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Catalina Ruiz-Navarro

02/12/2014 - 12:05 am

Vivir en un barril

Todos los latinoamericanos nacidos después de los años 70 crecimos con el Chavo del 8. En Colombia lo pasaban por las tardes a la salida del colegio, en las mañanas era la programación obligada de vacaciones y todos nos sabemos de memoria los chistes de Chespirito, las canciones, los personajes. Somos muchos los latinoamericanos que […]

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Todos los latinoamericanos nacidos después de los años 70 crecimos con el Chavo del 8. En Colombia lo pasaban por las tardes a la salida del colegio, en las mañanas era la programación obligada de vacaciones y todos nos sabemos de memoria los chistes de Chespirito, las canciones, los personajes. Somos muchos los latinoamericanos que alguna vez lloramos en aquel capítulo (tal vez fueron varios) en que El Chavo dejó la vecindad. Los tropos de sus comedias son parte de la cultura popular latinoamericana y todos conocemos a alguien a quien le dicen Kiko, o Doña Florinda, y el imaginario que tenemos de México en Sur América se lo debemos en gran medida a Roberto Gómez Bolaños.

Por eso, antes de decir cualquier cosa del finado, es importante reconocer su aporte al pop, y el hecho de que, gracias al imperialismo cultural mexicano, masificara una comedia que nos permitió compartir el sentido del humor entre latinoamericanos. Dicho esto, y aunque se supone que no hay que hablar mal de los muertos, también hay que anotar que Gómez Bolaños fue un conservador a ultranza que en reiteradas ocasiones estuvo en contra de los derechos de las mujeres (y por extensión de los derechos humanos).  Al menos en lo que a la política respecta, no era el hombre compasivo y amoroso que uno hubiera esperado tras el personaje de El Chavo.

El tío de Gómez Bolaños fue el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz Bolaños Cacho, a quien se refería como “un tipo simpático” y “muy bueno para contar chistes” y hasta llegó a decir que fue “uno de los mejores presidentes de México”, aunque no fuera de manera alguna simpatético con los estudiantes del 68 que acabaron asesinados bajo su mandato. Los chistes de un presidente pierden toda su gracia cuando bajo su gobierno, las fuerzas del Estado matan a la población civil. Gómez Bolaños no se mantuvo al margen de la política y usó su nombre como comediante para apoyar la seguridad democrática en México, con  su abierta propaganda a Fox y Calderón.

Para mayor horror, era un activista público en contra del aborto. En un manipulador spot publicitario de 2007 decía “Hola, soy su amigo Chespirito. Cuando estaba yo en el vientre de mi madre, ella sufrió un accidente que la puso al borde de la muerte. El médico le dijo: tendrás que abortar. Y ella respondió: ¿Abortar yo? ¡Jamás!… es decir, defendió la vida: mi vida. Y gracias a ello, estoy aquí”.  Quizás sobra decir que su argumento es una inmensa falacia, que los destinos de la gente se forjan día a día, no se deciden desde el vientre, y que un embrión que se aborta tiene iguales posibilidades de ser un magnánimo humanitario o un genocida atroz. Los anti-derechos nunca dicen “tal vez si la mamá de Hitler lo hubiera abortado este sería un mundo mejor” y Gómez Bolaños nunca cayó en cuenta de que si el aborto fuera reconocido como un derecho habría menos niños como El Chavo, pues los hijos planeados y deseados, con menos frecuencia acaban desprotegidos, sin padres y mendigando comida y amor.

Una cosa es celebrar al comediante y otra pasar por alto que el hombre, Roberto Gómez Bolaños, usara su fama para promover el retroceso de derechos. No pueden trasladarse los juicios morales sobre la persona a la obra, así como no pueden trasladarse los juicios estéticos sobre la obra a la persona. No podemos usar los mismos estándares para juzgarlo desde la estética y desde la moral. Aunque es normal que la gente le haga exigencias morales a sus ídolos es muy importante separar la obra del artista. Sería más fácil que nuestros artistas y comediantes amados fueran todos moralmente buenos, así podríamos adorarlos sin culpas. Pero no es así. Gómez Bolaños, como muchos creadores, fue un hombre cuestionable en sus posiciones políticas, pero si el valor de la obras estuviera en la calidad ética de la vida de sus autores, nos perderíamos de mucho. La mezquindad humana también produce grandes obras. Los comediantes no tienen porqué ser líderes morales.

Sin embargo, frente a su obra también es importante tener una distancia crítica. Los gags repetitivos de sus comedias funcionaban porque eran simples y sencillos y usaban códigos básicos, elementales y algunos hasta dirán que primitivos. Mucha de la empatía que sentimos por su comedia viene de la desigualdad y pornomiseria latinoamericanas. Chespirito no fue el Chaplin Mexicano, como dijo recientemente Alberto Cueva, ni el Walt Disney latino. Chespirito fue genial en la medida en que entendió las carencias y angustias transversales a todo un continente y aunque no hizo nada para resolverlas (y en cambio, apoyó a políticos y estadistas violentos que hicieron más graves y hondas estas desigualdades), nos ayudó, como hacen los payasos tristes (¿o malvados?), a soportarlas haciéndonos reír: nos hizo pensar que la pobreza y el hambre son románticas y que hay algo de nobleza en vivir en un barril.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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