LAS TRES TUMBAS

02/11/2014 - 12:00 am

NOMBRE_MUERTOS_02“Salieron de madrugada, se oía el canto de los gallos”. Es un corrido. Ya sé que ustedes no oyen corridos ni tampoco a la virgen cuando les habla. Lo sé. Se la dan de cabrones, se creen la ira de Dios y el látigo negro. Piensan que los perdonamos, creen que desconocemos sus infamias, deducen que su risa nos apantalla. Bueno sí, pero sólo por ratos y cada vez más a lo largo. Las tres tumbas: las 3. No sé por qué le agregan ceros, ¿acaso no se ve bien el tres solo con su tremenda carga cabalística? Encontraron tantas fosas, dicen en las noticias, y 30 cuerpos. No chinguen, quiten ese cero, quiten ese terrible número qué tanto me hizo sufrir cuando estudiaba teoría de los conjuntos. Tampoco le pongan ese 4 atrás, ¿qué les pasa? Estoy apenas protestando cuando anuncian que han aparecido más fosas y 300 cadáveres. No mamen. Escucho “chilanga banda” con los Tacubos para tomar fuerza. Desconozco los significados de chichiflo y de chundo y Alejandro Almazán me los explica.
En Sinaloa las personas que se mueren se van; no regresan, salvo contadas excepciones que aparecen como fantasmas en habitaciones con vistas o en comedores de las casas de algunos tenorios. El dos de noviembre visitamos los panteones, llevamos flores, de preferencia gladiolas, encendemos velas, rezamos un poco y volvemos a casa con la sensación del deber cumplido. A veces comemos cacahuates y dulces, bebemos cerveza y tequila y hablamos de lo cara que está la vida. Sin embargo, hace años la celebración fue modificada por personas de innombrable catadura, sobre todo en Culiacán, la ciudad donde casi no hay viejas buenas, no digan que no.
El panteón Jardines del Humaya es diferente. Hay una sección espectacular poblada de habitáculos con cúpulas de colores, construidas con azulejos que dicen que son de los narcos o de sus familiares. La más grande la ocupa un pariente de un connotado capo cuyo nombre me reservo. Hay algunas hermosas y tan bien cuidadas que no se puede evitar pensar en la inversión. Me gasté un millón de pesos, confiesa una madre orgullosa. Creo que mi hijo lo merece. Es un monumento de cinco metros de alto, de tres por tres, cúpula amarilla, puerta de cristal con Cristo en bajo relieve; tras la puerta por la que puede entrar una persona de pie, una fotografía del joven de cuerpo entero, veladoras encendidas por todos lados y alfombrado con pétalos de rosa. Ahhh. Me lo mataron en Guayparime, comenta la señora. Era muy buen hijo, muy responsable con su madre.
El dos de noviembre llegan todos. Comen y beben al lado de los monumentos mientras los músicos trabajan. Banda regional, conjunto norteño, trío, solistas y grupos de rock amenizan la fiesta, según el gusto del muerto pero sobre todo de acuerdo con los vivos que han venido a confirmar su respeto por quien descansa en paz. Habitualmente instalan pequeñas carpas. Las cúpulas resplandecen, las flores, que por lo regular son rosas, dan ese aroma dulce que matiza el aire e impide que la cera quemada se imponga. La comida va desde una barbacoa desenterrada al amanecer, hasta mariscos y pescados cocinados allí mismo; no faltan los tacos y las pizzas. Se bebe buchanas, cerveza, cocas de dieta y agua natural. Es fácil distinguir a las viudas jóvenes con dos o tres niños pequeños de la mano. Aparecen perfectamente ataviadas, maquilladas operadas y miran con ansiedad.
Los que no pertenecen a ese grupo llegan a media tarde, encienden velas, colocan las coronas y las gladiolas, pagan unos cuantos pesos al hombre que limpió la tumba, rezan un padre nuestro y se esfuman, no vaya a ser la de malas y se genere un enfrentamiento entre esos señores que beben desaforadamente y conversan a gritos por la música. Invariablemente tocan Las tres Tumbas, las 3, y siempre, no falta un pinche cero o dos que se colocan adelante, como si viviéramos en un país maldito o fuéramos espartanos. ¿Por qué la realidad es tan cabrona?, ¿por qué se empeña en alterar una cifra tan dulce y significativa como el tres? Es un misterio, y en México hay misterios generados por la estupidez y la injusticia, por ejemplo, ¿a quién se le ocurrió usar el cuatro antes del tres?

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