Adrián López Ortiz
02/12/2018 - 12:03 am
Primero los pobres, la corrupción y el Ejército
Coincido con el diagnóstico, pero me parece que la medicina que propone es incorrecta. Sobre todo porque su discurso hasta ahora es contradictorio y confuso: al tiempo que promete acabar con la impunidad la decreta y anuncia que no perseguirá a los corruptos del pasado.
Tres cosas quedaron claras del larguísimo discurso de Andrés Manuel López Obrador ya como Presidente de México: acabar con la corrupción y la impunidad, poner primero a los pobres y el uso de las fuerzas armadas para combatir la inseguridad.
Primero, y lo dijo tal cual: la prioridad de su Gobierno será acabar con la corrupción y la impunidad. No dijo “combatir” ni “disminuir”, enfatizó “acabar” y eso, por triste que suene, será imposible.
Y lo será por dos razones: primero por razones prácticas y hasta aritméticas. Con una impunidad por encima del 90 por ciento y con niveles de corrupción de naciones subdesarrolladas, seis años no será suficientes para lograr un cambio de ese calado en México.
Y segundo por razones más complejas: la corrupción y la impunidad no se exterminan, se acotan y se reducen con leyes adecuadas e instituciones fuertes. Instituciones que AMLO ha decidido ningunear (como la #FiscalíaQueSirva) para imponer una visión voluntarista y personalista de la justicia.
Coincido con el diagnóstico, pero me parece que la medicina que propone es incorrecta. Sobre todo porque su discurso hasta ahora es contradictorio y confuso: al tiempo que promete acabar con la impunidad la decreta y anuncia que no perseguirá a los corruptos del pasado. Su argumento es que lo de él es el perdón y no la venganza. Pero se equivoca: este país no quiere venganza, sino justicia y esa no le toca a él, sino a las instituciones encargadas de procurarla.
En segundo lugar habló de poner primero a los pobres. Y ese es el mayor viraje de izquierda de lo que será su Gobierno. Para lograrlo anunció una muy celebrable disciplina fiscal y el manejo responsable de la deuda, algo que sin duda enviará un respiro a los mercados y el tipo de cambio.
Pero me preocupa aquí también otra contradicción: hay una larga lista de programas sociales para jóvenes, discapacitados y adultos mayores que costarán mucho dinero y que habrán de financiarse de alguna manera. Además de proyectos muy costosos como el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía, de la reducción de los precios de la gasolina cuando se concluyan refinerías (lo que no será rápido), y la reducción de IVA e ISR en la frontera. ¿Hicieron bien las cuentas y podrán sostener la política social prometida sin afectar la estabilidad económica? Lo sabremos hasta conocer los detalles de iniciativas y proyectos.
Y por último, lo más preocupante: AMLO reconoció la necesidad de ser realista respecto de la tragedia violenta del país y la ofreció como argumento para recurrir (otra vez) a las fuerzas armadas.
Ese reconocimiento encarnará en un nuevo cuerpo de seguridad denominado “La Guardia Nacional”. Y eso preocupa porque la fallida estrategia que ahora se exacerba e institucionaliza va contra las mejores prácticas internacionales y las recomendaciones de todos los expertos.
Pero eso no importa porque para AMLO “un soldado es el pueblo uniformado”, y el pueblo –recordemos– siempre es bueno. Es decir, en un instante ese ejército que viola derechos humanos y que está entrenado para otras funciones se convirtió en un cuerpo incuestionable. Eso no va a salir bien y lo pagaremos todos.
Me lo dice gente que trabaja en temas de seguridad desde hace mucho tiempo aquí en Sinaloa: a nadie nos gusta la idea de la guardia, salvo a los del Ejército que ahora tendrán todo el poder y el apoyo del Presidente.
En suma: acabar con la corrupción y la impunidad, primero los pobres y la Guardia Nacional. Esos serán los tres grandes ejes de AMLO como Presidente de México. Grandes propósitos que requerirán grandes acciones.
Celebro la ambición y el golpe de timón, pero el éxito de un cambio de régimen de esta envergadura no se explica en los qué’s sino en los cómo’s. El sexenio de Peña Nieto se desmoronó no por el qué de sus reformas, sino por el cómo de las mismas: priorizaron lo económico por encima del estado de derecho y la desigualdad, se dejaron carcomer por la corrupción, los cegó la soberbia y la arrogancia.
El demonio pues, estará en los detalles y no alcanzarán las buenas intenciones. Ni siquiera las del Presidente más votado de la historia.
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