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Alma Delia Murillo

02/12/2017 - 12:00 am

Lo que no eres y esa maldita soberbia

Cada vez que convivo con alguien de ego desbordado, me doy cuenta del mío que suele ser igual o peor. Y me aterra y me pregunto si hay manera de zafarse de esta exigencia de logros y demostraciones que es la narrativa de nuestro mundo. Todos los gremios somos un enjambre de soberbias: no importa si hablamos de empresarios con ínfulas de emperadores, empleados con ínfulas de altos ejecutivos, artistas con delirio de elegidos o estudiantes con aires de súper dotados.

“Cada vez que convivo con alguien de ego desbordado, me doy cuenta del mío que suele ser igual o peor”. Foto: Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

Aprendimos a estar en el mundo para llenar los vacíos.
Y para colonizarlo hemos construido imperios personales con ladrillos de lo que soy, lo que sé, lo que tengo, lo que conozco.
Mira mi inteligencia, mi empleo, mi proyecto, mi casa, mi cultura, mi buen verbo, mis certezas incuestionables, mi, mi, mi.

Cada vez que convivo con alguien de ego desbordado, me doy cuenta del mío que suele ser igual o peor. Y me aterra y me pregunto si hay manera de zafarse de esta exigencia de logros y demostraciones que es la narrativa de nuestro mundo. Todos los gremios somos un enjambre de soberbias: no importa si hablamos de empresarios con ínfulas de emperadores, empleados con ínfulas de altos ejecutivos, artistas con delirio de elegidos o estudiantes con aires de súper dotados.

Tiene que haber un límite, aunque confieso que no lo conozco. Así como hay un antihéroe debería existir una anti-identidad.
Sería un magnífico estado de gracia poder decir: no soy, no sé, no tengo, no entiendo. Y sentirse bien y respirar, y salirse de ese incómodo lugar en el que nos apretamos tantos queriendo demostrarle al mundo que somos alguien sin darnos cuenta de que hacemos el ridículo.
Se me antoja un remanso dejar esta necesidad de certezas que se clava en el pecho y se estrella en los dientes en busca de un sí, otro sí y otro más. Me pregunto si la vida puede dejar de ser una eterna persecución de ese sí, me pregunto si podemos ignorar esta incesante necesidad de afirmación.

El caso es que desde niños ahí vamos, sin escudo ni lanza ni entrenamiento alguno pero exigidos a cazar estrellas, logros, pagos, premios, personas, admiración, diplomas para nuestra pared interior que en un descuido pasa de ser muro de la experiencia a muro de la soberbia; el problema es que es muro de carga y si lo cimbran fuerte, se jodió la cosa.
Tengo curiosidad de saber cómo hacen los que no fueron programados para ser cazadores, o quienes no se la creyeron y mandaron todo a la mierda. Es que llevo cuarenta años en temporada de caza y estoy cansada. Soy como una máquina averiada que detecta otras máquinas averiadas del botón del ego, tengo un bluetooth exclusivo para ello.
Empezaré por salir a caminar para no llegar a ningún lado, sin perseguir nada ni a nadie. Y luego intentaré recuperar el respeto por el silencio, a ver si me concede el honor de venir a descansar cerca de mi casa como en este espléndido poema de Tomás Segovia:

No lejos de mi casa viene a echarse
Como un animal tibio y corpulento
El cansado silencio en retirada
Y llena todo en torno con su grave aliento

Yo me acerco despacio
No vaya a levantarse por mi culpa
Cuido de no espantarlo
Le dejo resollar a gusto

Sé cuánto necesita ese respeto
Como todo el que busca en un lugar refugio
Y puede estar seguro de que nunca
He de dejarle solo mucho tiempo
De que siempre hasta el fin estaré de su lado
Y de que nunca nunca nunca
Podría yo pensar en delatarlo.

@AlmaDeliaMC

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