin saber, la oposición. Pero vean lo que dijo von Mises del Estado cardenista, que duraría hasta el sexenio de López Mateos:
“No hay esperanza de construir una industria próspera en un país que considera a cada empresario como un explotador y trata de castigar su éxito. Envidiar el éxito de los compatriotas más afortunados es una debilidad común del hombre. Pero un patriota honrado no debería ver con disgusto la fortuna de empresarios eficientes.
“La política de acortar las jornadas de trabajo, de elevar costos forzando al empresario a proveer de vivienda a los trabajadores y de fijar tasas de salario mínimo, ya sea por interferencia directa del gobierno o por dar mano libre a las presiones sindicales, es vana en un país cuya producción industrial aún está por crearse.
“Lo único que tiene México frente al resto del mundo es su mano de obra barata”.
Como podemos ver, no sin asombro, desde 1942 hasta la fecha, los neoliberales siguen repitiendo las mismas fórmulas para México, como si no hubieran cambiado las cosas desde el cardenismo. Es insólito porque revela hasta qué punto no se trata de ninguna ciencia económica sino de un dogma casi religioso, que es ahistórico, y contiene la revelación de que el sustituto de Dios es la famosa “mano invisible” del mercado que pone los precios con todo equilibrio. La justicia divina, esa que padeció Job, es ahora la atribución de un precio a las mercancías, que son todo, incluyendo a los humanos, el planeta, y hasta Marte.
Pero sigamos este origen del neoliberalismo mexicano. Como conocemos por las investigaciones de María Eugenia Romero, publicadas por el Fondo de Cultura Económica, las visitas de los neoliberales a México continuaron. La red que los recibía y les pagaba cuantiosos cheques en dólares, estaba sustentada en un inicio por la Asociación de Banqueros, el Grupo Buda, por las iniciales de los apellidos de sus patrones —Baillères, Ugalde, Domínguez, y Amezcua— y el grupo de Hacienda y banco central, encabezado por Montes de Oca, Manuel Gómez Morín y Daniel Kuri Breña, fundadores de Acción Nacional, Gustavo R. Velasco, Miguel Palacios Macedo, Faustino Ballvé y Anibal de Iturbide. Estos funcionarios hacendarios eran todos de derecha y en su mayoría apoyaron la candidatura de Juan Andreu Almazán contra Ávila Camacho, pero perdieron en un país en que lo importante no era ganar en las urnas sino quién llegara primero a robárselas. Todos estaban ligados a los banqueros de esa época, que se oponían a que el dinero se empleara en desarollar al país y vivían esperanzados de que existiera una burguesía mexicana que arriesgara sus capitales. Su plataforma de lucha no era electoral, habida cuenta de la derrota de Almazán y sus seguidores fascistoides, sino desde las organizaciones financieras. Fundaron Bancos, como Bancomer o el Internacional. Manuel Gómez Morín, por ejemplo, redactó la ley monetaria en 1931 y Palacios Macedo la ley del Banco de México en 1936. Gustavo R. Velasco fue el traductor al español de von Mises, von Hayek y Milton Friedman pero también de El Federalista, una compilación estadunidense de textos de los Padres Fundadores, que hace unos pocos meses mal citó el fallido candidato del Movimiento Ciudadano, Samuel García, en la FIL de Guadalajara. Velasco fue vicepresidente de la Sociedad Mont Pelerin, que agrupaba a los neoliberales del mundo, entre 1962 y 1967. Faustino Ballvé es otro ejemplo. Un español exiliado en México que, si uno lo lee ahora, parece que estuviera escuchando alguna perorata en la televisión abierta. Escribe Ballvé:
“Hablar de justicia social o de justa o injusta distribución de los recursos es como hablar de astronomía surrealista o de química filosófica, porque economía y justicia son dos elementos que no son ni afines ni opuestos, sino neutrales entre sí. El fin de la economía es el aumento creciente de mercancías y la única distribución justa de los recursos económicos es aquella que mejor sirva a este fin. Justo, en el fondo, no quiere decir otra cosa que acertado. El fin de la justicia propiamente dicha es, como decían los romanos, dar a cada uno lo que es suyo […] dar, en este sentido, es proteger el derecho de propiedad”.
Hasta la fecha, los neoliberales siguen diciendo que la distribución de la riqueza no es un asunto económico, como ya lo sostenían desde los años cuarentas del siglo pasado. Por eso, medidas como la nacionalización eléctrica de López Mateos fueron calificadas de “socialistas” por gente como Aníbal de Iturbide, entonces director de un banco comercial y que, después, compraría juntos con otros empresarios alemanistas, los teléfonos a Ericsson y a la ITT. Iturbide fue miembro fundador de Acción Nacional y del Consejo de Hombres de Negocios, el club selecto de la élite millonaria. Con la ultraderecha tuvo un papel de asesor en la fundación de la Unión de Padres de Familia que se oponía a la educación pública, y de Acción Católica. Fundó también la Asociación Mexicana de Cultura que patrocinó la formación del ITAM. Tío de Gustavo Petriccioli, el secretario de Hacienda de Miguel de la Madrid, Iturbide fue maestro tutor de Pedro Aspe y de Francisco Gil Díaz, los secretarios de Hacienda del periodo neoliberal ya en el poder.
Baillères, por su parte, está ligado a la banca, pero también a la Cervecería Moctezuma, las mineras del Grupo Peñoles, las tiendas departamentales del Palacio de Hierro, la aseguradora GNP, el agua Peñafiel y a Fomento Económico Mexicano, a la que hoy llamamos FEMSA y que es dueña, entre otras, de Coca-Cola y los OXXOS que no pagaban la luz eléctrica y se opusieron a la reforma de López Obrador. Por lo que ya vamos viendo cómo el neoliberalismo fue tejiendo durante cuarenta años una red de relaciones que compartían su credo dogmático contra la intervención del Estado. Desde su pequeño lugar en la Asociación de Banqueros crearon universidades, formaron economistas en la UNAM, ayudaron a formar Acción Nacional y algunas de sus organizaciones ultras, y se adueñaron casi para siempre de los puestos de dirección en Hacienda y el Banco de México.
En julio de 1946, von Mises volvió a México, ahora acompañado de Friedrich von Hayek. Los invitó la recién formada Asociación Mexicana de Cultura, antecedente del ITAM, y los banqueros. El 23 de julio es la primera vez que aparece el término “neoliberal” en la prensa mexicana que dio cuenta de las conferencias. Estuvieron, además de en la ciudad de México, en Guadalajara y en Monterrey. Según nos cuenta la doctora Romero, un profesor de economía de la UNAM de nombre Francisco Zamora, arremetió contra estas coferencias desde el periódico El Universal, no por la presencia de los neoliberales, sino por el grupo de empresarios mexicanos que los patrocinaban. Escribió el profesor lo que muchos diríamos todavía hoy de fanáticos neoliberales como Claudio X. González, Germán Larrea, o José Antonio Fernández Carvajal, de FEMSA:
“Entre los destacados personajes que lo invitaron figuran muchos, quizá la mayoría, que deben su fortuna y su preeminencia social, relativamente recién conquistada, a la intervención antiliberal del Estado mexicano en la actividad productora, gracias a la cual han emergido las situaciones monopolísticas que les han servido para hacerse ricos”.
Así que, como vemos, el origen ligado a los grupos financieros del país del neoliberalismo mexicano tiene una red interna pero otra global, que tiene que ver con Henry Hazlitt y las fundaciones de General Motors y Du Pont en los Estados Unidos. Alejandra Salas-Porras ha estudiado a 22 funcionarios mexicanos que ya fueron educados en estos dogmas en las universidades de Estados Unidos, entre ellos dos presidentes de la República, Salinas de Gortari y Zedillo. Secretarios de Comercio y Hacienda como Jaime Serra Puche, Pedro Aspe y Francisco Gil Díaz. José Ángel Gurría, el operador del Fobaproa y hoy el redactor del proyecto “ganador” de Xóchitl Gálvez. Los que entregaron la electricidad y el petróleo a los fondos financieros españoles, como Emilio Lozoya, Luis Téllez, Adrián Lajous, Carlos Ruiz Sacristán, Jesús Reyes Heroles González-Garza. Y funcionarios públicos de Hacienda que se comportaron como si fueran empleados de los empresarios: José Antonio Meade, Luis Videgaray, Agustín Carstens o Guillermo Ortiz y Jaime Zabludovsky. Todos ellos conformaron el segundo piso del neoliberalismo, ya instalado en el poder desde Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari y que fue invadiendo toda la administración pero, sobre todo, la imaginación de los funcionarios públicos. Les impuso límites mentales de lo que se consideró “viable” o “inviable”, como el aumento al salario mínimo o la inversión social con programas universales.
He querido que esta fuera la primera columna de este 2024 porque ese es el reto de la 4T: cambiar también la mentalidad de quienes sólo conocen el neoliberalismo como política pública. Porque, además de eliminar la corrupción, de separar el poder político del económico, y de “primero los pobres”, es necesario también crear nuevos servidores públicos que, cuando vean a un Estado nacional intervenir en la economía, no crean que están en una dictadura o que se contamina de “estatismo” la libertad económica. Me recuerdan esa anécdota entre el rector valiente de 1968, Javier Barros Sierra cuando se topa en una puerta con el represor Gustavo Díaz Ordaz. El Presidente Díaz Ordaz le cede el paso al rector diciéndole:
—Primero, los sabios.
A lo que Barros Sierra le responde:
—Después de los resabios.
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