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Tomás Calvillo Unna

02/12/2015 - 12:00 am

El peor de los círculos viciosos

A partir del 26 de septiembre del 2014, entramos en un torrente histórico, que nos advierte de la urgencia de replantear los procesos de reflexión, discusión, y propuestas que siguen adheridas a esquemas conceptuales desfasados. En el caso mexicano habría que reformular los conceptos mismos de sector privado y sector público, de iniciativa privada y […]

A partir del 26 de septiembre del 2014, entramos en un torrente histórico, que nos advierte de la urgencia de replantear los procesos de reflexión, discusión, y propuestas que siguen adheridas a esquemas conceptuales desfasados.

En el caso mexicano habría que reformular los conceptos mismos de sector privado y sector público, de iniciativa privada y gobierno, de ciudadanía y partidos políticos, de la economía, el crimen y el estado expoliado.

Estamos atrapados en un esquema de confrontación política que asemeja un teatro de sombras; nos hemos encerrado en el patio de las madrizas.

El estado nación, como configuración histórica, está en mutación en muchos lugares; en México se ha debilitado a tal extremo que parece incapaz de llevar a buena meta un proceso democrático que quedó trunco, y se ha convertido en una masa amorfa entre política y crimen.

En la mayoría de los países sucede lo mismo, las clases políticas se encuentran caminando en el vacío, y continuamente sus principales actores se tropiezan. No existen ya los instrumentos ni el concepto mismo de gobierno político.
Se trabaja a deshora y siempre en un ambiente de emergencia donde las tareas se multiplican sin articulación posible; la percepción domina y somete a los hechos, no como táctica sino como estrategia, acumulando así saldos negativos que más temprano que tarde se tendrán que asumir.

Los hilos con la ciudadanía se enredan o se rompen. Los centros de gravedad del poder ya no están en la representación de las llamadas instituciones democráticas.

La sociedad global se ha impuesto a base de masificar la tecnología de la información, lo que ha producido un doble efecto: el fortalecimiento de los grandes corporativos, y la expansión de una cultura libertaria acotada a los medios electrónicos que afectan los modelos políticos heredaros de la era industrial.

Los discursos políticos multiplicados exponencialmente se diluyen en los cambios continuos que la realidad produce en estas condiciones. La sociedad civil aparece más viva e inmediata, pero es un ente fragmentado en millones que se solidarizan a través de los gadgets en luchas específicas y demandas que suelen yuxtaponerse perdiendo cada una sus posibilidades de focalización que les dé densidad y fortaleza.

Sin buscarlo se compite por la presencia de los diversos dolores que la crueldad, la injusticia y la violencia expanden por todos los territorios. El espectáculo se apropia de las luchas y remplaza el sentido de las mismas. Este proceso se reproduce desde los escenarios locales hasta los internacionales.

La realidad virtual edita la realidad, los ciudadanos deambulan entre ambas de un momento a otro, de un lugar a otro, de una lucha a otra. Todos los temas, todas las causas se entrelazan en la cotidianidad. La jerarquización se da a través de los medios; sobresaliendo en la mayoría de los casos la violencia y los dilemas de la seguridad y las libertades.

No obstante las consecuencias profundas del progreso que la era industrial propagó y cuya herencia más visible es esta “era de la revolución tecnológica digital y bioquímica”, advierten los límites del concepto que articula políticas y economías: el crecimiento, que en las últimas décadas ha violentado el propio sentido del tiempo imponiéndose a los ritmos de la naturaleza, que hoy se está cobrando esa desproporción.

El cambio climático, la caída de Siria, sus millones de pobladores peregrinando por la tierra sin hogar alguno, el fin del statu quo político del Medio Oriente que es la bisagra entre Asia y Europa, los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y otros miles que nos muestran nuestra desdicha política, se entrecruzan y de manera distinta esculpen la conciencia de nuestros días y noches, a la vez que nos advierten del caos que crece ante la impotencia y la impunidad; el peor de los círculos viciosos.

Para romperlo es necesario imaginar un cambio donde el sector privado y el sector público se ciudadanicen, es decir, la vida ciudadana, en toda su acepción y complejidad se convierta en el eje de la organización política y del desarrollo económico. En ese balance perdido se encuentra el reto democrático, la recuperación de la seguridad con libertad y justicia, y la disminución sustantiva de la violencia.

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